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LA TELEVISIÓN
Ver televisión es la actividad (o más bien la inactividad) de esparcimiento
predilecta de millones de personas del mundo entero. Al cumplir los 60 años, el
estadounidense común habrá pasado 15 años de su vida delante de la pantalla del
televisor, y las cifras de otros países son semejantes.
Para muchas personas, la televisión es "relajante". Si observamos atentamente,
nos damos cuenta de que mientras más tiempo mantenemos la atención enfocada en
la pantalla, más se suspende la actividad del pensamiento y más tiempo pasamos
viendo solamente la entrevista, el programa de juego, la comedia o hasta los
comerciales sin generar un solo pensamiento. No solamente olvidamos por completo
nuestros problemas, sino que nos liberamos de nosotros mismos transitoriamente.
¿Qué podría ser más relajante que eso?
¿Entonces es la televisión un medio para crear espacio interior? ¿Nos ayuda a
estar presentes? Desafortunadamente no es así. Si bien la mente suspende su
actividad durante períodos prolongados de tiempo, se conecta con la actividad
mental del programa de televisión. Se conecta con la versión televisada de la
mente colectiva y entra a pensar esos pensamientos. La mente está inactiva
únicamente en el sentido de no generar sus propios pensamientos. Sin embargo,
está absorbiendo continuamente los pensamientos y las imágenes provenientes de
la televisión. Esto induce una especie de estado de trance y mayor
susceptibilidad, parecido al de la hipnosis. Es por eso que es ideal para
manipular "la opinión pública", como lo saben bien los políticos, los grupos de
interés y los anunciantes. Es por eso que pagan millones de dólares para
sorprendernos inermes en ese estado de receptividad. Buscan reemplazar nuestros
pensamientos por los de ellos, y por lo general lo logran.
Así, mientras vemos televisión, la tendencia es a caer por debajo del
pensamiento en lugar de elevarnos por encima de él.
En esto, la televisión se parece al alcohol y a ciertas drogas. Si bien nos
libera transitoriamente del yugo de la mente, el precio también es alto: la
inconsciencia. Lo mismo que las drogas, la televisión tiene una cualidad
adictiva grande. Tomamos el control para apagar el aparato y en lugar de hacerlo
comenzamos a repasar todos los canales. Media hora o una hora después todavía
estamos viendo y recorriendo los canales. Es como si el botón de apagado fuera
el único que el dedo no logra oprimir. Continuamos pegados al aparato no porque
algo interesante atrae nuestra atención, sino precisamente porque no hay nada
interesante para ver. Una vez atrapados, mientras más trivial y más sin sentido,
más adictiva se vuelve. Si fuera interesante y desafiara el intelecto, llevaría
a la mente a pensar nuevamente, lo cual sería más consciente y preferible a un
trance inducido por un aparato. Entonces las imágenes de la pantalla no
mantendrían totalmente cautiva nuestra atención.
Si el contenido del programa es de cierta calidad, puede contrarrestar hasta
cierto punto, o incluso deshacer, el efecto adormecedor del medio de la
televisión. Hay algunos programas que han sido de gran ayuda para muchas
personas, les han cambiado la vida para bien, les han servido para abrir el
corazón y les han ayudado a alcanzar el estado de conciencia. Hay incluso
ciertas comedias que, aunque no tratan ningún tema en particular, son
espirituales sin saberlo porque nos muestran una caricatura del ego y de la
sinrazón humana. Nos enseñan a no tomarnos nada demasiado en serio, a vivir la
vida con despreocupación y, por encima de todo, enseñan por medio de la risa. La
risa es extraordinaria como factor liberador y también curativo. Sin embargo, en
la mayoría de los casos, la televisión continúa bajo el control de personas
totalmente sometidas al ego, de tal manera que continuamos bajo el control de
esa segunda intención de adormecernos, es decir, de sumirnos en la
inconsciencia. Sin embargo, el medio de la televisión encierra un potencial
enorme, todavía inexplorado.
Debemos evitar los programas y los comerciales que nos agreden con una secuencia
acelerada de imágenes que cambian cada dos o tres segundos o menos. El exceso de
televisión y de esos programas en particular es el causante en gran medida del
trastorno del déficit de atención, una disfunción mental que afecta a millones
de niños del mundo entero. Esos períodos breves de atención se traducen en
percepciones y relaciones vacuas e insatisfactorias. Todo lo que hagamos estando
en ese estado carece de calidad, porque la calidad requiere atención.
Ver la televisión con frecuencia y por períodos prolongados no solamente nos
sume en un estado de inconsciencia sino que nos induce a la pasividad y nos
agota la energía. Por consiguiente, en lugar de ver cualquier cosa, elija los
programas que desee ver. Cada vez que recuerde, sienta la vida dentro de su
cuerpo mientras está frente a la pantalla. Tome conciencia de su respiración
periódicamente. Aparte los ojos de la pantalla a intervalos regulares para que
ésta no se apodere por completo de su sentido de la vista. No suba el volumen
más de lo necesario para que la televisión no se apodere de su sentido de la
audición. Oprima el botón de silenciar el aparato durante los comerciales.
Asegúrese de no dormirse inmediatamente después de apagar o, peor aún, de
quedarse dormido con el televisor encendido.
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