RAZONES PARA TENER UN ÚNICO / SOLO HIJO
Hoy es
bastante común ser hijo único, vivir en familias monoparentales y convivir con
hermanos de uno de los padres y de su nueva pareja. Todo ello modifica la
estructura social y la percepción cognitiva que los niños tienen de sus iguales
y de las generaciones anteriores.
Hay
muchas teorías e hipótesis sociológicas y económicas que tratan de explicar la
bajísima tasa de natalidad que desde hace años se ha instalado en Occidente. Lo
cierto y verdad es que los jóvenes empiezan a dejar de serlo cuando se plantean
abandonar el hogar de los padres. Verdad es también que resulta difícil
encontrar un trabajo con garantías de continuidad y casi imposible acceder a una
vivienda. Pero también repercute en esta decisión de vivir con los padres la
comprensión de éstos y cierta acomodación de algunos jóvenes.
En fin,
que para cuando abandonan el nido (que conlleva en muchos casos en los
progenitores el «síndrome del nido vacío», dada la habituación que los muchos
años de convivencia proporciona), los jóvenes son menos jóvenes y hasta que
deciden ser padres, transcurre otro tiempo. Lo dicho, la biología tiene un
reloj, que no siempre es compatible con las decisiones más o menos racionales.
Disyuntiva: ¿ser padres o no? Hay quien no se ve capacitado. Haberlos los hay
que no quieren complicaciones. También quien anticipatoriamente se
responsabiliza tanto que se bloquea ante tamaña decisión. Un grupo, no pequeño,
se plantea: ¿y si luego las cosas no van bien y queremos separarnos? ¿Qué
pasaría con el niño?
Se tienen
menos hijos, sí. Hay quienes desearían tener más, pero la exigencia agotadora
que la educación de un hijo conlleva en la actualidad les hace desistir.
Debiéramos plantearnos qué estamos transmitiendo para que este pesimismo se
difunda. Educar es difícil, sí, pero es un hecho tan precioso, tan natural, tan
vital... Todo esto y mucho más lo ha sido siempre. Únanse las limitaciones
económicas y de tiempo, y tendremos la explicación de tantos hijos únicos.
Nos hemos
organizado una vida activa, intensa, llena de trabajo, agendas, de viajes, de
comidas, de encuentros, llamadas, actos, que no nos permite el descanso, la
reflexión, el disfrute del tiempo. Desde que nos levantamos vamos con retraso, y
llegamos por la noche rotos, reventados. Allí está el hijo, que ha pasado la
tarde solo, dormitando ante la televisión, conectado a Internet, con su
videojuego, o no está porque ha salido a «dar una vuelta con los amigos».
Queremos
y precisamos descansar, ponernos cómodos y dejarnos llevar. Lo opuesto al
diálogo, a la escucha activa e interesada, al debate. Queremos educar, pero una
educación ultrarrápida, como el «precalentado» de la cocina, o como el
«microondas». No puede ser, eso no funciona. Educar bien, como la buena cocina,
requiere tiempo, tiene que hacerse «al amor de la lumbre».
Los
hombres y las mujeres han conseguido la igualdad en el acceso al mundo laboral
fuera del hogar (en casa la carga de trabajo todavía se manifiesta en detrimento
de la mujer). Bueno es poder elegir no quedarse todo el día en el hogar, pero es
malo que los horarios laborales suelen ser incompatibles con las
responsabilidades parentales. Las llamadas «madres missing» son las que no
pueden estar todo el tiempo que desean con sus hijos, por la incompatibilidad
con su horario de trabajo. Los convenios que se firmen entre empresarios y
trabajadores (y aquí tienen trabajo los sindicatos laborales) deberían trabajar
por lograr la compatibilidad de la vida familiar de los trabajadores con el
trabajo.
Ahora bien, hay quien se queja de que no tiene tiempo para estar con los hijos y
durante el fin de semana tampoco lo encuentra para disfrutar de ellos.
¿Valoramos suficientemente el ser padres, o hay falta de reconocimiento, como
ocurre con las "amas de casa"?
Prioridad, éste es el vocablo, el deseo es el sentimiento que conducirá a un
tiempo de calidad con los hijos, un tiempo suficiente. Y es que el tiempo de la
infancia resulta corto, la necesidad que tienen de nosotros es grande, y antes
de lo que pensamos exclamaremos: «¡Se me ha hecho mayor sin darme cuenta!». ¡Qué
pena!
Respecto
a las limitaciones económicas, es cierto que un hijo acarrea muchos gastos y que
las ayudas son pocas, pero también es cierto que en estos tiempos que corren
estamos enganchados a la patología del consumo. En algunas casas se vive en
términos de marcas, de nuevos productos, y las conversaciones giran en torno al
acceso al consumo, y se compite con los demás por tener los productos de última
generación.
En la
sociedad china, país que durante mucho tiempo ha sido el más poblado del mundo,
el promedio de hijos era de siete; actualmente, con las políticas de control de
natalidad impuestas por el Gobierno, el promedio es de uno. Comparando las
actitudes de los padres de ayer y de hoy respecto a sus conceptos de disciplina,
atención y educación de los hijos, se puede observar que las familias pequeñas
actuales tienen un gasto económico respecto al hijo muy similar al de las
familias numerosas de ayer.
A esto
añadimos la presión de los medios. Los programas no debieran convertirse en
contenedores de publicidad. Comerciantes y publicistas son conscientes del
potencial de consumo que representan los más pequeños de la casa. Para ellos,
los niños son un objetivo triple: porque son en sí mismos consumidores y tienen
dinero para gastar, porque influyen en las compras que realizan sus padres y
abuelos, y además porque son los adultos del futuro (fidelizados a marcas).
Por otro
lado, los padres les dan todo lo que piden, y es que a veces la falta de tiempo
y dedicación se sustituye por regalos y caprichos. Hoy las habitaciones de los
niños están repletas de las últimas novedades. No se debe saturar al niño con
juguetes, pues además de incapacitarle para apreciar el valor de cada uno, le
propiciaremos ansiedad y la interiorización del más y más, del consumismo a
ultranza.
Los niños
acaban creyendo tener necesidades que hacen propias sin ser, en verdad,
necesidades reales; siempre están pidiendo cosas materiales. Los padres cubren
esas necesidades irreales, y a lo que de verdad contribuyen es a transmitir la
idea de que hay que utilizar a los otros como medio para conseguir un fin.
Desde el
ejemplo cotidiano y el diálogo instructivo habrá que inocular el antídoto a
niños y jóvenes contra la despersonalización que puede conllevar el decir sí a
las demandas comerciales. Se incentivará la capacidad crítica desde el ejemplo
de los adultos.
Expuestos
algunos de los planteamientos para tener un solo hijo, veamos qué puede
preocupar a unos padres a la hora de su educación.
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