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FORMULAR PENSAMIENTOS COMPASIVOS. SEGUNDO PASO

Este paso no exige gran concentración a largo plazo. A corto plazo nos plantea un cierto desafío, por la sencilla razón de que todos practicamos mucho el pensamiento no compasivo y vemos muchos ejemplos del mismo, mientras que vemos muy pocos ejemplos de pensamiento compasivo. Cuando intente formular pensamientos compasivos como reacción ante situaciones difíciles, deberá volver una y otra vez al mismo principio, sencillo pero poderoso: Esta persona desea, en último extremo, aproximadamente las mismas cosas que yo deseo, por aproximadamente los mismos motivos. Sólo deferimos en las estrategias que elegimos y en las oportunidades y en los talentos de que disponemos.

Este principio tiene una serie de corolarios: Nadie tiene el derecho absoluto de obtener lo que desea. Nadie obtiene nunca todo lo que desea. Todo el mundo queda decepcionado en último extremo. Ningún ser supremo ni ninguna fuerza poderosa decide quién será recompensado y quién quedará decepcionado.

Nadie merece el dolor. Nadie merece evitar el dolor. El dolor es una parte inevitable de todas las vidas. Ningún ser supremo ni ninguna fuerza misteriosa decide quién sufrirá y quién no.

Nadie puede estar absolutamente seguro de tener la razón y de que su adversario no la tiene. Nadie puede estar seguro nunca de que sus fines justifiquen sus medios.

Todos temen perder lo que tienen, exactamente del mismo modo que yo temo perder lo que tengo.

Nadie (ni yo tampoco) quiere ser impotente; pocas personas renuncian voluntariamente a su poder, por muy ilegítimo que considere yo que es el poder de ellos.

Cuando otra persona se siente triste, asustada o enfadada, lo que siente es aproximadamente lo mismo que siento yo en su situación.

Los demás justifican sus métodos para obtener lo que desean exactamente de la misma manera que justifico yo mis métodos para obtener lo que deseo.

Hay momentos en los que es preciso hacer frente a las afrentas. Hay momentos en los que debemos hacer valer nuestros derechos. Hay momentos en los que debemos protegernos a nosotros mismos o a nuestros seres queridos. Existen ocasiones, raras, en las que una persona debe recurrir a la violencia contra otra. Pero es posible hacer frente a las afrentas, hacer valer nuestros derechos, imponerse sobre otra persona, castigar a otra persona o incluso recurrir a la violencia sin odio ni desprecio al adversario. La compasión no está reñida necesariamente con la fuerza de carácter. Los deseos de las demás personas no son menos válidos que los nuestros, pero tampoco son más válidos. En general, las personas que practican la Compasión se hacen valer selectivamente, quizás de una manera más paciente o menos combativa que otras personas, pero se hacen valer en todo caso.

La Compasión no le exige que renuncie a sus principios éticos. No le impide que cumpla con sus deberes ni con sus responsabilidades. Un juez compasivo no dejará de dictar sentencias. Un policía compasivo no dejará de detener a la gente. La ética compasiva puede permitirnos, incluso, que recurramos a la violencia contra otras personas, bajo ciertas circunstancias muy limitadas.

Ustedes pueden llegar a preguntarse: "Si voy a dar a alguien una patada en el trasero, ¿qué importancia tiene si lo hago con Compasión o con odio?" La respuesta es que practicamos la Compasión en primer lugar para nuestro propio bien; en segundo lugar, para el bien de nuestros seres queridos, y en tercer lugar, para el bien del mundo entero. Pueden existir ocasiones en que una mente compasiva puede ayudarnos a enfrentarnos a una adversario de una manera más razonable o delicada, de tal modo que nuestra Compasión beneficia a nuestro adversario; pero éste es un beneficio circunstancial, y no un motivo primario para la práctica de la Compasión. No es demasiado probable que nuestro adversario advierta nuestra Compasión; menos probable todavía que la aprecie.

La compasión puede aumentar su autoestima por poner en tela de juicio la legitimidad de las jerarquías sociales con que usted se encuentra. La práctica de la Compasión establece que usted no es más importante que ninguna otra persona, pero también establece que ninguna otra persona es más importante que usted. Éste es otro de los resultados circunstanciales e imprevisibles de la práctica de la Compasión. Recuerdo una conocida que resaltaba por ser una persona notablemente capacitada y honrada, con una poderosa autoestima. En cierta ocasión me explicó: "Mi abuela me crió, y todos los días, cuando yo salía de casa para ir a la escuela o al trabajo, me decía: "Recuerda: no eres mejor que nadie, y nadie es mejor que tú." ¡Supongo que acabó convenciéndome!"

 

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