ASPECTOS PSICOLÓGICOS Y SALUD
Psicología y salud presentan una obvia relación que podría describirse, al
menos, en dos sentidos. Uno, en el que la acepción de salud sea la estrictamente
relativa a lo psíquico, es decir, lo mental. Estaríamos entonces hablando de la
denominada salud mental, cometido tradicional de la psicología y de los
profesionales que la practican. Desde esta perspectiva, nos moveríamos en el
ámbito de lo psicopatológico —la anormalidad psíquica— y el trastorno mental, su
diagnóstico, su tratamiento, etcétera. Esto se correspondería con la también
denominada —popular, profesional y académicamente— Psicología Clínica. Más allá
de los límites de actuación, más o menos reconocidos, de esta disciplina
clínica, aparece un segundo sentido de la relación entre psicología y salud.
Nace desde la óptica de una concepción más global de salud, donde adquieren
especial relevancia los aspectos psicológicos asociados a los procesos de
enfermedad física. Esta nueva perspectiva da pie al desarrollo de una disciplina
que se ha dado en llamar Psicología de la Salud, muy de la mano, si no
abarcando, los presupuestos de la mencionada Psicología Clínica, pero con
objetivos distintos en la intervención psicológica y contextos alternativos de
actuación.
La
relación entre psicología y salud, sobre todo en el segundo de los sentidos
planteados, ha sido abundantemente abordada desde distintos ámbitos científicos,
con perspectivas dispares a veces y diferencias de posturas en cuanto a lo que
significa la vinculación entre ambas o a qué aspectos se refiere lo que
describiría la denominada Psicología de la Salud.
Por otro
lado, desde un punto de vista lego o no experto se antojan también obvios los
dos sentidos de la relación antes descritos. Es decir, popularmente se advierte
que la denominada, globalmente, locura se corresponde con un estado
alterado de salud en la esfera de lo mental («estar mal de la cabeza», en
sentido genérico), distinto al malestar que acompaña el padecimiento de una
enfermedad orgánica grave o el tener que someterse a una intervención
quirúrgica, aunque en este caso el núcleo de la enfermedad no es precisamente
mental sino físico.
Gran
parte de los contenidos de este espacio web son más bien abordajes de una salud
psicológica, es decir, esa que se refiere al ámbito de lo psíquico o lo mental.
Desde este plano, se estaría asumiendo una, por otra parte clásica, dualidad en
el ser humano, aquella a la que Rene Descartes (1596-1650) denominó «dualismo
mente-cuerpo» (res cogitans-res extensa] y que ha marcado el devenir del estudio
de lo humano en los últimos siglos, también en términos de salud, de un modo tan
extremo que lo no corporal (res cogitans) —por extrapolación, lo espiritual—
casi no era objeto de estudio de la ciencia misma.
A pesar
de que otras culturas —por ejemplo, la medicina china— y otras concepciones más
antiguas —planteamientos de la Grecia clásica— sobre la salud y la enfermedad no
mostraron una separación tan radical entre la mente y el cuerpo, el dualismo
cartesiano arraiga y se hace patente hasta la actualidad, sobre todo en el
contexto cultural occidental. No obstante, planteamientos en torno a una
concepción uniforme del sujeto humano como un todo, vienen advirtiéndose, al
menos desde los inicios del siglo XX, haciéndose claramente explícitos en
declaraciones como la de la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), que
en su definición de «salud» de 1946 se expresaba en los siguientes términos: «Un
estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia
de afecciones o enfermedades».
A la luz
de los planteamientos más actuales viene a concebirse al ser humano como un
«todo» (la también denominada concepción holística), fruto de la interacción de
diversos sistemas o grandes ámbitos de expresión (en definitiva, de diversos
modos de abordaje profesional y científico del mismo), sin olvidar que el ser
humano es el resultado interactivo de todos ellos a la vez. Esos grandes
sistemas o áreas no serían otros que el biológico, el psicológico y el social.
La explicación en tales términos del sujeto humano y su funcionamiento se haría
bajo el prisma del denominado y propuesto —entre otros, por Engel (1977)— como
modelo biopsicosocial.
Podría
decirse, y actualmente se admite, por tanto, que el ser humano es un todo
indivisible y que sus manifestaciones, como tales, en términos de salud o
enfermedad, afectan al funcionamiento conjunto e interactivo de todo su ser, con
expresiones en el ámbito de lo psicológico, lo biológico y lo social.
Desde distintas disciplinas, con mayor o menor calado en cada una de ellas, se
viene tratando de abordar al sujeto humano, su salud y su enfermedad, desde
perspectivas lo más completas posible. Ése es el objetivo de áreas de estudio e
intervención en psicología como la antes mencionada Psicología de la Salud, la
cual, desde ese marco «holístico» del ser humano, aborda el estudio de su salud
como un estado dinámico, en constante cambio, más allá de la ausencia de
enfermedad, en el que el individuo cumple un papel activo, tanto para el cambio
hacia un estado óptimo como para el mantenimiento del mismo. Así, este nuevo
marco de funcionamiento del sujeto humano otorga un papel fundamental al
comportamiento de cada uno de nosotros en nuestro propio estado de salud y,
probablemente, en el de los demás (desde una perspectiva ecológica).
Recuperando un argumento que, respecto del padecimiento de la enfermedad de
cáncer, exponía Ramón Bayés ya hace algunos años, en su libro Psicología
oncológica, más del 80 por ciento de los procesos de cáncer se debe a la
conducta humana, es decir, a lo que hacemos o dejamos de hacer.
En
consecuencia, el comportamiento humano viene a jugar un importante papel en
nuestro propio estado dentro del continuo salud-enfermedad. Con un razonamiento
a la inversa, dado que la psicología tiene por objeto de estudio la conducta, la
relevancia de ésta en el tratamiento de eso que se denomina salud se antoja más
que obvio y a todas luces relevante.
Claro que
otro elemento de vital importancia lo constituye lo que pudiera o debiera
entenderse por conducta o comportamiento, que permitiría delimitar ese ámbito de
lo que hacernos. El propio concepto de conducta ha pasado por diversos análisis
y definiciones a la luz de las también diversas teorías explicativas dentro de
la psicología (y disciplinas afines). Desde posiciones radicales, en las que la
conducta quedaba restringida a lo que un organismo hace o dice desde un punto de
vista meramente observable (a través de los sentidos), hasta posturas, no menos
extremas, centradas exclusivamente en los procesos de pensamiento (cogniciones),
difícilmente observables, a los que se cataloga como la verdadera esencia de la
conducta.
En la
actualidad se admite, de forma casi universal, que la conducta es el modo de
expresión de lo psíquico simultáneamente, al menos, en tres grandes áreas: a)
cognitiva (pensamientos, creencias, expectativas, actitudes..), b) motórica y c)
fisiológica, como reflejo de ese todo único que es el ser humano
(biopsicológico) en presencia y/o interacción, directa o indirecta, con otras
personas (social).
Por
tanto, lo que hacemos, o sea nuestra conducta, se expresará como la suma —o más
bien interacción, dada la influencia mutua entre ellos— de lo que pensamos,
tanto como lo que visiblemente ejecutamos (movimientos), además de lo que
nuestro organismo hace cuando funciona y no vemos de modo directo (los latidos
de nuestro corazón, la respiración, la secreción de determinadas hormonas o,
incluso, el estado de las defensas de nuestro sistema inmune o la presión
arterial).