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UN MITO DE DOS
HERMANOS
Una lección de cómo prosperar
ESTE
RELATO QUE NOS LLEGA DF. ÁFRICA ORIENTAL TIENE MUCHO QUE ENSEÑARNOS SOBRE
LAS LEYES INVISIBLES QUE DEBEMOS RESPETAR SI HEMOS DE HALLAR LO QUE BUSCAMOS
EN EL MUNDO UNO DE LOS HERMANOS SE EQUIVOCA, MIENTRAS QUE EL OTRO ESTÁ EN LO
CORRECTO, NO PORQUE SEA MÁS INTELIGENTE O MÁS FUERTE, SINO PORQUE ES CAPAZ
DE RESPONDER A LAS NECESIDADES DE AQUELLOS QUE ENCUENTRA A LO LARGO DEL
CAMINO.
ÉRASE
un hombre que tenían dos hijos. El mayor se llamaba Mkunare, y el menor
Kanyanga. Eran tan pobres que no poseían ni una sola vaca. Finalmente,
Mkunare propuso subir al Kibo, uno de los dos picos del monte Kilimanjaro,
porque había oído que allí se encontraba un rey que era generoso con los
hombres. De este modo tenía la esperanza de satisfacer lo que sentía que era
su vocación, la salvación de su familia y de su pueblo. Mkunare cogió
algunos alimentos —todo cuanto podían darle— y partió hacia la montaña. Al
poco tiempo encontró a una anciana que estaba sentada a la orilla del
camino. Tenía los ojos tan enfermos que no podía ver. Mkunare la saludó.
—¿Por qué has venido a este lugar? —dijo la anciana.
—Estoy buscando al rey que vive en la cima de la montaña —contestó Mkunare.
—Chúpame los ojos hasta que me queden limpios —pidió la anciana— y te diré
cómo llegar allí.
Pero
Mkunare se sintió demasiado asqueado por los ojos de la anciana como para
chupárselos, y siguió adelante. Un poco más arriba, llegó al país de
Konyingo (el de la Gente Pequeña) y vio a un grupo de hombres sentados
dentro del cercado del ganado del rey. Esos hombres eran muy bajitos, del
tamaño de niños pequeños, y Mkunare pensó erróneamente que se trataba de
niños.
—¡Hola! —gritó—, ¿dónde puedo encontrar a vuestros padres y hermanos
mayores?
Los
Konyingo respondieron:
—Espera aquí hasta que lleguen.
Mkunare esperó hasta la tarde, pero no llegó nadie. Antes del anochecer los
Konyingo condujeron su ganado hasta el cercado y mataron un animal para la
cena; pero no le dieron a Mkunare nada de carne. Le dijeron que debía
esperar hasta que llegaran sus padres y sus hermanos mayores. Cansado,
hambriento y malhumorado, Mkunare se dispuso a bajar de la montaña, y por
eso tuvo que volver a pasar delante de la mujer que estaba sentada a la
orilla del camino. Pero, aun cuando trató de persuadirla, ella no le aclaró
nada sobre lo que le había sucedido. En su camino de regreso, se perdió en
un país deshabitado y no pudo llegar a casa hasta un mes después. De modo
que fracasó en su búsqueda y les dijo a sus familiares que había gente en la
cima del Kibo que tenía grandes manadas de ganado, pero como eran muy
tacaños no le daban nada a los extraños.
Entonces el hermano menor decidió subir a la montaña en un segundo intento
de aliviar la pobreza de la familia. Después de recorrer un trecho, también
encontró a la anciana sentada a la orilla del camino. Kanyanga la saludó, y
cuando la anciana le preguntó por qué había llegado hasta allí, le dijo que
estaba buscando al rey que vivía en la cima de la montaña.
—Chúpame los ojos hasta que me queden limpios —pidió la anciana a Kanyanga—
y te diré cómo llegar hasta allí.
Kanyanga se apiadó de ella y le chupó los ojos a fondo.
—Continúa subiendo —pidió la anciana a Kanyanga— y llegarás al lugar donde
se encuentra el rey. Los hombres que verás allí no son más altos que niños,
pero no creas que lo son. Dirígete a ellos como miembros del consejo del rey
y salúdalos con respeto.
Un
poco más arriba, Kanyanga llegó al cercado del ganado del rey Konyingo y
saludó a los enanos muy respetuosamente. Ellos lo llevaron ante el rey, que
escuchó su petición de ayuda y ordenó que le dieran comida y un lugar para
dormir aquella noche. Como recompensa por su hospitalidad, Kanyanga enseñó a
los Konyingo los ensalmos y medicinas que protegen las cosechas contra los
insectos y otras plagas, y también diversos ensalmos que, de forma
invisible, cierran los caminos a los enemigos invasores. La Gente Pequeña se
sintió tan agradecida con estos nuevos métodos que cada uno le dio a
Kanyanga un animal de su rebaño. De este modo comenzó a descender de la
montaña llevando por delante a su ganado y cantando la Canción de la manada.
Y así fue como Kanyanga prosperó, al igual que lo hizo su familia. El
pueblo, sin embargo, compuso una canción sobre su hermano mayor Mkunare, que
todavía la cantan:
Oh
Mkunare, espera a que lleguen los padres.
¡Qué
derecho tienes para despreciar a la Gente Pequeña?
COMENTARIO: Mkunare, al igual que muchas personas, sabe lo que quiere. Desea
prosperar y ayudar a su familia y a sus paisanos, y para conseguirlo
necesita el favor de alguien que esté en disposición de ayudarle. También,
como muchas personas, está tan preocupado por lograr su meta que no logra
darse cuenta lo que está sucediendo a su alrededor, y no responde con
compasión al que, menos afortunado que él, se encuentra a lo largo del
camino. Debido a que siente repulsión por la anciana y no observa
detenidamente a los pequeños Konyingo para poder determinar si, en realidad,
se trata de niños u hombres, no recibe ayuda y debe regresar a casa con las
manos vacías. Igualmente, nosotros podemos estar tan ofuscados por lo que
queremos conseguir de la vida que perdemos la capacidad de permanecer
conscientes de lo que tenemos delante en el presente inmediato. Tal no saber
vivir el aquí y el ahora, es posible que nos arriesguemos a perder las metas
que tanto anhelamos obtener.
La
anciana a quien Mkunare encuentra es una de las infortunadas de la vida,
pero también posee cierta información muy importante, sin la cual Mkunare no
podrá alcanzar lo que busca. Podemos interpretar que la anciana es como una
imagen de aquellos que están en peor situación que nosotros y que, a través
de una experiencia más amarga, han adquirido la sabiduría que necesitamos. O
podemos verla como símbolo del lado doloroso e injusto de la vida, al que
debemos enfrentarnos si hemos de comprender el mundo en que vivimos.
Cualquiera que sea la forma en que la interpretemos, el mensaje es claro:
rehusarse a responder a su petición constituye una ignorancia fatal de los
hechos reales, y por lo tanto un fracaso. Los personajes como esta anciana
son comunes en el mito. A veces se los representa como personas pobres,
enfermas o ancianas que buscan un favor, otras veces como animales que
necesitan ayuda; y cuando aparecen, recompensan invariablemente a quienes
responden a su petición con algún conocimiento vital o con algún utensilio
que asegura el éxito futuro. Es posible que nos enfrentemos a tales
situaciones a medida que nos movemos por la vida; sin embargo, son numerosas
las veces que no sabemos reconocer la importancia de lo que tenemos frente a
nosotros y no mostramos la compasión necesaria.
El
segundo error de Mkunare, que surge inevitablemente tras el primero, es que
se dirige a la Gente Pequeña con falta de respeto debido a que piensa que se
trata de niños Como estos no se equiparan con la imagen que tiene Mkunare de
lo que deben de ser unos consejeros del rey, les habla con desprecio. Del
mismo modo, también podemos observar que juzgamos a los demás únicamente por
su apariencia y los tratamos con falta de respeto, sin damos cuenta de que
pueden tener la clave de las metas que tan ávidamente estamos persiguiendo.
Y aun cuando esta gente Pequeña fueran niños, los niños también merecen el
respeto como personas; si son lo suficientemente sabios como para conducir
donado, son merecedores de que Mkunare les hable con educación. En lugar de
ello, los ignora, y ellos le hacen pagar su falta de cortesía. En
recompensa, Mkunare no aprende nada de todo esto, pero más adelante dice a
todo el mundo que los Kmyingo son demasiado tacaños como para compartir
cualquier cosa con él. Semejante punto de vista negativo y cínico de ciertas
personas no es a menudo el resultado de la mezquindad de los demás, sino el
de nuestra propia estupidez.
Kanyanga, a diferencia de su hermano mayor, no está cegado por su
insensibilidad ni por su superficialidad. Se apiada de la anciana y le da lo
que ella necesita; aunque se siente asqueado, su compasión demuestra ser más
fuerte. Chuparle los ojos enfermos a una anciana casi ciega es una imagen
conmovedora que sugiere el proporcionar unirán bienestar ante el dolor y la
desilusión de los demás. En consecuencia, le aconseja a Kanyanga sobre la
Gente Pequeña, y este no los confunde con niños. Pero va más allá de seguir
simplemente el buen consejo; responde a la generosidad de los Konyingo con
su propia generosidad, enseñándoles todo lo que sabe. Este acto no está
calculado para obtener una recompensa; es un ofrecimiento que parte del
corazón. Por lo tanto, triunfa al traer a casa la riqueza en forma de
ganado. El mensaje en este caso está claro.
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