PERMITIR VEJACIONES O ATAQUES A NUESTRA DIGNIDAD
Si ante
el primer signo de vejación no reaccionamos, nuestro dolor no encontrará
consuelo.
Hay
situaciones que no admiten dudas o interpretaciones condescendientes. La persona
que es capaz de perder el control y llegar a la vejación, lo volverá a perder si
las consecuencias no han sido suficientemente fuertes como para extinguir una
conducta tan patológica como la señalada.
¿Podemos distinguir la vejación del maltrato? No, no podemos ni debemos
distinguirlo, porque la vejación siempre implica maltrato y el maltrato,
vejación.
Hay
personas que sólo etiquetan de maltrato al maltrato físico, pues argumentan que
el maltrato psicológico es más difícil de probar; según estas personas se trata
de un maltrato subjetivo, donde las «secuelas» no son evidentes. Es como si la
culpa la tuviera la víctima, por ser «endeble» y sufrir sin necesidad. Este
concepto es una auténtica aberración, que esconde un cinismo intolerable, o se
basa en un profundo desconocimiento del ser humano. En cualquier caso, es
inadmisible que hoy en día existan maltratadores/as que puedan seguir
maltratando desde la impunidad más absoluta.
Uno de
los problemas fundamentales de la vejación o del maltrato es el daño
«permanente» que sufre la persona vejada. La víctima, en su debilitamiento,
llega a sentirse en cierta medida culpable; su autoestima se hunde y se siente
invadida por una inseguridad que afecta, a todas las áreas de su vida.
Otra de
las consecuencias más dolorosas es el rechazo que pueden llegar a sufrir por
parte de sus hijos. En efecto, los hijos buscan la seguridad que no tienen en
sus padres cuando ven que uno de sus progenitores maltrata o veja al otro,
inmediatamente se sienten conmocionados; en esos momentos desean que se haga
justicia de forma inmediata, y que el padre/madre culpable sienta el rechazo que
provoca su acción. Los hijos necesitarían que la víctima actuase con decisión y
firmeza, que fuera capaz de defenderse, de tal forma que el agresor se sintiera
tan impactado que no volviera a repetir su fechoría. Pero si en lugar de esto se
encuentran que el progenitor maltratado deja que el otro siga con sus
humillaciones, agresiones y/o vejaciones, se resienten contra el padre/madre que
no es capaz de defenderse, y en su impotencia llegan a sentir rechazo por la
víctima, y la pueden tratar con extrema dureza por permitir la humillación. En
cierta forma, con su actitud intentan que el progenitor maltratado reaccione y
resuelva una situación que a ellos les resulta insoportable y que les llena de
incertidumbre e inseguridad.
No
olvidemos, además, que otro de los efectos terribles de los padres maltratadores
es que sus hijos pueden llegar a repetir esas conductas tan violentas y
destructoras.
El
resultado final es horroroso: una persona maltratada puede terminar sintiéndose
culpable, despreciándose a sí misma y sufriendo el rechazo de sus hijos.
En
definitiva, no podemos tolerar conductas vejatorias con nosotros, pues si lo
hacemos nos habrán quitado algo sin lo que no podemos vivir: nuestra propia
dignidad, nuestra valoración y el respeto que nos debemos corno personas.
Pero como
ya decíamos, si estas consecuencias son terribles, ¿cómo nos podemos sentir
cuando utilizan a los hijos en nuestra contra? Este tema en concreto lo
trataremos en el siguiente espacio.
|