CUANDO
LA RELACIÓN EMPIEZA A DECLINAR: LAS PRIMERAS SEÑALES DE ALARMA
La
vivencia del amor es personal e intransferible, lo mismo ocurre cuando llegan
las primeras señales de alarma, cada persona las sentirá y las vivirá de una
forma muy especial, la suya.
No
obstante, hay una serie de indicadores que pueden ayudarnos a identificar estas
«alertas», y si conseguimos adelantarnos antes de que hayan hecho mella en
nosotros, nos resultará más sencillo superar las emociones negativas que siempre
conllevan.
Los
factores que más influyen para que una relación, que está en la cumbre del
enamoramiento, empiece a descender y se convierta en una relación «sin luz», son
los siguientes:
— La
rutina. Todo lo que antes era novedad empieza a convertirse en esa rutina tan
conocida, que en muchos casos quita parte de la fuerza y del estímulo del que se
alimenta la relación amorosa.
— La
falta de novedad. Los hechos empiezan a repetirse, la persona pasa de ser una
interrogación constante a un libro abierto, que sin pudor nos enseña cada una de
sus páginas. En esa transición que va de lo desconocido a lo familiar, donde las
sorpresas dejan de hacer acto de presencia, una parte importante del «halo» que
encumbraba la relación empieza a desvanecerse.
—
Disminuyen los refuerzos. Con la rutina y la falta de novedad llega la relación
cotidiana, y en ella empezamos a repetir los esquemas que tenemos tan grabados y
que nos surgen de forma automática.
La
mayoría de las personas tienen más arraigado el hábito de decir lo que no les
gusta, que el de profundizar y resaltar lo que les agrada. Salvo en la primera
fase de conquista y enamoramiento, parecemos empeñados en mostrarnos críticos,
en lugar de potenciar una visión positiva y esperanzada, en la que reforcemos
constantemente lo que la otra persona hace bien. Se terminan las frases bonitas,
los comentarios que nos halagan, las miradas llenas de admiración, y pasamos al
silencio, a las palabras frías y a las miradas serias y distantes.
—
Comienza la desmotivación. Ya no nos produce tanta ilusión ver a la pareja. Lo
que antes nos hacía gracia, ahora puede molestarnos. Los suspiros que encierran
quejas o lamentos sustituyen a la aceleración del pulso, a la falta de
respiración que sentíamos al ver a esa persona tan especial que llenaba nuestros
pensamientos.
—
Empiezan a aparecer los problemas típicos de las relaciones y las dificultades
patentes de la convivencia. Los puntos divergentes ganan cada vez más terreno.
Discrepancias en el uso del dinero, en la forma de ganarlo, de gastarlo, en lo
que constituyen necesidades y lo que significan caprichos...
— Pueden
surgir injerencias por parte de la/s familia/s de la pareja, o del círculo de
personas más cercanas: amigos, compañeros de trabajo, socios...
— Aumenta
el nivel de exigencias, en la misma proporción en que disminuye la paciencia y
empiezan los puntos de desencuentro. Las amonestaciones, incluso las broncas,
desplazan a la comunicación positiva y reforzadora.
— El tema
de los hijos puede ser conflictivo, y no solamente porque uno quiera tener niños
y el otro no, sino porque surjan después serias dificultades en lo relativo a su
educación, a los valores que quieran inculcárseles, las expectativas que cada
uno tiene con la prole...
— Las
relaciones sexuales cada vez apetecen con menos intensidad y frecuencia. La
creatividad y la complicidad dejan paso a la rutina en esta área tan íntima y
crucial.
—
Empezamos a sentir poca independencia. El sentimiento de falta de libertad hace
mella en nosotros y añoramos aquellos momentos en que no teníamos que justificar
en qué empleábamos nuestro tiempo.
La lista
de factores podría aumentar de forma aún muy significativa, en función del
contexto en el que esté la pareja, de las costumbres sociales y culturales que
les rodeen, del país donde se encuentren..., y además no tienen que darse estos
factores necesariamente en ese orden descrito, pero la relación que hemos
expuesto puede orientarnos para que seamos sensibles a esas primeras señales de
alarma.
Seguramente el caso de Laura y Lorenzo puede ayudarnos a verlo con mayor
claridad.
El caso de Laura y Lorenzo
Laura y
Lorenzo eran una pareja joven, de treinta y un y treinta y tres años. Se
conocían de su época de estudiantes y llevaban tres años de vida en común.
Habían
tenido problemas con sus trabajos respectivos, sólo Lorenzo tenía un contrato
fijo, y Laura parecía estar ahora a punto de conseguirlo.
Económicamente habían estado siempre muy asfixiados, y ese hecho había influido
negativamente en su relación: apenas se podían permitir salir de casa, pues no
les quedaba ninguna partida para gastos extras.
El tema
de los niños también era un punto conflictivo: a Lorenzo le apetecía tener un
hijo, pero Laura temía que si ahora se quedaba embarazada, disminuirían mucho
sus posibilidades de conseguir un contrato fijo.
El motivo
principal por el que vinieron a vernos era porque ambos estaban un poco
quemados, especialmente Laura, que no se sentía feliz ni contenta con la
relación que mantenían.
Pronto
vimos que se trataba de una pareja que seguía queriéndose, pero que habían
llegado a un punto de peligro. Los dos se sentían insatisfechos con la vida que
ahora mismo llevaban y con el estado de rutina y falta de entusiasmo que
mostraban en su relación afectiva.
Laura se
había refugiado en el tema de su precariedad laboral para no afrontar una futura
maternidad. Sin duda éste era un factor importante, pero lo que más la
inquietaba es que no estaba segura, en estos momentos, de que su relación fuera
tan bien como para plantearse tener un hijo en común.
Por otra
parte, tenían las típicas dificultades de convivencia: caracteres y enfoques
distintos, prioridades diferentes, falta de acuerdo en las tareas que había que
realizar, así como en la distribución de las mismas; injerencias por parte de
las familias de ambos..., que les habían llevado a un marco en que las
discusiones y las caras serias estaban empezando a ser mayoría, y ganaban a los
momentos relajados y placenteros.
Por
último, las relaciones sexuales, que al principio eran uno de los puntos que les
proporcionaba mayor satisfacción y complicidad, actualmente se encontraban bajo
mínimos. Al cansancio generado por sus respectivas jornadas laborales
—prácticamente las relaciones cada vez se limitaban más a los fines de semana—,
se unía la falta de acuerdo sobre la frecuencia y el contenido de las mismas;
especialmente Lorenzo se quejaba de que tenían pocas relaciones, que éstas
habían dejado de ser creativas y atrevidas, y que Laura casi nunca tomaba la
iniciativa.
Llegados
a este punto, ambos realizaron sus respectivos registros, en los que debían
apuntar cómo se sentían emocionalmente a lo largo del día; posteriormente harían
otros registros donde, en el transcurso de una semana, anotarían las conductas
que menos les habían gustado de su pareja; este registro lo complementarían con
otro en sentido contrario —qué es lo que más les había satisfecho de la
actuación de su pareja—; a continuación harían un listado de las áreas de
conflicto o de mejora en la pareja, y terminarían enumerando lo que cada uno, en
estos momentos, le pediría al otro, para mejorar su relación de pareja.
El
análisis que hicimos conjuntamente nos reveló muchas áreas de trabajo. En el
momento actual los puntos de satisfacción eran escasos; por el contrario, las
áreas de mejora se amontonaban sin aparente solución. Laura y Lorenzo,
especialmente este último, se quedaron muy sorprendidos al ver la cantidad de
puntos que sentían como insatisfactorios y que a lo largo de tres años de
convivencia habían ido creciendo de forma imparable.
Hicimos
un listado común de aquellas áreas donde los dos mostraban pocas habilidades, y
otras dos listas con los aspectos que cada uno de ellos debía mejorar. El
objetivo intermedio era incrementar los puntos de acuerdo y de satisfacción; el
objetivo final era conseguir la motivación, el estímulo, el entusiasmo y la
ilusión en la vida de pareja.
No fue
sencillo cambiar algunos de los hábitos que cada uno tenía más arraigados. Por
ejemplo, Laura prácticamente nunca reforzaba a su pareja; llevaba meses y meses
sin decirle que algo de él le gustaba, que estaba deseando llegar a casa para
verle, que se encontraba feliz a su lado...; por el contrario, no paraba de
amonestarle por lo que hacía, por lo que no hacía, por lo que le hubiera gustado
que hubiese hecho —aunque ella no se lo había manifestado—, por no adelantarse a
sus peticiones, a sus necesidades...; por no adivinar sus estados emocionales,
por no preguntarle cuando la veía mal, por querer ser resolutivo y no mostrarse
comprensivo con sus problemas; por estar siempre dispuesto a tener relaciones
sexuales y olvidarse de las caricias, de los mimos, de las conductas llenas de
ternura que tanto echaba en falta ella... Desgraciadamente, Laura estaba
haciendo justo lo contrario de lo que debería hacer. En lugar de reforzar y
potenciar conductas en Lorenzo que les acercasen a esos puntos de encuentro, no
paraba de castigarle, pensando que con el castigo, por obra de magia, aparecería
todo lo que ella buscaba.
Por su
parte, Lorenzo se había encerrado en una especie de mutismo y de falta de
contacto afectivo —que no sexual—, con el que trataba de defenderse de los
ataques continuos de Laura y con el que pretendía expresar su malestar y su
sentimiento de ser tratado de forma injusta.
Tuvimos
que entrenarles mucho en un ejercicio muy elocuente, que consiste en «pillar a
la pareja haciendo algo agradable». Les costaba dar el calificativo de
«agradable» a conductas o actuaciones del otro, pues ambos consideraban que esas
conductas eran obligatorias; en consecuencia, al principio se mostraron poco
generosos en sus valoraciones, poco a poco se dieron cuenta de que no estaban
actuando con objetividad y empezaron a ver los aspectos positivos y divertidos
de este ejercicio.
El
objetivo de «pillar a su pareja haciendo algo agradable» es aumentar las
conductas positivas de la pareja, aquellas que más te gustan y que disfrutas
cuando suceden. Lo primero que tuvieron que conseguir Laura y Lorenzo fue ser
conscientes de las conductas agradables que hacía la pareja. Posteriormente,
lograron aumentar estas conductas, gracias al refuerzo que empleaban; es decir,
el hecho de que el otro note que esa conducta es valorada por su pareja produce
un efecto inmediato, la persona tiende a incrementar esa conducta.
El
registro que debían hacer era muy sencillo. En una primera fase apuntarían el
día de la semana, la fecha, la hora y la conducta placentera que habían
observado en el otro. En la siguiente semana, además de seguir apuntando,
tendrían otra tarea añadida, que consistía en hacerle ver al otro que eso que
acababa de hacer les había gustado. Cada uno lo haría como mejor estimase, pero
siempre tenía que ser un refuerzo positivo. Por ejemplo, con un beso, una
sonrisa, un abrazo, una caricia, diciéndole al otro lo bien que se sentía,
dándole las gracias de forma elocuente... Estos refuerzos, tan fáciles de dar
cuando te acostumbras, consiguen auténticos milagros en la relación de pareja.
En consecuencia, en la segunda semana, además del registro anterior, anotarían a
continuación el refuerzo que habían dado y la respuesta de su pareja a ese
refuerzo.
Ambos
tenían que tratar de anotar al menos una cosa agradable que el otro hubiera
hecho en un día. Al final de la jornada buscarían un momento tranquilo y un
espacio agradable para ambos, que les ayudase a intercambiar sus registros y sus
comentarios.
En el
caso de que alguno no hubiera conseguido anotar nada, no le darían mayor
importancia, pero le sugerirían a la pareja algo que podría hacer al día
siguiente y que entraría en la lista de cosas agradables que merecerían
anotarse.
Simultáneamente trabajamos con los dos otro ejercicio, que resultó decisivo para
contribuir a romper inercias y crear puntos de encuentro; ambos se esforzarían
por «sorprender a su pareja reforzándoles con algo agradable todos los días»; es
decir, ellos debían reforzar diariamente a su pareja en algo que a ésta le
sorprendiera. No se trataba únicamente de hacer actividades nuevas o
sorpresivas; se trataba básicamente de reforzar a la pareja, sobre todo con
manifestaciones afectivas y con gestos de generosidad; por ejemplo: cediendo en
temas que habitualmente les costaban.
Los dos
se sorprendieron enormemente de los resultados tan positivos que estaban
teniendo en su relación de pareja los cambios que habían introducido.
Aprendieron a vencer la rutina, a tener una disposición positiva y cercana de
forma casi permanente, a buscar motivos para sonreír y reír juntos, a encontrar
solución a sus problemas, a recuperar la creatividad en sus relaciones sexuales,
a divertirse y salir de casa sin necesidad de arruinarse, a hacer de la
convivencia un campo para desarrollar acuerdos constantes, donde pudieran
introducir pequeñas novedades y modificaciones que consiguieran una convivencia
divertida... Al final, como siempre, les pedimos a los dos que nos dijeran qué
habían considerado crucial en la resolución satisfactoria de su caso. Ambos
coincidieron en lo básico; para ellos lo más importante había sido:
—
Conseguir una nueva forma de comunicación, basada en la observación y
seguimiento de criterios más objetivos y razonables.
—
Aprender a reforzar al otro y ser conscientes de que generalmente, a pesar de
las dificultades, podemos ayudar a vencer la inmensa mayoría de los problemas y
de los estados emotivos bajos.
— Ser
creativos en la convivencia, huir de la rutina, romper algunos hábitos y
sorprender a la pareja con propuestas y actitudes nuevas.
— Dar más
libertad al otro; respetar sus preferencias, sus relaciones con otras personas y
sus necesidades.
— Renovar
el contenido, la forma y el fondo de sus relaciones sexuales.
— Aplazar
la obligatoriedad de tener que tomar una decisión inmediata en el tema de los
niños. (Posteriormente, al año siguiente de esta crisis, ambos coincidieron en
que había llegado el momento de tener un hijo).
—
Recuperar su independencia y mostrar su autonomía respecto a las relaciones e
influencias de sus respectivas familias. (Entre otros acuerdos, decidieron dejar
de ir a comer —obligatoriamente— todos los fines de semana a una u otra casa.
También les expusieron que no querían volver a hablar del tema de los niños, que
era una decisión que sólo les concernía a ellos y que cuando tuvieran algo que
comunicar, ya se lo dirían).
— Volver
a ser cómplices, sentir que formaban un gran equipo, unido y compacto, que era
capaz de vencer las dificultades y disfrutar de los acontecimientos de cada día.
— Reírse
y reírse cada vez más, contagiarse la risa y llenarse de la alegría y la
satisfacción que sentían por estar juntos.
Laura y
Lorenzo eran la típica pareja en un momento de crisis, en esa crisis tan
frecuente en que se encienden las primeras señales de alarma; afortunadamente
ellos quisieron y supieron luchar, uniendo sus fuerzas y sus afectos, pero si
hubieran permanecido ciegos y sordos ante esas primeras señales, podrían haber
terminado como tantas y tantas parejas, rotas ante el desengaño y la frustración
de no recibir lo que esperaban.
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