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EL CONOCIMIENTO DEL
GUARDIÁN DEL UMBRAL
Una vez
que el alma ha logrado la facultad de hacer observaciones, mientras está fuera
del cuerpo físico, pueden presentarse ciertas dificultades con respecto a su
vida emocional. Puede verse obligada a asumir una actitud diferente hacia si
misma, de la que estaba antes acostumbrada. El alma estaba habituada a
considerar el mundo físico como exterior a sí misma, en tanto que consideraba
toda experiencia interna como su posesión particular. Sin embargo, tratándose
del mundo suprasensible, no puede asumir respecto a éste la misma actitud que
hacia el mundo externo.
Tan
pronto como el alma percibe el mundo suprasensible en torno de sí, debe
sumergirse en él hasta cierto punto; no puede considerarse a si misma como
separada de lo que la rodea, como le pasaría en el mundo externo. Y debido a
este hecho, todo lo que podría llamarse nuestro propio mundo interno, en
relación con el mundo suprasensible, asume un cierto carácter que no es
fácilmente reconciliable con la idea de la intimidad privada. No podemos decir
ya más "Yo pienso", "yo siento" o "yo tengo mis pensamientos y les doy la forma
que me agrada". En cambio debemos decir: " Algo piensa en mí, algo hace surgir
emociones en mí, algo forma pensamientos en mí y los obliga a venir en una forma
absolutamente definida, haciendo sentir su presencia en mi conciencia".
Ahora
bien, este sentimiento puede contener algo extraordinariamente deprimente,
cuando la forma en que se presentan las experiencias suprasensibles es tal como
para darnos la certeza de que estamos realmente experimentando una realidad y no
perdiéndonos en fantasías o ilusiones imaginarias.
Tal como
es, parecería indicar que el mundo suprasensible que nos rodea quisiera sentir y
pensar por sí mismo, pero que se ve obstaculizado en la realización de sus
intenciones. Al mismo tiempo tenemos la sensación de que aquello que quiere
entrar en el alma es la verdadera realidad y la única que puede dar una
explicación de todo lo que antes habíamos experimentado como real. Este
sentimiento también da la impresión de que la realidad suprasensible se muestra
como algo cuyo valor trasciende infinitamente la realidad antes conocida por el
alma. Este sentimiento es, por lo tanto, deprimente, porque nos obliga a sentir
que nos vamos a ver forzados a querer el próximo paso que hay que dar.
Este
nuevo paso descansa en la verdadera naturaleza de lo que, debido a esa
experiencia interior, nos hace dar este paso. Si no lo damos, sentiremos esto
como una negación de nuestro propio ser o como una auto-aniquilación. Y, no
obstante, podemos a la vez sentir que no podemos darlo, o que, si lo intentamos,
quedará imperfecto.
Todo ello
se desarrolla en la idea siguiente: Tal como ahora es el alma, se encuentra con
una tarea ante ella, que no puede dominar, porque tal como es ahora, se ve
rechazada por el mundo suprasensible que la rodea, porque el mundo suprasensible
no la quiere tener en su reino, y así es cómo llega el alma a sentirse en
contradicción con el mundo suprasensible: y tiene que decirse a sí misma: "Yo no
soy tal como para hacer posible para mí el mezclarme con ese mundo, y, sin
embargo, solo allí puedo conocer la verdadera realidad de mí relación con él;
porque yo me he separado, yo misma, del reconocimiento de la Verdad."
Este
sentimiento implica una experiencia que nos hará más y más claro y decisivo el
exacto valor de nuestra propia alma. Sentimos que tanto nosotros como toda
nuestra vida están basados en un error. Y, sin embargo, este error es diferente
de otros errores. Los otros son pensados, pero éste es una experiencia viviente.
Un error que sólo es un error de pensamiento, puede ser corregido cuando el
pensamiento erróneo es substituido por el correcto. Pero el error que ha sido
experimentado se ha convertido en parte de la vida de nuestra alma misma;
nosotros mismos somos el error; no podemos corregirlo sencillamente, porque,
pensemos como pensemos, allí está, es parte de la realidad, y ésta, también es
nuestra propia realidad. Esta experiencia es completamente aplastadora para el
yo. Sentimos nuestro ser más íntimo penosamente rechazado por todo lo que
deseamos. Este sufrimiento, que se siente en cierto estadio de la jornada del
alma, está mucho más allá de todo lo que como dolor pueda ser sentido en el
mundo físico, y por lo tanto puede exceder a todo cuanto hayamos sido capaces de
dominar en la vida de nuestra alma. Puede tener el efecto de paralizarnos. El
alma se encuentra ante el tremendo problema: ¿de dónde sacaré la fuerza
necesaria para arrastrar la carga arrojada sobre mí?
Y el alma
debe encontrar esa fortaleza dentro de su propia vida. Consiste en algo que
podría ser caracterizado como valor interior, como audacia interna.
Con
objeto de poder seguir adelante en el camino del alma debemos habernos
desarrollado hasta tal punto que la fuerza que nos permita trazar nuestras
experiencias surja dentro de nosotros y produzca ese valor y audacia interior,
en un grado tal como jamás fue necesario para la vida en el cuerpo físico. Esa
fortaleza sólo puede producirla el verdadero conocimiento de sí mismo, y en
realidad, solamente al llegar a este estado de desenvolvimiento es cuando
comprendemos qué poco sabíamos realmente acerca de nosotros mismos. Nos hemos
entregado a nuestras experiencias interiores sin observarlas, como uno observa
una parte del mundo exterior. Los pasos que hemos dado para llegar a la facultad
de experimentar extrafísicamente, nos permiten obtener un medio especial de
conocernos a nosotros mismos. Aprendemos en cierto sentido a contemplarnos desde
un punto de vista que sólo puede encontrarse fuera del cuerpo físico, y el
sentimiento de depresión antes mencionado constituye por si mismo el principio
del verdadero conocimiento de sí mismo. Comprender que uno mismo está en
relaciones erróneas con el mundo exterior es un signo de que uno está comenzando
a realizar la verdadera naturaleza de su propia alma.
Está en
la naturaleza del alma humana el sentir esa iluminación acerca de sí misma como
algo doloroso, y sólo cuando sufrimos este dolor, es cuando nos damos cuenta de
cuán fuerte es el deseo natural que experimentamos de sentirnos nosotros mismos
tal como somos: ser seres humanos de importancia y valor. Puede parecer feo que
esto sea así; pero debemos afrontar esta fealdad de nuestro propio ser sin
prejuicios. No lo habíamos notado antes, sencillamente porque no habíamos
penetrado bastante profundamente, con plena conciencia, dentro de nuestro propio
ser. Y sólo cuando lo hacemos es cuando percibimos cuán profundamente amamos
aquello en nosotros que nos vemos obligados a calificar como feo. El poder del
amor propio se muestra entonces en toda su enormidad.
Y al
mismo tiempo descubrimos cuán poco inclinados nos encontramos a dejar a un lado
ese amor propio, y aunque sólo se trate de esas cualidades anímicas relacionadas
con nuestra vida ordinaria y los demás, las dificultades son todavía bastante
grandes. Entonces aprendemos, por ejemplo, mediante el verdadero conocimiento de
nosotros mismos, que aunque antes creíamos que sólo teníamos buenos sentimientos
para alguno, sin embargo, en las profundidades de nuestra alma estamos
alimentando odios o envidias hacia esa persona, y entonces comprendemos que
estos sentimientos que hasta ahora no han surgido a la superficie, algún día
tratarán de manifestarse, y también entonces comprenderemos cuán superficial
sería decirse a sí mismo: “Ahora que ves las cosas tales y como son, desarraiga
esa envidia y ese odio”. Porque descubrimos que armados solamente con este
pensamiento nos sentiremos extraordinariamente débiles cuando llegue el día en
que surja el deseo de expresar nuestra envidia o de satisfacer nuestro odio con
todo su poder elemental.
Estas
diferentes clases de autoconocimiento se manifiestan en las diferentes personas
de acuerdo con la constitución especial de sus almas. Aparece cuando comienza la
experiencia fuera del cuerpo, porque entonces nuestro conocimiento de nosotros
mismos se convierte en verdadero, y ya no está teñido por nuestro deseo de
modelarnos en tal o cual forma, como quisiéramos ser.
Este
especial conocimiento de sí es doloroso y deprimente para el alma, pero si
queremos lograr la facultad de experimentar fuera del cuerpo, no puede ser
evitado, porque necesariamente lo evoca la posición especial que tenemos que
adoptar con respecto a nuestra propia alma. Se requieren los más fuertes poderes
del alma, aunque sólo fuera cuestión de un ser humano ordinario que estuviera
tratando de conocerse a sí mismo en una manera general.
Nos
estamos observando desde el punto de vista fuera del de nuestra vida interna
anterior. Tenemos que decirnos: "Yo he contemplado y juzgado las cosas y sucesos
del mundo de acuerdo con mi naturaleza humana. Ahora debo tratar de imaginarme
que no puedo contemplarlas y juzgarlas de esa manera. Pero entonces ya no seré
lo que soy. Seré sencillamente nada. Incluso en el torbellino de la vida diaria,
que rara vez se piensa acerca del mundo o de la vida, el ser humano debería
dirigirse a sí mismo de esta forma
Cualquier
persona de ciencia o filósofo tendría que hacerlo así también. Porque hasta la
filosofía no es más que observaciones y juicios acerca del mundo, de acuerdo con
las cualidades individuales y las condiciones de la vida humana. Ahora bien,
estos juicios no pueden mezclarse con la existencia o las cosas suprasensibles.
Es rechazado por ellas, y con ello es rechazado todo lo que hemos tenido hasta
ese momento. Tenemos que mirar para atrás, sobre toda nuestra alma, sobre
nuestro ego mismo, como algo que debe dejarse a un lado cuando queremos entrar
en el mundo suprasensible.
El alma,
sin embargo, no puede dejar de considerar a este ego como su ser real hasta que
entra en los reinos suprasensibles. El alma debe considerarlo como el verdadero
ser humano, y debe decirse a sí misma: "Mediante este, mi ego, debo formarme
ideas del mundo; no debo perder este ego mío si no quiero desaparecer yo misma
como ser".
Existe en
el alma una fuerte tendencia a preservar y resguardar al ego en todo sentido,
para no perder pie absolutamente. Lo que así siente el alma como absolutamente
necesario en la vida ordinaria, debe ser abandonado cuando entra en el reino
suprasensible. Tiene que cruzar allí un umbral, donde debe abandonar tras de sí
no solamente esta o aquella otra preciosa posesión, sino el ser mismo que antes
creía que era. El alma debe ser capaz de decirse a sí misma: “Eso que hasta
ahora me pareció mi más segura verdad, debo ahora, en el otro lado del umbral
del mundo suprasensible, considerarlo como mi más profundo error."
Ante
semejante demanda, el alma puede muy bien retroceder. El sentimiento puede ser
tan fuerte que los pasos necesarios pueden parecer como un abandono de su propio
ser, como un reconocimiento de su propia nada, de manera que admita, más o menos
completamente en el umbral, su propia impotencia para satisfacer las demandas
puestas ante ella. Este reconocimiento puede tomar todas las formas posibles.
Puede aparecer meramente como un instinto, y creer el discípulo que piensa y
obra de acuerdo con él, algo completamente diferente de lo que realmente es.
Puede, por ejemplo, sentir un gran disgusto por todas las verdades
suprasensibles. Puede considerarlas como sueños o fantasías imaginarias. Y lo
hará así porque en esas profundidades de su alma, que desconoce, existe un
terror secreto por esas verdades. Sentirá que sólo puede vivir con lo que sus
sentidos y sus juicios intelectuales pueden admitir. Entonces evitará de llegar
al umbral del mundo suprasensible, y disimulará su actitud diciendo: “Eso que se
supone está más allá del umbral no es admisible ni por la ciencia ni por la
razón”. El hecho, sin embargo, es que él ama la razón y la ciencia tal como las
conoce, porque están entretejidas con su ego. Esta es una forma muy frecuente de
amor propio y como tal, no puede ser llevada al mundo suprasensible.
También
puede suceder que no solamente se produzca este alto instintivo ante el umbral.
El discípulo puede proceder conscientemente hacia el umbral y luego dar vuelta
en redondo, porque teme lo que está ante él. Pero entonces no podrá borrar tan
fácilmente de la vida ordinaria de su alma el efecto de haberse así aproximado a
él, y ese efecto será que una gran debilidad se difundirá sobre toda la vida de
su alma.
Lo que
debería suceder es simplemente esto: que el discípulo al entrar en el mundo
suprasensible se capacite para renunciar a eso que en su vida ordinaria
considera como la más profunda verdad, y se adapte a un modo diferente de sentir
y juzgar las cosas. Pero al mismo tiempo debe tener presente que cuando
nuevamente confronte el mundo físico, debe emplear la manera de sentir y de
juzgar que son apropiadas al mundo físico. Debe no sólo aprender a vivir en dos
mundos diferentes, sino también a vivir en cada uno de ellos de manera
completamente diferente, y no debe permitir que su sano juicio, que necesita en
la vida ordinaria del mundo de la razón y de los sentidos, sea oprimido por el
hecho de verse obligado a emplear otra clase de discernimiento cuando se
encuentra en el otro mundo.
Adoptar
esta actitud es difícil para la naturaleza humana, y la capacidad de hacerlo se
adquiere solamente mediante un fortalecimiento continuado y persistente, así
como de una gran paciencia, en la vida psíquica. Todos los que pasan por la
experiencia del umbral, comprenden que es una ventaja en la vida ordinaria no
haber llegado tan lejos. Los sentimientos que se despiertan son tales que uno no
puede sino pensar que esta ventaja o protección procede de alguna entidad
poderosa que protege al hombre del peligro de pasar por el terror de la
aniquilación de sí mismo en el umbral.
Tras el
mundo externo de la vida ordinaria hay otro mundo. Ante el umbral de este mundo
exterior y físico un guardián severo está vigilando, impidiendo al ser humano
conocer lo que son las leyes del mundo suprasensible. Porque todas las dudas y
todas las incertidumbres concernientes a ese mundo son, después de todo, mucho
más llevaderas que la visión de lo que uno debe dejar tras de sí cuando quiere
cruzar el umbral.
El
discípulo es protegido contra esta experiencia mientras no avance hasta el
umbral mismo. El hecho de que reciba descripciones de las experiencias que hayan
tenido los que ya cruzaron este umbral no cambia en nada el hecho de que está
protegido. Por el contrario, esas comunicaciones pueden prestarle buenos
servicios cuando se esté aproximando al umbral. En este caso, como en muchos
otros, una cosa se hace mejor si uno anticipadamente ya tiene una idea de ella.
Pero por lo que toca al conocimiento de sí mismo que debe lograr el viajero en
el mundo suprasensible, en nada es afectado por ese conocimiento preliminar.
No está
por lo tanto en armonía con los hechos el clarividente, o aquel que está
familiarizado con la clarividencia, que dice que estas cosas no deberían ser
mencionadas absolutamente a las personas que no estén a punto de resolverse a
entrar en el mundo suprasensible. Estamos viviendo en una época en que el ser
humano debe familiarizarse más y más con la naturaleza del mundo suprasensible,
si es que la vida de su alma debe responder a los desafíos que la vida ordinaria
tiene sobre él. La difusión del conocimiento suprasensible, incluyendo el
conocimiento del guardián del umbral, es una de las tareas del momento actual y
del futuro inmediato. |
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