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Esquema del Árbol de
la Vida
Esquema de los
círculos de la manifestación del alma
Esquema del Árbol
místico
TERCERA SEFIRÁ: BINA,
ENTENDIMIENTO
Quizá la mejor forma de
aproximarse a Biná sea viéndola bajo la imagen de una gran madre cósmica. La
madre física concibe en su seno una nueva vida, que después exterioriza,
pero que sigue dependiendo de ella para su subsistencia, al menos durante
las primeras etapas. Para ello intuitivamente percibe las necesidades del
recién nacido y le prodiga sus cuidados. Del mismo modo, es la operación de
esta sefirá, el Entendimiento omniabarcante, concebir, dar a luz y mantener
providentemente a todos los mundos creados. Antes de esta esfera no se puede
hablar de forma alguna. Biná es la madre de la forma, donde empieza la
forma, aunque ella misma permanece por encima, en un plano superior.
Vislumbramos, entonces,
que la tercera sefirá tiene que ver con el acto de creación. Por otra parte,
el nombre de la esfera es de naturaleza cognoscitiva, con lo que se quiere
indicar que es el intelecto el agente creativo, proyectando el pensamiento
(Jojmá, la segunda sefirá) y entendiendo (Biná) su contenido, es decir,
concibiéndolo, porque en el plano Divino no hay separación entre pensamiento
y acto.
Biná es, entonces, el aspecto pasivo, puramente receptivo, y por tanto vacío
y oscuro del intelecto divino, aunque esto es contemplado desde el intelecto
divino mismo. Desde el punto de vista de la forma, Bina es una sefirá activa
y positiva.
Los símbolos del espacio-tiempo cósmicos, o del océano primordial de donde
surge la vida, son descriptivos de la naturaleza de esta sefirá. Tal como
establece el Génesis (1:2): "Y la Tierra estaba desordenada y vacía, y la
oscuridad se cernía sobre la faz del abismo. Y el Espíritu de Elohim (Elohim
es un Nombre Divino atribuido a esta Sefirá) vibraba (aleteaba, planeaba)
sobre la faz de las aguas". Tierra, oscuridad, vacío, etc., todos son
símbolos de esa receptividad sin límite que es el "rostro" del perfecto
espejo divino: el supremo plano de reflexión; la "Hyle" o materia
aristotélica en su aspecto más radical.
Porque si la
Manifestación toda puede considerarse como la la expresión de un acto de
autoconocimiento divino (el acto de conocerse y darse es uno y el mismo para
Dios (1), Bina, esta tercera sefirá, representa el "qué" de ese
conocimiento, Kéter, la primera sefirá, el "quién" -divina conciencia en sí
misma- y Jojmá, la segunda, el "cómo", lo que conoce, el medio de
conocimiento, el pensamiento divino. Este pensamiento es concebido como una
esencia beatífica o luz absoluta e indiferenciada que, recibida en el espejo
de Biná, es discernida (entendida) en todas sus posibilidades que serán
después creadas. El rayo de luz única es reflejado de vuelta hacia Kéter en
donde reposa en su absoluta unidad, pero es refractado o proyectado en las
siete sefirot inferiores (los siete días de la Creación) (2) que son los
arquetipos de toda existencia.
Por eso se dice que Biná es la Madre de la Forma. Según se desciende por
el Árbol de la Vida, en el proceso de construcción de la Vasija, todo está
cada vez más organizado, más densificado (Luz más contraída), hasta llegar
al punto último de concreción en Maljút. Es en Biná donde empieza este
proceso. Antes de ella no existe la más mínima traza de forma, siendo todo
energía pura. Mas Biná representa la idea de la forma más que la forma en
sí: la crea (el paso del pensamiento al acto) pero permaneciendo aparte de
ella. Biná es
la Inteligencia que subyace a todo, la Inteligencia Activa en la Creación.
Es, por tanto, la Ley Cósmica en su totalidad, la pauta que rige los mundos.
Como tal es la raíz última de la Severidad. Porque la Creación no es
solamente un acto que tuvo lugar una vez en el tiempo, sino algo que sucede
de continuo: "Profundidad del Principio, profundidad del Fin", dice el Séfer
Yetsirá, aludiendo a la acción conjunta de Jojmá y Biná, siendo la palabra
profundidad equivalente a infinitud. Es parte de la operación de Biná el
crear el despliegue de los mundos en la profundidad de la Nada Llena, en la
Eternidad de la Temporalidad sucesiva, en Movimiento y transformación
cíclicos y continuos (3), en la polaridad de la Vida y de la Muerte, pues
Biná, como madre de la forma, es madre de ambas. Toda forma es un tipo de
muerte para la fuerza, porque es constreñida, obligada a fluir por
determinados caminos, en vez de libremente, como antes. Pero sin forma, la
fuerza es inmanifestable e incognoscible.
En Biná, la matriz
cósmica, existe la pura totalidad de toda individuación. En hebreo, de la
misma raíz que Biná se tiene la preposición "ben (BYN)", que significa
"entre". En términos místicos, es lo que divide entre las cosas, es decir,
la diferenciación. De alguna manera, en esta sefirá todas los seres se
hallan "preformados", aunque preservados en la unidad del intelecto divino
que los contempla en ella. Por eso, aunque Biná es la raíz de toda
distinción -y por tanto de la muerte, pues toda separación es un tipo de
muerte- permanece ella misma sin diferenciación alguna: es la unidad en la
multiplicidad. Toda multiplicidad encuentra su unidad en ella, que es la
unidad intrínseca de lo uno y de lo otro, la Totalidad en la Unidad.
Biná es, entonces, el
océano, el continuo matemático que es innumerable pero contiene en sí todas
las posibilidades de numeración. Toda existencia separada añora un retorno
al continuo, una vuelta a la "madre", simbolizada esotéricamente por la
cripta o cueva iniciática: el intenso recogimiento en sí mismo con la
anulación de las potencias individuales. Biná es el punto de donde toda
existencia parte para recorrer su circuito cósmico (realizar su tikún) y al
cual debe retornar plenamente realizada, para reintegrarse en su raíz
divina, en la Luz de la que el alma superior no estuvo nunca separada. Por
eso esta esfera es llamada también Teshuvá, que quiere decir
arrepentimiento, pero que de una forma más literal significa retorno, tanto
a nivel individual como cósmico, porque ¿qué es el arrepentimiento sino una
vuelta a un estado de conexión con la propia raíz espiritual, conexión que
ha sido cortocircuitada por las consecuencias de una acción negativa?
Y también Biná es el
acto de Redención final simbolizado por el Jubileo: "Santificarás el año
quincuagésimo (4) y proclamarás la libertad por toda la tierra y para todos
sus habitantes. Será un jubileo para ti" (Lev. 25:10). Es el día del perdón,
de la purificación y liberación de todos los "pecados", incluido el de la
ilusión de separatividad, la conciencia finita, fragmentada, de que existe
algo fuera de Dios.
Biná presenta, así, una
doble cara: como madre severa (la aplicación de la ley cósmica) es la visión
del dolor, del esfuerzo, del camino a recorrer, de todo cuanto ha sucedido,
sucede y sucederá a lo largo de esa ruta, la lenta y laboriosa vía del
sendero involutivo y evolutivo (descenso y ascenso). Como madre amorosa y
providente, lleva a los mundos a su perfección última y es el estado de
redención de toda culpa: la Tierra que mana leche y miel, el Mundo Futuro,
la Jerusalem Celeste, etc.
Pero no hay femenino sin
masculino. Estudiar a Biná requiere al mismo tiempo a Jojmá, la segunada
Esfera, su polar complementario.
(1) Y toda acción divina
no puede tener más que a El mismo como objeto, aunque para crear a un "otro"
distinto de Sí, El tenga que crear un espacio de restricción de Sí.
Recordemos, además, que la Luz es Vida, Conciencia, Amor, Ser, cualidades
totalmente unificadas al nivel de lo Absoluto.
(2) Jésed = Luz; Guevurá
= Firmamento y separación; Tiféret = Árboles, semillas, arquetipos; Nétsaj:
luminarias, autoexpresión, orden natural, polaridades; Hod = pájaros, peces,
ideas y formas que pueblan los mundos; Yesod = mamíferos, hombre
macho/hembra, imagen y semejanza; Maljút = descanso, estabilidad,
completitud, inmanencia.
(3) Todo presenta a
partir de ese punto esta triple cara: espacio, tiempo, movimiento.
(4) Tras el ciclo de
siete veces siete de los mundos manifestados (sefírot inferiores). |
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