LA CONCIENCIA DE LOS VACÍOS: SENTIR LOS HUECOS
En el transcurso del día vemos y oímos toda una serie de cosas cambiantes que
suceden una tras otra. Cuando nos percatamos por primera vez de estar viendo
algo u oyendo un sonido (y mucho más si es desconocido), antes de que la mente
le asigne un nombre o lo interprete, generalmente hay un vacío de atención
intensa en el cual ocurre la percepción. Ese es el espacio interior.
La duración de ese vacío varía de una persona a otra. Es fácil pasarla por alto
porque, en muchos casos, son brechas extremadamente breves, quizás de un segundo
o menos.
Lo que sucede es lo siguiente: cuando se produce una imagen o un sonido nuevo,
hay una interrupción breve en el torrente habitual de pensamientos en el primer
momento de la percepción. La conciencia se aparta del pensamiento porque se la
necesita para detectar una percepción. Una imagen o un sonido muy extraño puede
dejarnos "mudos", incluso en nuestro interior. Es decir que provoca un vacío más
largo.
La frecuencia y la duración de esos espacios determina nuestra capacidad para
disfrutar de la vida, para sentir la conexión interior con otros seres humanos y
con la naturaleza. También determina nuestro grado de libertad frente al ego,
porque el ego implica una inconsciencia total de la dimensión del espacio.
Cuando tomamos conciencia de estos vacíos a medida que se producen naturalmente,
poco a poco se prolongan y experimentamos con más frecuencia la alegría de
percibir, sin la interferencia del pensamiento. Entonces el mundo se nos
presenta renovado, alegre y vivaz. Mientras más percibimos al mundo a través de
la pantalla mental de la abstracción y la conceptualización, más inerte y
desabrido se torna.
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