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FAETÓN Y EL CARRO DEL SOL
Ir muy lejos demasiado deprisa

EL TRISTE MITO GRIEGO DE FAETÓN REVELA MUCHAS DE LAS ASPIRACIONES Y DIFICULTADES DEL JOVEN QUE BUSCA SU LUGAR EN EL MUNDO, Y CONSTITUYE UNA SERIA ADVERTENCIA CONTRA EL INTENTO DE IR DEMASIADO LEJOS Y MUY DEPRISA. LO QUE QUIZÁ SEA MÁS IMPORTANTE ES QUE TAMBIÉN NOS ENSEÑA QUE INTENTAR EMULAR A UN PADRE O A UNA MADRE, A QUIEN ADMIRAMOS, NO SIEMPRE ES UN MODO INTELIGENTE DE DESCUBRIR NUESTRA PROPIA VOCACIÓN.

SUSTENTADO por relucientes pilares, el palacio de Apolo, el dios sol, se erguía resplandeciente y brillante en los cielos. A este bello lugar llegó Faetón, el hijo de Apolo y de una mujer mortal. Faetón vio a su divino padre sentado en un gran trono de oro, rodeado por su séquito: los Días, los Meses, los Años, los Siglos, las Estaciones y, moviéndose de un lado a otro con gracia, las Musas que tañían una música dulce. Apolo se sorprendió al ver al bello joven, que permanecía de pie contemplando con admiración silenciosa la gloria que lo rodeaba.

—¿Por qué has venido aquí, hijo mío? —preguntó Apolo.

—En la tierra, los hombres hacen burla de mí y calumnian a Clímene, mi madre —replicó Faetón—. Dicen que solo es una pretensión mía el afirmar que tengo origen celestial, ya que, en realidad, tan solo soy hijo de un hombre común y desconocido. De modo que he venido a rogarte que me des alguna señal que pueda probar a todo el mundo que mi padre es Apolo, el dios sol.

Apolo levantó a su hijo y lo abrazó tiernamente.

—Nunca te desconoceré ante el mundo —le dijo al joven—. Pero si necesitas algo más que mi palabra, te juro por la laguna Estigia que tu deseo te será concedido sin importar lo que sea.

—¡Entonces haz que mi sueño más audaz se haga realidad! —exclamó Faetón—. ¡Permíteme conducir solo por un día el carro alado del sol! El temor y el pesar ensombreció el rostro resplandeciente del dios. —Me has obligado a decir palabras imprudentes —dijo tristemente—. ¡Si pudiera retractarme de mi promesa! Porque me has pedido una cosa que está más allá de tus posibilidades. Eres joven, eres mortal, y lo que ansias solo se les concede a los dioses, y no a todos, pues solo a mí me es permitido hacer lo que tienes tantos deseos de probar. Mi carro debe avanzar por un camino muy pendiente. Es una subida difícil para los caballos, incluso al amanecer cuando están frescos. El centro del recorrido se halla en el cenit del cielo. A menudo yo mismo me siento estremecido de miedo cuando, a semejante altura, me encuentro en posición vertical en el carro. La cabeza me da vueltas cuando miro hacia la tierra que está allá abajo, muy lejos de mí. Y el último tramo del camino desciende abruptamente y requiere una mano muy firme en las riendas. Incluso si te doy mi carro, ¿cómo podrías controlarlo? No insistas en que mantenga la palabra que te di; cambia tu deseo mientras todavía hay tiempo. Elige cualquier otra cosa que te pueda ofrecer la tierra y el ciclo. ¡Pero no me pidas algo tan peligroso!

Pero Faetón insistió e insistió; y como, después de todo, Apolo había dado su sagrado juramento, tuvo que tomar a su hijo de la mano y conducirlo al carro solar. El palo, el eje y las llantas de las ruedas eran de oro, los radios eran de plata, y el yugo brillaba con piedras preciosas. Mientras Faetón se quedaba maravillado, por el este comenzaba el amanecer. Apolo ordenó a las Horas que uncieran los caballos y le aplicó a su hijo en la cara un ungüento mágico para que pudiera soportar el calor de las llamas.

—Hijo mío, no uses la aguijada y utiliza las riendas, porque los caballos avanzarán por su cuenta —dijo—. Tu trabajo consistirá en aminorar su vuelo. Mantente alejado de los polos Norte y Sur. No conduzcas demasiado lentamente, para evitar que la tierra se incendie, ni demasiado alto, para que no quemes el cielo.

El joven apenas oyó el consejo de su padre. Saltó sobre el carro, y los caballos iniciaron el recorrido atravesando la neblina matutina. Pero pronto sintieron que su carga era más ligera que la acostumbrada, y el carro comenzó a tambalearse y a sacudirse en mitad del aire y después viró bruscamente sin dirección, al tiempo que los caballos se salían del trillado camino celeste y se empujaban unos a otros con prisa salvaje. Faetón se atemorizó. No sabía cómo debía tirar de las riendas, ni dónde se hallaba, y tampoco podía dominar a los animales. Cuando miró hacia abajo a la tierra, sus rodillas temblaron de terror. Quería llamar a los caballos pero no conocía sus nombres. Paralizado por la desesperación, soltó las riendas, e instantáneamente los caballos saltaron hacia regiones desconocidas del aire. Pasaron a través de nubes errantes, y estas se incendiaron y comenzaron a arder. Se lanzaron hacia las estrellas, y la tierra comenzó a enfriarse y a congelarse y los ríos se convirtieron en hielo.

Después, los caballos se lanzaron hacia abajo, directo hacia la tierra. La savia de las plantas se secó, y las hojas de los árboles del bosque de secaron también y comenzaron a arder. El mundo entero estaba en llamas y Faetón comenzó a sufrir el calor insoportable. Se sentía torturado por el humo y las nubes de ceniza que se elevaban de la tierra ardiente. Un humo tan negro como la brea le invadía por todos lados. Y entonces su pelo comenzó a arder. Se cayó del carro y comenzó a dar vueltas por el espacio como una estrella fugaz hasta que, finalmente, mucho más abajo, los brazos del océano se lo tragaron.

Apolo, su padre, que había sido testigo de esta temida visión de destrucción, se cubrió la cabeza radiante y se lamentó con pesar. Se dice que ese día no hubo luz en el mundo; solo brilló por todos lados la gran conflagración.

Faetón  ignoró el consejo de su padre ye el carro del sol, conducido por semejante conductor joven e inexperto, se precipitó sin control.


COMENTARIO: Faetón, como muchos jóvenes enérgicos e irreflexivos, desea ser un personaje importante. Se siente herido por las burlas de los demás; estos le dicen que es hijo de un don nadie, y no del resplandeciente dios sol. ¿Cuántas veces oímos a los jóvenes alardear de sus padres, con la esperanza de aprovecharse del éxito y de la posición de alguno de sus progenitores, antes que ganarse los méritos por su propio esfuerzo? Y con igual frecuencia, solemos oír a los hijos de quienes han alcanzado pocos éxitos materiales, y se sienten avergonzados de su origen humilde, presumir de un linaje imaginario con el fin de atraer la admiración de ¡os que lo rodean. Faetón no es malicioso ni tonto, pero tampoco es lo suficientemente maduro como para esperar y trabajar duro hasta que llegue el día en el que recoja el éxito y la fama debidos a su propio esfuerzo y capacidad. Está buscando su lugar en el mundo, persiguiendo su verdadera vocación; pero está impaciente por conseguir la recompensa antes de comprender sus capacidades y sus límites.

Apolo, que en esta historia se presenta como padre amante y preocupado, desea hacer todo lo posible para ayudar al joven a encontrar su lugar. De modo que se precipita al prometerle lo que este pudiera desear; en parte, quizá, para compensar su posible descuido anterior. Este es el equivalente mítico de dejar que su hijo conduzca un potente coche antes de tener el permiso de conducir; o permitirle que sea socio del negocio familiar antes de haber demostrado algún conocimiento o habilidad. Muchos padres se sienten profundamente culpables por pasar demasiado tiempo lejos de sus familias y, cuando se enfrentan con el daño causado al hijo, tratan de enderezar las cosas ofreciendo recompensas materiales que están más allá de las capacidades de aquel.

Cuando Faetón le pide el carro del sol, Apolo, el dios de la anticipación y de la profecía, puede ver con bastante claridad el trágico resultado. Le advierte que no es lo suficientemente fuerte para esa tarea, la cual no es adecuada para cualquier mortal. No obstante, no puede renegar de su sagrado juramento. Se ve obligado a pagar un precio alto por su error, cometido en parte por amor y en parte para acallar su culpa.

Faetón, como muchos personajes del mito griego, es víctima de la arrogancia. Desea ser como un dios y no quiere aceptar sus límites mortales. Idénticas son nuestras aspiraciones en el mundo, al desear ser grandes y famosos, al desear ser ricos y poderosos, al desconocer nuestros límites humanos y al no querer reflexionar de forma fría y realista sobre nuestros límites, sobre las cosas en las que somos buenos y sobre aquellas otra para las que no estamos capacitados.

El desafío de encontrar una vocación nos pone a prueba a muchos niveles, tanto si enfrentamos este reto en la juventud como si lo hacemos en la mitad de la vida, cuando todavía es posible cambiar de ruta para seguir en una dirección más satisfactoria. Entre estas pruebas, una de las más grandes es la de reconocer dónde residen nuestros talentos y la de hallar la humildad necesaria para reconocer cuándo nos será imposible dar la talla.

Algunas personas carecen de aspiraciones suficientemente elevadas y fracasan en desarrollar sus capacidades reales, a veces debido a inseguridad o a circunstancias restrictivas que están fuera de su control. Algunos tienen pocas aspiraciones, por pereza. Otros, como Faetón, desean emular sus héroes, porque quieren brillar y que los consideren especiales. No obstante, puede que no posean la combinación específica de cualidades necesaria para alcanzar la meta. Y si no logran comprender esto, pueden ser víctimas de humillaciones y pesares.

Nos sentimos seducidos por las vidas aparentemente brillantes de los famosos, y nos aterroriza la perspectiva de una vida banal y carente de sentido, que no ofrezca nada que puedan recordar las generaciones futuras. Gran parte del impulso de asegurarse un lugar especial en el mundo surge de una profunda, aunque a veces inconsciente, percepción de que la vida es breve, y de que debemos aprovechar todas las oportunidades que se nos presenten, porque puede que nunca vuelvan a presentarse.

El sueño imposible de Faetón es perfectamente comprensible, dado el creciente sentimiento de aburrimiento y carencia de significado que aqueja a tantas personas en el mundo. Sin embargo, a pesar de la común amenaza de pasar por insignificantes, necesitamos hallar el coraje y la humildad de reconocer que una ambición desmedida, sin previa formación y entrenamiento, sin tener habilidades o sin una verdadera vocación basada en un talento real, puede constituir una alternativa peligrosa.

Tanto si el relato de Faetón se toma como una imagen del desastre financiero generado a partir de sueños de grandiosidad, como si se considera la imagen de una humillación profesional generada por apuntar más allá del alcance de nuestro propio talento, este mito nos habla, y no de manera imprecisa, de que el carro del sol se encuentra más allá de nuestro alcance. En la palestra del mundo podemos aspirar a convertirnos, correctamente, con decisión y con esperanza, ni más ni menos que en nosotros mismos.

 

 

 

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