|
LAS FORTUNAS DEL
DOCTOR FAUSTO
EL BIEN ES
INCOMPRENSIBLE SIN EL MAL. DENTRO DEL MITO, NO HAY MEJOR LUGAR DONDE QUEDE
REPRESENTADA LA MISTERIOSA BATALLA ENTRE EL BIEN Y EL MAL EN EL INTERIOR DEL
ALMA HUMANA QUE EN LA HISTORIA DEL DOCTOR FAUSTO. LA GRAN TRAGEDIA DE
MARLOWE, LA TRÁGICA HISTORIA DEL DOCTOR FAUSTO, Y EL SUBLIME POEMA ÉPICO DE
GOETHE, FAUSTO, ESTÁN BASADOS EN EL RELATO MEDIEVAL DE UN HOMBRE CUYA
BÚSQUEDA ESPIRITUAL LO CONDUJO FINALMENTE A VENDER SU ALMA AL DIABLO. SU
RECONOCIMIENTO FINAL DE LA ARIDEZ DE LOS PLACERES TERRENALES Y SU REDENCIÓN
ÚLTIMA POR MEDIO DEL REMORDIMIENTO Y DE LA COMPASIÓN SIGUEN SIENDO UNA
PODEROSA IMAGEN DE LA NECESIDAD DE COMPRENDER TANTO LA OSCURIDAD COMO LA LUZ
A FIN DE HALLAR LA PAZ INTERIOR.
Había
una vez, un destacado filósofo y estudiante de teología conocido como el
doctor Fausto. Pero las enseñanzas que filósofos y teólogos ofrecían sobre
la naturaleza de Dios y sobre el significado de la vida no eran suficientes
para satisfacer su intelecto inquisitivo. Y lo que es más, su orgullo era
tan grande como su conocimiento, y deseaba descubrir las repuestas a los
grandes misterios de la vida mediante su propio esfuerzo, en lugar de
recibirlo de quienes secretamente despreciaba.
Así podía atribuirse todo el mérito. De modo que, al cabo del tiempo, el
doctor Fausto abandonó su teología y se hizo estudiante de magia hermética,
pues tenía la esperanza de hallar el secreto de la vida en los experimentos
alquímicos y en el conocimiento prohibido de la magia y de la brujería
transmitido desde los antiguos egipcios.
Sin embargo, incluso estas investigaciones prohibidas no pudieron enseñarle
todo lo que deseaba saber, por lo que quedó sumido en una profunda
melancolía entonces invocó en su desesperación a los espíritus infernales.
En respuesta a su llamada apareció misteriosamente un perro negro en el
estudio del erudito que después se metamorfoseó en una extraña figura que se
presentó como Mefistófeles, el espíritu del mal y de la negación. Este
personaje estaba siempre al acecho de las almas humanas que pudiera ganar
para las tinieblas, engañando así a Dios; y Fausto deseaba el conocimiento
de Mefistófeles respecto a los secretos de la vida y la naturaleza de lo
divino.
De modo que establecieron un pacto entre ambos, sellado con sangre, en el
que Mefistófeles convenía en servir a fausto en este mundo, en tanto que
Fausto accedía a servir a Mefistófeles en el otro. Mefistófeles sabía muy
bien cuál seria el precio que Fausto pagaría, pero el filósofo todavía no
había comprendido que lo que estaba empeñando para toda la eternidad era su
alma mortal.
Durante algún tiempo, Fausto se sintió emocionado por la magia y los
misterios que Mefistófeles le mostraba, y creía que por fin estaba
acercándose al conocimiento de los secretos de Dios, pero el oscuro espíritu
de la negación erosionó gradualmente la voluntad del erudito y lo embaucó
para que desarrollara una sensualidad y un orgullo cada vez mayores, hasta
llegar a perder todo sentido de búsqueda espiritual. Fausto deseaba a una
joven llamada Gretchen, a quien Mefistófeles incitó a caer en manos del
filósofo.
Fausto la dejó embarazada y, cuando la abandonó, ella se volvió loca y,
desesperada, mató a su hijo, siendo ejecutada por su crimen. Dándose cuenta
de la terrible destrucción que había causado en una vida humana inocente,
Fausto sintió un profundo y amargo remordimiento. Pues, aunque estaba en las
manos de Mefistófeles, había comenzado a amar a la joven sinceramente,
prueba de que en su alma había una parte que se había mantenido libre de
corrupción. Y esto no lo había anticipado Mefistófeles, ya que el poder de
redención del amor no era algo conocido para el espíritu de negación.
Pero era tanto el poder que Mefistófeles ejercía sobre Fausto que, durante
muchos años, el filósofo se sumió en el placer sensual y penetró en todo los
misterios secretos. Aprendió todo lo que deseaba saber. Y comprendió las
gloriosas alturas del cielo y las tenebrosas entrañas del inframundo. Sin
embargo, el remordimiento que sentía por la muerte de Gretchen crecía dentro
de él como un cáncer y, a pesar de su corrupción, algo en su interior
continuaba anhelando la luz.
Mientras Fausto iba haciéndose viejo, Mefistófeles esperaba con paciencia y
satisfacción, pues pronto llegaría el momento en el que el filósofo se
enfrentaría a la muerte y su alma pertenecería a las tinieblas. Pero en el
último momento, cuando por fin Fausto se percató de las verdaderas
consecuencias del pacto que había hecho, se sintió tan lleno de
remordimiento, de amor y de sufrimiento, que su alma se escapó de las garras
de Mefistófeles y fue conducida finalmente a las esferas celestiales.
Comentario.
La
historia del doctor Fausto es una metáfora mítica de la lucha de todo ser
humano por encontrar la luz en medio de las tinieblas. Fausto constituye un
paradigma, un ejemplo, de nuestro mundo interior, lleno de conflicto entre
nuestros deseos egocéntricos y el anhelo de servir a algo más elevado y más
grande que nosotros mismos. Aunque el mito original tiene sus raíces en el
cristianismo medieval y, por lo tanto, presenta el bien y el mal de un modo
más bien simplista, no obstante, el mensaje trasciende cualquier doctrina
religiosa específica, en particular si esta se comprende psicológicamente.
Fausto es el símbolo del espíritu inquisitivo que hay dentro de cada ser
humano, con la suficiente valentía e individualismo como para rechazar el
dogma ofrecido por las autoridades religiosas convencionales, y, no
obstante, peligrosamente arrogante al asumir que puede desafiar la moralidad
humana fundamental en nombre del conocimiento.
Podemos condenar a Fausto por su codicia y arrogancia, y al mismo tiempo
admirarlo por su valentía y por su voluntad de arriesgar su alma con el fin
de penetrar hasta el corazón de los misterios de la vida. He aquí la
profunda paradoja del bien y del mal, pues a fin de comprender el bien,
debemos reconocer el mal; y para llegar a este reconocimiento debemos
descubrirlo primero en la secreta oscuridad de nuestro propio corazón.
La desilusión de Fausto con las propuestas filosóficas y teológicas
convencionales reflejan el dilema de un brillante intelecto que no puede
limitarse a “creer” porque le piden que lo haga. La búsqueda espiritual, si
se la siente sinceramente, no surge de una aceptación pueril de creencias,
sino de la desilusión y del profundo deseo de comprender las paradojas de la
vida.
Muchas personas no pasan de una creencia infantil, porque no están
preparadas para recibir un conocimiento más firme y porque, también, es más
cómodo recibir respuestas simples a los dilemas espirituales y morales. Y
mientras estas personas no se arriesguen a correr ningún peligro en su
interior, nunca podrán comprender en verdad lo que es la vida, ni
encontrarán paz cuando se vean enfrentadas a las preguntas sin respuesta
derivadas del sufrimiento injusto.
Muchas de las más grandes religiones del mundo condenan ese cuestionamiento,
como lo hacía la iglesia medieval en los tiempos de Fausto. El
cuestionamiento implica peligro, pero a la vez abre un potencial para una
verdadera experiencia del alma y del mundo interior.
El poder corrompe; éste es un hecho no menos verdadero en el plano
espiritual que en el material. El nuevo poder de Fausto lo empuja más allá
de los límites morales y es insensible a la destrucción que inflige a
Gretchen. Sin embargo, la ama, y no puede ignorar por completo lo que ha
hecho. Y esta pequeña semilla de remordimiento, nacida de la compasión, es
finalmente la que le permite engañar al Diablo y lograr el perdón y la
redención. Esto explica que no son las “buenas obras” las que lo salvan,
sino el hecho de que, a pesar de estar hundido en el orgullo y en la
sensualidad, de estar hundido en la propia miseria, todavía es capaz de amar
y de sentir remordimiento.
Se nos dice que hemos de ser “buenos” con nuestras acciones para ser
aceptables a los ojos de Dios. Sin embargo, la historia de Fausto nos enseña
que la bondad está relacionada con la definición de ética adoptada por una
sociedad determinada en cualquier época de la Historia. Amor y
remordimiento, sin embargo, no están confinados a las doctrinas de una
cultura o religión específicas. Ellos nos permiten saborear la luz y la
oscuridad y, de alguna manera, conservar la integridad del alma.
Es posible que cualquier búsqueda espiritual honesta nos haga descubrir
nuestro propio potencial para el mal y la destrucción, y que solo a través
del enfrentamiento con ellos, y quizá incluso sintiendo durante algún tiempo
que somos irredimibles —nuestro propio “pacto con el diablo”—, podamos
experimentar lo que se puede llamar gracia. Aunque el término gracia es
cristiano, este no se limita al cristianismo; es una misteriosa liberación
interior que surge desde dentro y que da sentido no sólo a nuestra bondad,
sino también a nuestra maldad.
Por eso el mito del doctor Fausto no es el simple relato moralizador que
puede parecer en un principio. Se trata de un viaje interior y, como sucede
con todos los mitos al mirarlos a nivel psicológico, los personajes que
aparecen están dentro de nosotros. Fausto y Mefistófeles son dos caras de la
misma moneda, y reflejan dos dimensiones del ser humano. Al espíritu de
negación —que todos podemos experimentar cuando unos vemos la vida carente
de valor y otros como insignificante— podemos hallarlo en cada uno de
nosotros. Podemos invocar al Mefistófeles que llevamos dentro cada vez que
nos sintamos desilusionados de la vida.
Pero este no es solo el Diablo. En el gran drama de Goethe, Mefistófeles le
dice a Fausto: “Soy el espíritu que desea siempre el mal y, no obstante,
hace siempre el bien”. A través de la intervención de nuestra oscuridad
interior es como podemos finalmente hallar el camino hacia la luz.
|
|