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ER ENTRE LOS
MUERTOS
La muerte es el comienzo de la vida
EL
MITO DE ER LO CUENTA PLATÓN EN LA REPÚBLICA. NOS PRESENTA UNA VISIÓN RICA Y
COMPLEJA DE LA MUERTE Y DE LA VIDA EN EL MÁS ALLA, QUE SUSCITA INQUIETUDES
IMPORTANTES SOBRE ALGUNAS DE LAS FORMAS MÁS SIMPLISTAS DE CONTEMPLAR ESTE
QUE ES AL MÁS PROFUNDO DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA. A PESAR DE LO QUE NOS
HAYAN ENSEÑADO EN LA INFANCIA, Y A PESAR DE LO QUE PUEDAN SER NUESTRAS
CREENCIAS ADULTAS RESPECTO A LO QUE NOS ESPERA DESPUÉS DE LA MUERTE, LA
HISTORIA DE ER NOS HABLA DE QUE EL COSMOS ES UNA UNIDAD, Y QUE SOMOS PARTE
DE UN TODO MAYOR QUE SE MUEVE SEGÚN LEYES ORDENADAS Y ARMONIOSAS. LA MUERTE,
EN ESTE GRANDIOSO Y ORDENADO SISTEMA, NO ES SINO UNA MERA ETAPA EN EL
CONTINUO DE LA GRAN UNIDAD.
ER
era un guerrero valiente que murió en batalla. Al suponer que estaba muerto,
lo colocaron como era habitual sobre una pira funeraria. Su cuerpo
permaneció allí durante doce días, misteriosamente incorrupto. Y al
duodécimo día, Er sorprendió a sus amigos levantándose y contándoles la
historia de su viaje por el mundo de las sombras.
Su
alma se había desprendido de su cuerpo para unirse a la multitud de otras
almas en medio de un extraño y maravilloso paisaje, en el que se abrían dos
abismos que conducían bajo tierra y dos pasadizos que conducían a los
cielos. En ese lugar estaban sentados los jueces que pronunciaban la
sentencia correspondiente a cada persona. A las almas de los justos se les
ordenaba que tomaran uno de los pasadizos hacia arriba, y cada alma llevaba
un pergamino que acreditaba su bienaventuranza. Pero los demás llevaban el
registro de sus malas acciones y se les pedía que descendieran bajo tierra,
a través de uno de los caminos de bajada. Cuando llegó el turno de Er, sin
embargo, los jueces decidieron que debería llevar de regreso al mundo de los
vivos un informe de lo que había visto y oído entre los muertos.
Vio
cómo los que acababan de morir seguían por lugares distintos, algunos hacia
arriba, a los cielos, y otros hacia abajo, al inframundo. Por la otra
abertura que conducía al inframundo surgían sombras procedentes de las
profundidades, cubiertas de polvo y de suciedad, al encuentro de los que
descendían resplandecientes y puros del otro camino celestial. Todos ellos
se entremezclaban en la meseta, mientras buscaban a quienes habían conocido
en vida e intercambiaban noticias ansiosamente. A los justos se los veía
llenos de alegría, en tanto que los malvados se lamentaban llorosos de lo
que habían tenido que soportar durante mil años. Er aprendió que cada acto
de la vida tenía que ser compensado durante un tiempo diez veces más largo
de vida entre las tinieblas, con duros castigos para los que habían sido
malvados y con espléndidas recompensas para los que habían hecho el bien a
los demás humanos.
Las
almas destinadas a regresar a la tierra para comenzar otra encarnación
permanecían en este lugar durante algún tiempo y luego se acercaban a una
columna de luz que surgía ante su vista, brillando como un arco iris, pero
en forma más resplandeciente y etérea. Este pilar de luz, según Er, es el
eje entre el cielo y la tierra; y en el medio pende el huso inquebrantable
de la Necesidad, que ella hace girar sobre sus rodillas para mantener
rotando a los ocho variados círculos de colores. Estos círculos son los
cursos del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas fijas. Con cada
círculo gira una Sirena, cantando una sola nota, de modo tal que las ocho
voces se mezclan en armonía para crear la Música de las Esferas. Alrededor
del trono de la Necesidad se sientan sus tres hijas, las Parcas: Laquesis,
Cloto y Átropos. Sus voces están en concordancia con las Sirenas. Laquesis
canta el pasado, Cloto el presente y Átropos el futuro, mientras que, de vez
en cuando, las tres dan un impulso al huso para mantenerlo girando.
Mientras Er observaba, las almas se presentaban ante Laquesis, que tenía
sobre sus rodillas la suerte de cada una. Entonces un heraldo lanzaba una
proclama a todas ellas. «Almas errantes» gritaba el heraldo, «estáis a punto
de entrar en un nuevo cuerpo mortal. Cada una de vosotras puede escoger su
suerte; pero su elección será irrevocable. La virtud no guarda respeto por
las personas; se adhiere a quien la honra y huye del que la desprecia. Sobre
vuestra propia cabeza tenéis vuestra fortuna: no debéis censurar a los
dioses».
Primero las almas sacaron su suerte para establecer el orden en que debían
elegir, excepto Er, a quien le instaron a quedarse y mirar. El heraldo hizo
aparecer delante de ellas imágenes de todas las condiciones de la vida
humana: de la tiranía, la pobreza, la fama, la belleza, la riqueza, la salud
y la enfermedad. Había vidas animales también, mezcladas con las de hombres
y mujeres. El heraldo, ministro de las Parcas, instó ahora a las almas a no
elegir apresuradamente.
Pero
la primera alma se apresuró a elegir una vida que prometía gran riqueza y
poder. Después de observar con detenimiento esta suerte, se dio cuenta de
que estaba destinada a devorar a sus propios hijos, entre otras cosas
tremendas; por lo que lloró amargamente, culpando a la fortuna, a los dioses
y, por supuesto, a todo menos a su propio desacierto por haber hecho
semejante elección. Esta alma había venido del Elíseo y en su vida anterior
había vivido en un estado de gran orden; y por ello debía su virtud más a la
costumbre y a la esperanza colectiva que a la sabiduría interior. Lo mismo
ocurría con muchas de las almas del Elíseo que se equivocaron en su
elección, porque aunque eran «buenos», según el calificativo popular,
carecían de experiencia en la maldad de la vida. Por otra parte, los
liberados del mundo interior, a menudo habían recibido un gran aprendizaje a
través del propio sufrimiento y el de los demás, lo que les hacía más
auténticamente amables y compasivos. Y así fue cómo la mayor parte de las
almas cambiaron una buena suerte por una mala, o viceversa.
Er
se sintió apenado y divertido cuando vio cómo las almas hacían su elección,
guiadas aparentemente por algunas recuerdos de su vida anterior. Vio a Orfeo
(ver su espacio) escoger el cuerpo de un cisne, como si sintiese odio hacia
las mujeres que lo habían despedazado, y sin que le importase deber su
nacimiento a una de ellas. Agamenón (ver su espacio) hizo lo mismo,
eligiendo vivir como águila, pues su anterior destino también le había hecho
sentir amargura hacia la humanidad. Y así siguieron todos, quedando el
astuto Ulises en último lugar Este, acordándose de los pasados infortunios
que habían malogrado su alma por arriesgarse en aventuras, buscó
cuidadosamente, en un rincón alejado de los demás, una vida simple y
tranquila, que todas las otras almas habían despreciado. Entonces exclamó
que, si hubiese sido el primero en elegir, no hubiese pedido nada mejor.
Cuando todas las almas hubieron hecho su elección, desfilaron ordenadamente
ante Laquesis, que le dio a cada una el genio guardián que debía acompañarlo
a él o ella a lo largo de la vida, ejecutando el destino correspondiente a
la suerte escogida por cada alma. Este genio conducía el alma ante Cloto,
quien, con un giro del huso, confirmaba su elección. Cada alma debía tocar
el huso y a continuación era conducida ante Átropos, que retorcía el hilo
entre sus dedos para hacer irrompible lo que Cloto había tejido. Finalmente,
cada alma junto con su genio se inclinaban ante el trono de la Necesidad. Y
después avanzaban hacia la gran planicie de Leteo y pasaban la noche a
orillas del río del Olvido, cuyas aguas no pueden ser llevadas en ninguna
vasija. Todos tenían que beber de su corriente, y casi todos se apresuraban
a saciarse, con lo que perdían la memoria de sus actos anteriores. Después,
se quedaban dormidos. Pero hacia la medianoche el estruendo de un trueno y
un temblor de tierra despertaban a todas las almas, que eran desperdigadas
aquí y allá, como estrellas fugaces, hacia los diferentes lugares donde
debían renacer.
En
cuanto a Er, no le pidieron que bebiera del agua de Leteo. Sin embargo, y
sin saber cómo, su alma regresó a su cuerpo. En un instante, al abrir los
ojos, se encontró vivo y tendido sobre la pira funeraria.
COMENTARIO: La historia de Er, que nos cuenta Platón, a menudo es
interpretada por los eruditos como una construcción intelectual para
comunicar ideas específicas. No obstante, la imagen de un cosmos vasto y
ordenado —en el que lo que está arriba, en los cielos, se refleja en lo que
está abajo, en la tierra, y en el que cada acción humana supone antecedentes
y consecuencias— no se trata de una construcción de Platón. Es una antigua
visión cósmica de naturaleza mítica. Su esencia es que cada alma humana,
como parte de una unidad mayor, debe asumir la responsabilidad de su propio
destino, y no podemos echarle la culpa a las circunstancias ni a Dios por
las situaciones en las que nos vemos envueltos. A pesar de que hayamos
bebido, como les ocurre a las almas en la historia, con demasiada ansia las
aguas del Leteo y hayamos olvidado la historia que llevamos a nuestras
espaldas, las raíces de nuestra necesidad presente pueden muy bien arrancar
del pasado, ya sea de una vida anterior o de la psique ancestral o familiar
de la cual hemos emergido. Al menos la mitad de la población del mundo cree
en la reencarnación, aunque el Occidente judeocristiano piense que esta
creencia es preparativa del Oriente «místico». Sin embargo, Platón e y el
mito que nos presenta tiene sus raíces profundas en la psique Occidental,
que resurgen en los tiempos modernos para llevar la responsabilidad
individual y la elección al centro de la vida.
El
mito de Er nos presenta a la muerte como preludio de la vida, y a la vida
como preludio de la muerte. La vida y la muerte son simplemente distintos
capítulos de una historia cíclica en la que cada uno representa una
transición gobernada por un patrón cósmico ordenado. La muerte es, por lo
tanto, un rito de paso, y un final solo en el sentido de que ha concluido un
capítulo de la historia. Este mito encierra una moral claramente definida,
puesto que los malos sufren en el inframundo y los buenos disfrutan de la
bienaventuranza de las altas esferas; pero ninguno permanece allí durante
toda la eternidad, e incluso las recompensas y los castigos que aguardan al
que acaba de morir son paradójicas en su significado. Acumulamos sabiduría a
través del sufrimiento generado por nuestros errores, y cometemos errores
debido a que no comprendemos el significado del sufrimiento. Los buenos
pueden incurrir en el mal porque lo ignoran, y los malos pueden ser
transformados por las consecuencias de sus acciones. Para aquellos que
aceptan la filosofía de la reencarnación, estas verdades profundas pueden
ser entendidas como relevantes respecto a la manera de vivir las vidas aquí
y ahora, puesto que estamos creando el futuro a partir del presente y del
pasado. Pero pueden considerarse como relevantes para una sola vida, lo cual
constituye también un proceso cíclico con capítulos que empiezan y terminan.
En el curso de una sola vida podemos causar sufrimiento y sufrir también
nosotros, o aprender a ser sabios y elegir y obrar adecuadamente; o
pensar que somos buenos y hacer una elección equivocada, y dejar ver que
nuestra bondad está solo a flor de piel.
El
mito de Er despierta muchas más preguntas que respuestas. Y puede que no
sepamos con con certeza de dónde proviene, pero sí intuir quien era
realmente Platón y lo que pretendía al incluirlo en su obra. Esta grandiosa
y reveladora visión de un cosmos gobernado por la Necesidad y reflejado en
los patrones ordenados de los planetas, nos muestra una percepción
importante de la muerte. Si vivimos sin comprender cómo estamos unidos unos
con otros, y cómo cada, acción tiene sus consecuencias, entonces
posiblemente tendremos toda la razón al temer a la muerte, ya sea porque nos
aguarde alguna dolorosa vivencia, o porque tengamos que ir hacia las
tinieblas sabiendo que, durante nuestra vida, no hemos hecho lo suficiente
por disipar la oscuridad del mundo que nos rodea. Además de presentarnos una
visión muy diferente y compleja, la historia de Er es un mito que nos habla
sobre el modo apropiado de vivir la vida.
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