|
LA MUJER Y LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD
La adolescencia es la etapa en la que la crisis evolutiva primordial
consiste en la búsqueda de la identidad. Para el varón, la identidad adulta
se define en gran medida en relación con la actividad laboral ("soy
médico"). En consecuencia, la adolescencia y la identidad en aumento se
convierten en una preparación para esta identidad adulta ("tengo que escoger
asignaturas de ciencias y tomarme en serio los estudios para llegar a ser
médico").
Sin embargo, parece que este proceso es muy distinto para la adolescente.
Tradicionalmente, las chicas no prevén que el trabajo fuera de casa pueda
constituir para ellas una importante raíz de su identidad. Incluso hoy día,
muchas universitarias dicen a menudo que se preparan para ser profesoras o
trabajadoras sociales, pero no porque quieran educar las mentes de los
jóvenes o porque deseen hacer buenas obras en beneficio de la humanidad,
sino porque "tendrán algo a lo que recurrir" (en caso de quedarse viudas de
forma imprevista o de divorcio). No consideran que el trabajo o la ocupación
constituya una fuente importante de su identidad. Por el contrario, la
prioridad fundamental sigue siendo la familia y la principal fuente de
identidad es el marido y, más adelante, los hijos, es decir, el papel de
esposa y madre. El hombre se ve a sí mismo como médico; la mujer se ve a sí
misma como la esposa del médico.
Las mujeres jóvenes de hoy día hablan de tener una carrera, pero bajando a
los detalles, sus expectativas vitales siguen siendo tan tradicionales que
con-cuerdan con la de tener un puesto de trabajo, pero no una carrera.
Muchas mujeres planean interrupciones importantes de su trabajo, y eso puede
hacerse con un puesto de trabajo, pero, por regla general, no es posible con
una carrera.
Las expectativas con respecto a la división del trabajo son tradicionales:
las mujeres jóvenes esperan responsabilizarse, ante todo, del cuidado
cotidiano de los niños, y piensan que dejarían una reunión de trabajo
importante cuando un niño estuviese enfermo.
Aunque
las universitarias han ido ampliando sus opciones de elección de carrera
hacia campos en los que, tradicionalmente, predominaban los varones, no se
ha producido un cambio paralelo de su pensamiento con respecto a la primacía
de la atención a los niños y a la casa. Quizá no tuvieran que plantearse
estos dilemas. No obstante, es probable que las universitarias no tengan
ideas muy realistas de los dilemas entre trabajo y familia a los que tienen
que enfrentarse hoy día las mujeres adultas. De manera bastante poco
realista, piensan que podrán simultanear su papel tradicional de esposa y
madre con el mantenimiento de una carrera estimulante, sin verse en la
obligación de hacer-difíciles elecciones a lo largo de la vida.
En el período final de la adolescencia, cuando el varón lucha por
desarrollar una identidad adulta, vemos que las mujeres posponen la
formación de su identidad, tratando de mantener una identidad flexible que
pueda adaptarse al aún desconocido esposo. La formación de una identidad
característica podría impedir el matrimonio de la chica. Por ejemplo, una
muchacha puede decidir convertirse en la mejor física nuclear del mundo.
Pero, si más tarde encuentra al hombre de sus sueños, con la única salvedad
de que él no piensa casarse con la mejor física nuclear del mundo, puede
acabar con la perspectiva de un buen matrimonio para ella. Esta es una
especie de preparación para las contingencias para describir este fenómeno.
La flexibilidad se imprime en la personalidad de la mujer, en el proceso de
socialización, mediante la preparación para las eventualidades. La mujer
vive adaptándose y preparándose para las contingencias previstas e
imprevistas: las desconocidas cualidades del futuro marido, la falta de
garantía del matrimonio, la posible necesidad económica de trabajo, la
probable falta de hijos, la marcha de éstos del hogar y el divorcio o la
viudedad. Para la mujer adolescente, la contingencia "matrimonio-esposo
desconocido" es, sin duda, la más sobresaliente. Aunque el cambio de un
trabajo a otro o el ingreso en la población activa y la salida de la misma
pueda ir en detrimento del éxito profesional, en otros campos la
flexibilidad es muy valiosa.
Si,
en realidad, no controlamos las contingencias, la capacidad para adaptarse
es muy funcional. Por tanto, hoy día, parecen haber surgido tres patrones de
identidad de la mujer:
1. Papel y estereotipo tradicionales: esperar a casarse.
2. Éxito y papel acorde con el mismo: éxito en campos valorados en nuestra
sociedad androcéntrica.
3. Identidad bimodal: compromiso con la familia y con la carrera.
Por desgracia, ninguna de las tres alternativas se libra del doble vínculo,
que persiste en la medida en que subsista la incompatibilidad entre la
feminidad y el éxito. La adolescente que escoge el papel tradicional puede
descubrirse a sí misma y a otros preguntándose por qué no logra más éxitos
en el mundo del trabajo. La chica que opta por la identidad orientada al
éxito se verá cuestionada por carecer de marido e hijos; y la muchacha que
escoja la identidad bimodal sufrirá las presiones que se susciten entre
áreas opuestas de su vida.
Aunque la evolución puede ser muy semejante en mujeres y hombres durante la
primera infancia y la niñez, la adolescencia supone una importante
divergencia. Para la chica, las expectativas cambian de repente y entran en
conflicto: el éxito no se recompensa como antes; se le exige la feminidad, y
éxito y feminidad se consideran incompatibles, creando en ellas un doble
vínculo o ambivalencia. Más tarde, en la adolescencia, la formación de la
identidad se convierte en un proceso clave, pero las contingencias son tales
que puede no realizarse en esta etapa, sino que se posponen.
|
|