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AMOR, APEGO Y
LIBERTAD
El apego es un estado emocional de vinculación compulsiva a una cosa o a
una persona determinada y está originado por la creencia de que sin eso no
se puede ser feliz. Se compone de dos elementos, uno positivo y otro
negativo, el elemento positivo es el fogonazo del placer y de la emoción,
el estremecimiento que se experimenta cuando se consigue el objeto del
deseo. El negativo es la sensación de amenaza y de tensión que lo
acompaña. Por su propia naturaleza el apego hace vulnerables a las
personas al desorden emocional y desintegra la paz. La semilla del apego
sólo puede germinar en la oscuridad de la ignorancia, del engaño y de la
ilusión.
Dicen que el amor es ciego, pero lo que es ciego no es el amor, sino el
apego. Una gran cantidad de importante información, procedente del mundo
que nos rodea, no consigue llegar a nuestra mente consciente a causa de
nuestros apegos, creencias y miedos. El apego nos insensibiliza y hace que
reaccionemos ante las personas en función de la ayuda o la amenaza que
creemos que suponen para el logro de nuestra ambición. Y a las que
consideramos fuera de esas dos categorías ni siquiera existen para
nosotros. Todo aquel que posee algún apego está ciego y no ve la realidad
de la Vida.
El apego es una necesidad compulsiva que embota la sensibilidad, es como
una droga que enturbia la percepción de la Vida. Del mismo modo que un
radar averiado distorsiona y falsea lo que percibe, el apego daña al amor
y lo hace desaparecer, pues el amor es sensibilidad. Nadie se puede
liberar del apego con la renuncia, sino con la consciencia, pues la
renuncia sólo mutila y endurece. El apego roba la Vida, pues aquello a lo
que uno está apegado se encuentra sólo en la mente, no en el objeto o en
la persona. Y, además, se le atribuye un valor que en verdad no tiene.
Es imprescindible escoger entre el apego y la felicidad. Nadie ha nacido
con apegos, sino que estos brotan de una mentira que la sociedad y la
cultura mantienen o de una mentira que uno se cuenta a sí mismo. Si se
quiere estar plenamente vivo es preciso que utilizar el sentido de la
perspectiva, pues la Vida es infinitamente más grande que cualquier
nimiedad a la que uno se haya apegado y a la que le haya dado el poder de
alterarle. Es una nimiedad porque, si se vive lo suficiente, es muy fácil
que algún día esa cosa o persona deje de importar, hasta el punto que no
se tengan recuerdos de ella, como se puede comprobar en la propia vida.
Hoy mismo apenas recordamos aquellas nimiedades que tanto nos inquietaron
en el pasado y que hoy no nos afectan lo más mínimo.
Un apego no es un hecho, es una creencia, una fantasía de la mente. Si esa
fantasía no existiera uno no estaría apegado, se amarían las cosas y las
personas y se permitiría surgir la felicidad. En realidad tan sólo nos
engañamos a nosotros mismos cuando creemos que sin nuestros apegos no
podemos ser felices.
Vivir una vida espiritual y disolver los deseos, prejuicios, y apegos
supone una revolución tan grande que la mayoría prefiere lanzarse de
cabeza a realizar buenas obras y a ser serviciales que someterse al fuego
purificador de semejante trabajo. Pero cuando nos ponemos a servir a
alguien a quien no nos hemos tomado la molestia de comprender, en realidad
no estamos intentando satisfacer la necesidad de esa persona, sino la
nuestra propia. Para que exista un amor verdadero es imprescindible que
veamos y comprendamos a la persona con la que estamos tratando.
Hay indiferencias que se confunden con el amor, pero no son más que un
endurecimiento del corazón. Hay personas que como no están apegadas a
nadie piensan que aman a todo el mundo. Hay quienes sin haber zarpado
piensan que ya han arribado. La Vida por sí sola no puede producir amor,
sólo puede engendrar atracción, placer, apego, cansancio y aburrimiento,
todo ello mezclado con ansiedad, posesividad, tristeza y dolor. Cuando
todo esto se ha repetido una y otra vez, en un ciclo constante, llega un
momento que acabamos hartos y quisiéramos poner fin a todo el proceso. Si
tenemos la suerte de no encontrarnos con ninguna otra cosa o persona que
atraiga nuestra atención, podremos vivir una paz un tanto frágil y
precaria. Eso es todo lo que la vida puede ofrecernos, aunque es posible
que lo confundamos con la libertad y acabemos muriéndonos sin haber
conocido jamás lo que significa ser realmente libres y amar.
La capacidad de hacer el mal o de ser malo no tiene que ver con la
libertad, sino que es una enfermedad, una falta de consciencia y de
sensibilidad. La persona verdaderamente libre no puede obrar
inadecuadamente y hacer daño. El pobre ser que tenemos ante nosotros y
hace el mal es un ser lisiado, ciego y cojo; no es la persona terca y
malévola que neciamente creemos. Necesitamos comprender esta verdad,
considerarla detenida y profundamente. Si así lo hacemos veremos cómo
nuestras emociones negativas dan paso a sentimientos de ternura y a la
compasión, cómo se abre un espacio en nuestros corazones para quienes
habían sido ignorados y despreciados por los demás y por nosotros mismos.
El amor surge cuando hay libertad. En el momento en que entran en juego la
coacción, el control o el conflicto, en ese mismo momento muere el amor.
La rosa, el árbol y la lámpara nos dejan completamente libres; no harán el
menor esfuerzo por arrastrarnos al aroma, a la sombra o a la luz, aunque
pudieran pensar que es lo mejor para nosotros. En cambio, tenemos que ser
capaces de ver toda la coacción y todo el control a los que los demás nos
someten y a los que nosotros mismos nos esclavizamos cuando, para comprar
su amor y su aprobación, tratamos de responder a sus expectativas. Cada
vez que nos sometemos a este control destruimos nuestra capacidad natural
de amar porque no es adecuado entrar en ese juego esclavizante, y todo lo
que no es adecuado es desamor. La libertad no es más que otra palabra para
referirnos al amor. |
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