ME
SIENTO INJUSTAMENTE TRATADO/A
Sin duda
estamos ante una de las emociones más dolorosas. Al hecho de sentirse
injustamente tratado/a, hay que añadir el agravante de que es tu pareja quien
parece tratarte de forma poco justa.
Cuando
empezamos una relación afectiva, lo hacemos desde la ilusión, desde la alegría
por haber encontrado a una persona que parece responder a nuestro ideal de
pareja, y con el ánimo de llegar a compartir experiencias y vivencias
agradables, placenteras y reconfortantes.
Lo último
que esperamos encontrar es una relación que mine nuestros pilares y nos llene de
amargura y dolor; de ese dolor que es mucho más intenso y profundo cuando viene
de la persona en la que habíamos depositado nuestra confianza y nuestras
esperanzas.
En
general, el primer síntoma de alarma surge cuando nos sentimos desvalorizados,
cuando la otra persona, lejos de reforzarnos y alimentar nuestra confianza,
parece empeñada en dejar nuestra autoestima por los suelos.
Pasamos
de la comunicación placentera a la incomunicación dolorosa. Los gestos de cariño
son sustituidos por miradas hostiles o reprobatorias. La persona habla, intenta
exponer sus ideas, se queja del trato recibido, pero su pareja no le escucha,
sólo sanciona. El silencio y la incomprensión empiezan a abrirse paso.
Una
persona puede sentirse injustamente tratada cuando su pareja hace juicios de
valor que no se corresponden con la realidad, cuando ve que sus ideas nunca se
tienen en cuenta, cuando la otra persona parece rechazar cualquier comentario
que venga de su parte, cuando no se valora su esfuerzo, cuando ante sus mensajes
de afecto o de conciliación recibe hostilidad, cuando ante su continua
generosidad le responden con egoísmo, cuando sólo le llegan quejas y
reprobaciones.
Las
mujeres, generalmente, manifiestan ese sentimiento de pena de forma más
expresiva, tanto a través del lenguaje verbal como no verbal. En un principio
piden explicaciones ante lo que consideran un trato injusto, finalmente, cuando
ven que es inútil, intentan guardar sus energías para protegerse del daño que
les produce esa injusticia.
Los
hombres que se sienten injustamente tratados se cierran en su dolor, intentan
desconectar al máximo y procuran entretenerse o volcarse con actividades que
lleven su mente a otra parte.
En las
mujeres y en los hombres el resultado final es parecido, han pasado del amor al
dolor; la transición ha podido ser más corta o más larga, pero siempre la
emoción ha sido muy amarga.
El caso
de Nines y Néstor puede ayudarnos en el análisis de estos sentimientos.
El caso de Nines y Néstor
Nines y
Néstor eran una pareja que llevaba once años casada, y tenían dos hijos de siete
y cinco años. Al principio la relación era agradable, pero pronto surgieron los
primeros problemas de convivencia.
Nines
nunca parecía estar satisfecha, siempre esperaba que Néstor fuera más atento,
más afectivo, más paciente, más sensible a sus necesidades y a sus demandas.
Néstor
sentía que no podía hacer más, que se ocupaba todo lo que podía de los niños,
que ayudaba en las tareas de la casa, que trabajaba muchas horas para intentar
alcanzar una posición económica desahogada..., pero que todo le parecía poco a
Nines.
La que
había tomado la iniciativa de venir fue Nines, pero pronto fue Néstor el que más
se implicó en la terapia de pareja.
La
situación de la pareja dejaba mucho que desear. Las valoraciones de Nines eran
muy poco objetivas, pero poseía un temperamento muy fuerte y no estaba
acostumbrada a que cuestionasen sus argumentos. Néstor estaba muy cansado, se
había agotado en sus intentos por recuperar un clima apacible y relajado en la
pareja. El era una persona tranquila, paciente, que quería muchísimo a sus hijos
y que sentía una pena enorme ante una situación a la que no veía solución.
Seguramente, muchos en su lugar hacía tiempo que habrían estallado y acabado con
esa situación.
Néstor se
debatía entre el cariño que le tenía a sus hijos, el afecto o la pena que sentía
por su mujer, y su necesidad de terminar con una situación que cada día se le
hacía más difícil.
En este
caso concreto, nuestra actuación no siguió el protocolo habitual; en lugar de
pedirles registros sobre sus estados emocionales, les sugerimos que anotaran,
literalmente, todo lo que ocurría cuando tenían alguna discusión. La explicación
está clara, si les pedíamos que nos anotasen sus emociones, rápidamente Nines
iba a desacreditar las emociones y los sentimientos de Néstor, por lo que no
dimos lugar a descalificaciones de ningún tipo. Por el contrario, el registro
literal de lo que uno decía, de lo que el otro respondía, de la comunicación no
verbal que se establecía en esos momentos —gestos, ademanes, miradas...— nos
permitiría un análisis más objetivo y menos cuestionable.
Sus
registros nos dieron mucho juego. Nines se enfadaba mucho cuando los
analizábamos en conjunto, por ello decidí trabajar una parte de la sesión
individualmente, con cada uno de ellos; posteriormente nos reuníamos los tres en
el tramo final.
Los hechos eran tan evidentes que, poco a poco, Nines comprendió que no era
objetiva en su valoración, y que sus insatisfacciones obedecían más a sus
estados emocionales previos que a las conductas de Néstor. Aceptó que teníamos
que trabajar con ella de forma intensiva, para racionalizar y controlar sus
pensamientos más automáticos. Una vez vencida su primera resistencia, aprendió a
objetivar las causas que provocaban sus emociones, aumentó el control sobre sus
pensamientos irracionales y empezó a actuar de una forma más objetiva y, sobre
todo, más justa con Néstor.
Aún nos
costó mucho que Nines empleara el refuerzo positivo en su relación, parecía
resistirse con todas sus fuerzas a decir algo agradable a la otra persona; nunca
encontraba la ocasión ni el momento, pero ante nuestra insistencia y la
paciencia de Néstor, terminó por conseguirlo.
Un
análisis riguroso de todas las causas y posibles antecedentes que habían
condicionado la forma actual de relacionarse de Nines nos condujo a su familia.
Ella venía de una familia muy fría en sus relaciones y distante en la
comunicación, con unos padres muy exigentes y duros con sus hijos. Nines no
recordaba ningún momento en que su padre le hubiera felicitado por algo; tampoco
su madre había sido una persona afectiva o cercana. En su familia sólo había
exigencias, deberes y obligaciones.
Estas
vivencias habían marcado mucho el carácter de Nines. Ella era muy exigente
consigo misma, pero llegaba a la intransigencia en su relación con los demás. Se
había casado con una persona que la podía complementar muy bien, pero no le
dejaba espacio ni le daba oportunidad para hacerlo.
Finalmente había comprendido que el origen y la causa de sus problemas no era la
conducta de Néstor, al contrario, él era su mejor oportunidad, pero la solución
a la mayor parte de sus conflictos e insatisfacciones estaba dentro de ella
misma.
En este
caso la paciencia de Néstor y la capacidad de lucha de Nines consiguieron
resolver una situación muy crítica. Sin duda, el cariño que había entre ambos
aún era muy fuerte, tanto como para no haber muerto en esos años de convivencia
dura y difícil.
Vamos a
ver en el siguiente espacio otra emoción que nos puede llenar de sufrimiento, la
que sentimos cuando pasamos de la admiración al dolor.
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