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ORFEO Y EURÍDICE
Enfrentarse a la aflicción

LA TRISTE HISTORIA GRIEGA DE ORFEO Y DE EURÍDICE, SU ESPOSA PERDIDA, NOS ENSEÑA EL DOLOR AGRIDULCE DE LA AFLICCIÓN Y DE LA PÉRDIDA, Y LA INEVITABILIDAD DE LOS FINALES A PESAR DE CUALQUIER INTENTO QUE HAGAMOS POR AFERRARNOS A LO QUE ESTA PASANDO POR NUESTRAS VIDAS. ESTE MITO NO OFRECE NINGUNA SOLUCIÓN FÁCIL SOBRE CÓMO ENFRENTARSE A LA PÉRDIDA, PERO EXISTEN UNAS DELICADAS INSINUACIONES QUE NOS PUEDEN AYUDAR A COMPRENDER EL MODO MISTERIOSO EN EL QUE PUEDE CONTINUAR VIVIENDO TODO AQUELLO DE LO QUE SOMOS CAPACES DE DESPRENDERNOS. NO OBSTANTE, AQUELLO A LO QUE NOS AFERRAMOS, ANHELANDO TENERLO CON NOSOTROS MÁS ALLÁ DE SU MOMENTO SEÑALADO, PUEDE MORIR EN NUESTRO INTERIOR.
 
ORFEO de Tracia tenía fama de ejecutar la música más dulce del mundo. Era hijo de la musa Calíope y del rey Oeagro, de Tracia, aunque algunos murmuraban que en realidad era hijo de Apolo, el dios sol. Su habilidad con la lira de oro que le había dado Apolo tenía tal poder de seducción que incluso los ruidosos torrentes se quedaban inmóviles para escucharlo, y las rocas y los árboles desenterraban sus raíces para oír su exquisita música.

Un cantante como él que podía dar vida a una piedra no tenía ningún problema en ganar el amor de la rubia Eurídice, y al principio su matrimonio fue una bendición. Pero, desgraciadamente, su alegría duró poco, porque a Eurídice le mordió una serpiente y no hubo remedio que pudiera mantenerla en el mundo de los vivos. Golpeado por la aflicción, Orfeo la siguió hasta la tumba, interpretando aires mortuorios que conmovían profundamente los corazones de todos los que contemplaban la procesión fúnebre. Más tarde, como parecía que la vida carecía de luz en ausencia de Eurídice, Orfeo decidió marchar hasta las mismas puertas del Hades, el lugar adonde ningún ser humano podía ir hasta el día de su muerte, en busca de su amor perdido.

Orfeo tocaba una música tan conmovedora que el austero barquero Caronte, que llevaba en su barca las almas de los muertos en su travesía de la laguna Estigia, se olvidó de verificar si Orfeo portaba sobre su lengua la requerida moneda. Encantado por las notas mágicas, el viejo barquero embarcó al cantante sin cuestionarse nada a través de las negras aguas que separan el mundo del sol de los fríos reinos de Hades. Tan conmovedoras eran las notas que emitía la lira de oro de Orfeo que las barras de hierro de las puertas de la muerte retrocedieron sin que nadie las empujara, y Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda los sombríos portales de la muerte, se quedó tranquilo sin siquiera mostrar sus dientes, amansado por la suave música. Y así fué como Orfeo pudo entrar en e! mundo de las sombras sin ser controlado. Durante unos maravillosos momentos, los condenados en el Tártaro se sintieron libres de su tormento sin fin, e incluso el duro corazón de Hades, señor del inframundo, se suavizó momentáneamente. Orfeo se arrodilló humildemente ante el trono del rey y de la reina de los muertos, orando y rogando con sus melodías más místicas, para que a Eurídice se le permitiera regresar junto con él a la tierra de los vivos. Perséfone, señora del inframundo musitó una palabra en los oídos de su esposo, y la lira de Orfeo quedó interrumpida por una voz profunda y sonora. Todos los reinos del inframundo quedaron en silencio para escuchar el decreto de Hades.

—¡Así será. Orfeo! ¡Regresa al mundo superior, y Eurídice te seguirá como tu sombra! Pero no te detengas, ni hables, y, sobre todo, no mires hacia atrás hasta que hayas salido al aire libre. Porque si lo haces, no volverás a ver su cara otra vez. Vete sin demora, y puedes creer que en tu camino silencioso no vas estar solo.

Orfeo, sobrecogido y agradecido, le dio la espalda al trono de la muerte, y se abrió paso a través de las frías sombras, hacia el débil resplandor de luz que señalaba el camino que conducía al mundo de la luz solar. Atravesó salones silenciosos, donde sólo se escuchaba el eco de sus pisadas resonando tétricamente, mientras avanzaba veloz hacia la luz que resplandecía cada vez, con mayor claridad, a medida que se aproximaba a su destino. Entonces, justo cuando estaba a punto de llegar a la luz, se sintió afligido por una duda que lo oprimía. ¡Qué pasaría si Hades lo hubiese engañado? ¿Qué pasaría si Eurídice no estuviera detrás de él? No pudo evitarlo. Se di´la vuelta, y en el instante en que lo hizo vio cómo Eurídice desaparecía, con los brazos extendidos.

 

COMENTARIO. Ya conocemos lo impredecible de la vida, de la cual la muerte es una parte inevitable. Al principio, las oportunidades de Orfeo parecen ser alentadoras, pues su música hace que personajes tan duros como Hades se ablanden. Y no obstante, en el último momento, Orfeo pierde la fe y mira hacia atrás. Y todo está perdido. Solemos pensar: «Si no hubiese mirado hacia atrás...». No obstante, sabemos en lo más profundo que era inevitable, porque Orfeo es humano, y ningún ser humano es capaz de tener esa confianza absoluta en lo invisible. Incluso la historia cristiana de la crucifixión de Jesús nos revela que la duda es inevitable, y que ha de llegar el momento, nacido del dolor extremo, en el que la fe desaparezca y prevalezca la oscuridad.

Existe una paradoja inquietante oculta en esta historia. No debemos mirar hacia atrás, porque al hacerlo volvemos a sufrir la aflicción y la pérdida. Sin embargo, si no nos volvemos para mirar, ¿en verdad, podemos engañar a la muerte? ¿Y es algún humano, en efecto, capaz de no mirar hacia atrás? Quizá podamos lograr un destello de la sabiduría oculta en este relato si comprendemos la prometida resurrección de Eurídice desde el punto de vista psicológico. Cuando miramos hacia atrás para rehacer el pasado —el perenne «Si tan solo...» que nos aflige a todos en uno u otro momento—, nos condenamos a una nueva representación de nuestra aflicción y a un renovado sentido de impotencia ante lo inevitable. Si aceptamos que hemos perdido y mantenemos la mirada en el presente y abiertos hacia el futuro, entonces los que hemos perdido estarán para siempre con nosotros, porque recordaremos la alegría y el amor. Estos recuerdos no pueden ser destruidos, y llevamos dentro de nosotros aquellos a quienes hemos amado y cuyo amor nos ha cambiado de algún modo.

Quizá este sea el significado profundo del regreso de Eurídice al mundo de la luz; no como un ser viviente totalmente resucitado, sino como una parte viviente del corazón y del alma de Orfeo. En este sentido, revivir como si nuestra mente fuera un disco rayado, nuestras pérdidas, sin una actitud reflexiva y comprensiva, nos condena a vivir con el sufrimiento sin ninguna ayuda ni liberación, y habremos perdido mucho más que si hubiésemos llevado la pérdida con fe,  fe en que la vida tiene un propósito.

Puede que sea inevitable que, después de sufrir una pérdida, vivamos en el duelo, en la oscuridad durante algún tiempo, y tengamos que superar esas etapas de la aflicción que siguen su propio ritmo cíclico. La aflicción constituye un proceso complejo y puede implicar cólera, desesperación, idealización, negación, remordimiento, sentimiento de la propia culpa, inculpación de los demás y momentos de depresión y de adormecimiento antes de que la vida comience a fluir nuevamente en nosotros. No se trata de un proceso continuo, ya que el dolor puede surgir e intentar apoderarse de nosotros en los momentos más inesperados, y es necesario estar preparados para obrar adecuadamente cuando esto suceda. Este puede ser también un modo de comprender el mandato de Hades: «¡No mires hacia atrás!». Porque si lo hacemos, en realidad, con ello intentamos congelar el momento y detenemos el proceso de la aflicción, del duelo, el cual lleva consigo el potencial de curar siempre que le acompañemos a su propio ritmo.

Nos sentimos incómodos cuando los demás se conduelen durante más tiempo de lo que consideramos necesario. Tenemos un concepto de lo que deben durar estos estados y de lo que debemos sentir respecto a los seres que hemos perdido. Sin embargo, cada persona es diferente, y el proceso se desarrolla de forma distinta en cada uno. El dejar de mirar atrás requiere que desechemos la creencia ciega de que la vida va a hacer una excepción con nosotros; y puede que se nos pida confiar en la vida, con su proceso natural del duelo por la pérdida sufrida, por más prolongado que este sea y a pesar de las emociones inaceptables que despierte en nosotros. En realidad, lo que descubrimos en estas experiencias dolorosas, es a aprender a amar y a ser mejores personas, y a vivir desde un plano de eternidad en el amor que hemos compartido con los seres que hemos perdido.

Finalmente, llegamos al otro lado de la aflicción, para encontrar que la aceptación serena, y no la resignación amarga, es lo que ha permitido a la vida fluir internamente una vez más.

 

 

 

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