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LA ALEGRÍA
Muchos se imaginan la espiritualidad y el trabajo espiritual como algo fácil
destinado a personas apocadas y que tienen siempre el rostro triste y
afligido. Ignorantes de la vida espiritual creen que el corazón de las
personas espirituales son cuevas oscuras en donde sólo hay soledad y
oscuridad. Pero nada hay más lejos de la realidad. Los corazones de quienes
viven espiritualmente y están enamorados de Dios son los parajes más
deliciosos y alegres, tanto que nadie que no sea espiritual puede imaginar.
Precisamente son los hombres y mujeres que no son espirituales los que son
lúgubres y se parecen a las lechuzas, que sólo cantan en la noche.
Muchas personas, en su deseo de Dios y de “progreso espiritual”, hacen cosas
realmente extravagantes y se castigan con privaciones desproporcionadas.
Viven en un estado de negación al ver en el placer y en la belleza, en la
libertad y en el respeto, a demonios malignos. No debemos separar el cielo
de la Tierra pensando que todo aquí abajo es gris o malo, y que allí arriba
reside la verdadera felicidad y lo bueno. El mundo “material” y el mundo
“espiritual” son en realidad un solo mundo, creado por Dios. Los “cielos” y
los “infiernos” únicamente están en nuestro interior.
Es totalmente legítimo gozar, y gozar de verdad, sin reservas ni miedos, de
todas las cosas buenas que nos ofrece la vida. Es legítimo cogerse
fuertemente a Dios con una mano y con la otra sujetar las bellas flores y
los bellos frutos que Él mismo nos ofrece. Negarnos a satisfacer las
apetencias del ego es una entrega, pero entregarnos a la negación es, con
mucho, la peor de las entregas. Nos fuerza a creer que estamos haciendo algo
valioso cuando, en realidad, sólo estamos fijos dentro de nosotros mismos.
La consciencia de unión constante con Dios y el ardor constante de su amor
no son un obstáculo que impida a las personas espirituales aprovechar la
ocasión más insignificante para gastar una broma, eso sí, una broma
distinguida, alegre y edificante. En ninguna de estas personas está reñida
la espiritualidad sincera con la simpatía y la alegría que siempre le
acompañan. No negamos la necesidad de colocar la austeridad en el fondo de
la misma espiritualidad, como un fundamento que prevenga y evite posibles
extravíos, pero no es lo mismo la seriedad que la pesadez, la melancolía y
la infelicidad de una personalidad amarga.
Si hablamos con alegría y con entusiasmo del amor de Dios, cuya presencia
sentimos por todas partes, nos exponemos a que se nos tache de locos. Dios
tiene flechas de amor con las que nos clava sus palabras de misericordia y
de conocimiento en nuestro corazón, de manera que podríamos dudar de todo
menos de lo que amamos y de que Dios vive en lo más intimo de nuestro ser.
Dios vive en lo más profundo de nuestro interior, más que nosotros mismos y
al abrir nuestra consciencia a Él nos transmite su olor por toda nuestra
vida. Oímos su voz y antes dudaríamos de nuestra existencia que de que le
oímos y de que nos inunda de un sentimiento extraño y de una dulzura
desconocida que, si la dejáramos crecer un poco, haría de nuestra vida algo
muy distinto de lo que es. Porque el alma, cuando oye a Dios, escucha una
música que resuena en su interior, en un silencio que no percibe el oído
sino el alma. Dios ofrece, a las personas espirituales estas vivencias, y
una vez que las experimentamos nos es imposible sentir nada más grato ni
placer semejante.
Recibiendo de Dios el amor más puro, las personas que viven espiritualmente
fluyen con la vida de una forma dichosa y alegre, y se hacen capaces de
emprender trabajos que antes les parecían imposibles, tanto por la fuerza
como por la inteligencia que requieren. ¡Qué distinto es el lenguaje enfermo
en el que muchos individuos y muchas sectas envuelven la vida espiritual!
Felices los que viven espiritualmente y aman a Dios como a una madre que los
abraza, los alimenta y los lleva en el pecho; éstos no son muñecos piadosos
sino auténticas personas espirituales. Estos seres evolucionados se
distinguen por su espíritu de inteligencia, que es un don de Dios y lo mejor
que puede haber en nosotros. Dios reúne en ellos el tesoro de la
inteligencia y de la verdad, cuya fuente eterna es Dios mismo, ser infinito
que no cabe dentro de nuestro pobre entendimiento.
Esta bella espiritualidad se ha transmitido a lo largo de los tiempos y
resplandece en todas las personas verdaderamente elevadas. Éstas siempre
están alegres, despreocupadas, inocentes, contemplando un bello porvenir sin
remordimientos en la consciencia. Son almas serenas, que poseen una luz
luminosa que brilla en sus rostros.
Para quienes carecen de la visión profunda de la naturaleza, la luz y el
fuego en las personas les resultan imperceptibles. Como el pesimismo es hoy
en día un mal muy extendido y cada uno tiende a aplicar el conocimiento
según el colorido del propio carácter, es conveniente que dispongamos en
nuestra alma de coloridos blancos, alegres y suaves. Evidentemente hay en el
libro de la vida leyes muy severas para quien no quiera entender el lenguaje
del amor. Pero las enseñanzas no hay que entenderlas de una manera
fragmentada, sino en su totalidad. Un brillante reflejará la luz mientras se
mantiene íntegro. El mismo brillante desecho y pulverizado contendrá los
mismos elementos químicos, la misma cantidad de materia, pero ya no
reflejará la luz del sol. Es verdad que existen verdades muy severas, como
por ejemplo aquellas que maldicen a los que no tienen entrañas de
misericordia. Pero, tras haber considerado estas verdades con el debido
respeto, haremos mejor en escuchar las alegres promesas de recompensa que el
camino de la vida depara para quienes viven espiritualmente.
También es verdad que innumerables veces debemos soportar el peso de
nuestras propias caídas, de nuestros errores, pero es necesario perseverar
pacientemente en nuestra tarea y encontrar la enseñanza que nos aporta
nuestra equivocación. Ésta es la forma de andar hacia delante, cuando
tropecemos y caigamos, levantarnos, aprender y seguir caminando.
Si alguien, ya sea por malicia o por error, hace algo inadecuado, se
equivoca, tropieza y cae, debe levantarse, sin grandes gestos ni aspavientos
y sin recrearse en pensar lo ignorante o malo que es. Nada refleja mejor lo
que somos en realidad que nuestra tendencia a resbalar hacia la nada, toda
la historia de la humanidad ha sido un resbalar constante hacia la nada más
absoluta. Por eso, para poder curar el corazón enfermo de la humanidad, nos
resulta tan necesaria la espiritualidad.
Lo que no está bien es vivir una “espiritualidad” limitada e ignorante,
inspirada por el miedo al castigo. No tenemos que olvidar que los caminos de
Dios son pacíficos y hermosos. No, la espiritualidad no es triste. Sería
erróneo decir que quienes viven espiritualmente están tristes por ser
espirituales. La alegría es una nota característica de las personas
espirituales, por su carácter se parecen al sol, mientras que los necios
tienen más fases que la luna. Pocos tienen siempre su propia alma en sus
manos, pero esta cualidad es una alegría y un tesoro que todos estamos
llamados a disfrutar.
La alegría rejuvenece y es salud, mientras que la tristeza y las emociones
que induce el ego son gusanos roedores. Toda persona verdaderamente
espiritual disfruta de buen humor y vive en un estado de alegría constante.
Como si hubieran sido tocadas por la Gracia de Dios les salen resplandores
de alegría hasta de la punta de los dedos, la contagian por donde quiera que
pasan y dejan sus dulces huellas detrás de sí. En su presencia hay algo que
las personas comunes no saben lo que es, como una influencia mágica que nos
alegra el corazón, pues derraman luz por donde quiera que pasan. Nadie puede
discutir a estos seres el derecho a exigir sacrificios, aunque no puedan
presentar para ello otra acreditación que las que se basan en la razón y en
la evidencia. Y no es entre las personas que se llaman “religiosas” o que
pertenecen a cualquier grupo doctrinario donde podemos encontrar esta
elevada expresión de la espiritualidad. Los individuos “religiosos”, y que
nadie se escandalice, sufren con demasiada frecuencia de tosquedad y de
falta de consciencia e inteligencia, aunque no les falte cierta erudición,
de modo que por una persona que hace atractiva la espiritualidad hay nueve
que la hacen repulsiva. La alegría del corazón es una virtud que nace de la
espiritualidad, es decir de la consciencia, del amor, de la serenidad
interior y del obrar adecuadamente.
No tenemos que entregarnos a la tristeza porque la alegría es la vida del
alma; la tristeza ha robado la vida a muchos y no es útil para nada. En
realidad, los individuos extraviados y fanáticos son amargados que se han
formado de la vida interior un concepto tan salvaje como triste. El mismo
demonio, como un león rugiente, se lanza contra los espíritus, los ciega,
los deprime y los tiraniza. La tristeza es un signo de las alucinaciones
infernales, pues nadie recibe la luz de Dios sin experimentar enseguida un
placer especial.
La alegría nos ayuda a abrirnos a Dios y a la verdad y a tratar con los
seres humanos sin sombras de tristeza y con verdadero amor. Dios, sabiduría
y bondad infinitas, se comunica con nosotros como un amigo de rostro alegre
y rebosante de afabilidad. Quien se siente habitualmente triste en las
regiones más íntimas de su espíritu no ha experimentado el viento fresco de
la eternidad. La paz espiritual es uno de los mayores bienes de la
humanidad, es la tranquilidad del orden. Pero la paz que pueden vislumbrar
quienes se encuentran poco evolucionados es una sombra en comparación con la
paz interior que viven las personas espirituales.
Para permitir que surja la felicidad debemos poseer en todas las
circunstancias de la vida una visión clara de la realidad y un corazón que
ame obrando adecuadamente. Para ello es necesario conocernos a nosotros
mismos y vivir en el presente, ahora. |
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