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QUÉ
SIGNIFICA SER PADRES
Podría
parecer a simple vista que los padres hoy no tienen competencia en la educación
de sus hijos. Nuestra sociedad no les proporciona muchas facilidades para
ejercer dicha labor y, además, se ven sometidos a una serie de factores que la
dificultan, como la falta de tiempo, la adecuación de horarios, la capacidad
profesional que exige un continuo reciclaje y el incremento del número de
separaciones, que trasluce que cada vez más parejas acaban no llevándose bien.
Los
padres sienten que cada vez es más difícil que sus mensajes lleguen a los hijos,
pues la competencia es atroz (medios de comunicación, Internet...). Los
progenitores hemos de estar disponibles, pues niños y jóvenes buscan «estar
conectados», y entender que el bienestar emocional del hijo está por encima del
nivel de aprendizaje. Los padres precisan apoyo; ellos han de poner amor,
experiencia y lógica y tener conciencia de esta sublime tarea, pero se les deben
aportar técnicas. Y es que nunca en la historia de la humanidad los niños han
recibido tanta información que no pasa por el filtro de los adultos.
Hay que
enseñar a los padres la necesidad de que eduquen en la comprensión empática, en
el razonamiento, de que transmitan seguridad, motivación y estímulo a sus hijos.
Hay que educar con amor, humor y respeto, proporcionar confianza y
responsabilidad, y dar libertad dentro de unos límites razonados. Utilizar las
estrategias educativas elegidas por los padres para anticiparse a las conductas
de los hijos y no como consecuencia de ellas. Imponer disciplina, que significa
enseñar, no castigar constantemente. No olvidemos, sin embargo, que los niños
precisan normas para sentirse seguros.
En muchos
casos, la escasa presencia de los padres en el hogar y la excesiva permisividad
para compensar la falta de dedicación juegan a favor del ego infantil; en otros,
los progenitores, deudores de una cultura dialogante hasta el extremo y en la
que no cabe ninguna imposición, pierden de vista su papel y son incapaces de
transmitir mensajes coherentes a sus hijos y, finalmente, con tal de evitar
conflictos, más aún si se trata de familias desestructuradas o recompuestas,
acaban negociándolo todo y, también, consintiéndolo todo.
Resulta
felizmente constatable que las familias hoy son más democráticas y simétricas,
en cuanto a ostentación de poder y responsabilidad, que buscan, además, una más
pronta autonomía personal de los hijos, no siempre conseguida. Y, sin embargo,
en ocasiones se confunde la tolerancia con la permisividad; hemos generado una
sociedad de «padres light», que no quieren asumir el rol de autoridad, que
delegan en el Estado toda responsabilidad a la hora de establecer hasta dónde
llegan los derechos y los límites.
Derechos
para los niños, todos, pero educándoles en el respeto y la autorresponsabilidad,
motivándoles para el acceso escolar, posibilitándoles la adquisición de pautas
mínimas de atención que les faciliten ulteriores adquisiciones y desarrollos.
Algo
importante está fallando. Si preguntamos a los niños, nos dirán que no son
suficientemente escuchados ni queridos. O llevan razón o les hemos enseñado sólo
a exigir y reclamar.
La
relación de padres y madres con los hijos debe ser de amor y enseñanza a la par.
Las
graves y continuadas faltas educativas, y las vivencias traumáticas ocasionan
que algunos niños deriven emociones y sentimientos. Otros jóvenes caen en la
indefensión aprendida, la cual aparece cuando la persona cree que los sucesos
son incontrolables, que no pueden hacer nada para cambiarlos, pues no influye
sobre ellos.
Es
natural que el trato que se dé a «los reyes de la casa» sea de afecto, cariño,
mimo; es comprensible que los abuelos estén para «mal educar» a los nietos, pero
tenemos que saber que entre los objetivos de la educación es prioritario formar
para vivir en sociedad y hacerlo democráticamente, escuchando y respetando.
Por eso
no debemos tratar a los hijos como si vivieran entre algodones, sino enseñarlos
para que sean niños que se puedan autogobernar. Mostrémosles sin miedo el camino
de la emancipación. Hagámoslo desde las cosas que pudieran parecer
intrascendentes, como la asignación económica. Formémosles para que sean
responsables ante la toma de decisiones, lo que conllevará un posicionamiento
firme ante la oferta de drogas o la elección libre de su propia opción para
mantener relaciones sexuales.
A los
niños tenemos que intentar enseñarles la realidad de la vida, las verdades, las
utopías; tenemos que ayudarles a desarrollar su capacidad para llevar su «vida
en sus propios brazos». No debemos colocarlos ante los acontecimientos antes de
que hayan madurado lo suficiente y adquirido facultad de crítica, de iniciativa;
no podemos sentarlos ante una televisión que les enseña, que les «muestra»
frente a su pasividad, sin participación ni esfuerzo y sin diferenciación de
estadios, rompiendo el tradicional curriculum escolar e impidiendo o
dificultando la motivación por lo desconocido, el esfuerzo por aprender mediante
la explicación, el estudio y la lectura (algo más costoso que ponerse a verla
televisión).
Tener
hijos no es lo mismo que ser padres. La familia educa por «presión osmótica»,
los niños aprenden de los modelos, no de la crítica destructiva. En el hogar se
han de transmitir valores éticos, educar en los ideales, en la no-violencia, en
el respeto y en la apreciación de lo distinto, en la reflexión. Hay que retomar
la charla, el sentimiento de vecindad, el interesarse por el otro.
Ser
padres es asumir que se enseña en todo momento, que se hace más con los actos
que con la palabra, que la educación es el combustible del alma.
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