|
PRESENCIA
Un día vino a verme una mujer de unos treinta años. Cuando me saludó, pude
sentir el sufrimiento a pesar de su sonrisa amable y superficial. A los pocos
segundos de comenzar a contarme su historia, su sonrisa se convirtió en una
mueca de dolor. Entonces rompió a llorar inconsolablemente. Me dijo que se
sentía sola y fracasada. Estaba llena de ira y tristeza. Siendo niña había
sufrido los abusos de un padre físicamente violento. Vi claramente que su
sufrimiento no se debía a las circunstancias de su vida en ese momento sino a
que cargaba el peso de un cuerpo del dolor muy denso. Su cuerpo del dolor se
había convertido en el filtro a través del cual veía la situación de su vida.
Todavía no estaba en capacidad de ver la conexión entre el dolor emocional y sus
pensamientos, puesto que estaba completamente identificada con ambos. No podía
reconocer que estaba alimentando su cuerpo del dolor con sus pensamientos. En
otras palabras, vivía con la carga de un yo muy infeliz. Sin embargo, en algún
nivel debió reconocer que la fuente del sufrimiento estaba en su interior, que
ella misma era su carga. Estaba lista para despertar y por eso había acudido a
mí.
Le pedí que llevara su atención a lo que sentía en el interior de su cuerpo y
que sintiera la emoción directamente, no a través del filtro de sus pensamientos
de infelicidad, de su historia de tristeza. Dijo que había venido con la
esperanza de que yo le mostrara el camino para salir de su infelicidad, no para
entrar en ella. Sin embargo, hizo lo que le pedí, aunque con algo de renuencia.
Lloraba y temblaba. "Eso es lo que siente en este momento", le dije, "no hay
nada que pueda hacer ahora porque eso es lo que siente en este momento.
Entonces, en lugar de cambiar la forma como se siente en este momento, lo cual
generará más sufrimiento, ¿cree posible aceptar por completo lo que siente
ahora?"
Guardó silencio unos instantes. Súbitamente se mostró impaciente como si
quisiera levantarse y dijo enojada, "no, no deseo aceptar esto". "¿Quién está
hablando?", le pregunté, "¿usted o su infelicidad? ¿Se da cuenta de que su
infelicidad por estar infeliz es otra capa más de infelicidad?" Calló
nuevamente. "No le estoy pidiendo que haga algo. Lo único que le pido es que
trate de descubrir si le es posible permitir que esos sentimientos residan ahí.
En otras palabras, y esto puede parecerle extraño, ¿qué pasará con la
infelicidad si no le importa ser infeliz? ¿No desea averiguarlo?"
Me miró intrigada durante unos momentos, y al cabo de un minuto de silencio,
noté un cambio importante en su campo de energía. Dijo, "es raro, todavía me
siento infeliz, pero ahora hay un espacio alrededor, parece que me pesara
menos". Fue la primera vez que alguien utilizó esa descripción: hay espacio
alrededor de mi infelicidad. Ese espacio se produce cuando aceptamos
interiormente lo que estamos experimentando en el presente.
No dije mucho más para dejarla vivir su experiencia. Más adelante comprendió que
en el mismo momento en que dejó de identificarse con el sentimiento, con esa
emoción dolorosa que vivía en su interior, tan pronto como centró su atención
sin tratar de resistirse, ese sentimiento ya no podría controlarla ni controlar
su pensamiento, ni mezclarse con una historia inventada por su mente y titulada
"Mi pobre yo infeliz". Encontró otra dimensión en su vida, la cual trascendía
ese pasado personal: la dimensión de la Presencia. Puesto que es imposible ser
infeliz sin una historia triste, hasta ahí llegó su infelicidad. También fue el
comienzo del fin de su cuerpo del dolor. La infelicidad no es más que la
combinación de la emoción con una historia triste.
Cuando terminó nuestra sesión, fue muy satisfactorio para mí ver que acababa de
ser testigo del surgimiento de la Presencia en otro ser humano. La razón misma
de nuestra existencia en forma humana es traer a este mundo esa dimensión de la
conciencia.
También había visto cómo se había disminuido el cuerpo del dolor, no como
consecuencia de una lucha, sino al proyectar sobre él la luz de la conciencia.
A los pocos minutos de irse mi visitante, se presentó una amiga a dejarme algo.
Tan pronto como entró en la habitación dijo, "¿qué pasó aquí?" Se siente una
energía pesada y lóbrega. Casi podría decir que me siento mal. Debes abrir las
ventanas y quemar incienso". Le expliqué que acababa de presenciar una gran
liberación en una persona con un cuerpo del dolor muy denso y que lo que estaba
sintiendo seguramente era parte de la energía liberada durante esa sesión. Sin
embargo, mi amiga no quiso quedarse para escuchar toda la historia. No veía la
hora de salir.
Abrí las ventanas y salí a cenar en un restaurante indio cercano. Lo que sucedió
allí fue otra confirmación más de lo que ya sabía: que en un plano, todos los
cuerpos del dolor, aparentemente individuales, están conectados. Sin embargo, la
forma como obtuve la confirmación fue bastante estremecedora.
|
|