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La institución médica
La medicina es utilizada como un instrumento más –al
igual que la policía, el ejército, la religión, la educación, los medios de
comunicación…- para perpetuar la actual situación de miseria y dominación.
También actúa como el opio del pueblo al explicar las enfermedades de forma
engañosa y confusa, como si las condiciones adversas en las que vivimos no
tuvieran nada que ver con nuestras dolencias. Se achacan nuestros males a
factores invisibles de origen “desconocido” –microbios, virus, bacterias,
herencia, quedando así enmascaradas las agresiones cotidianas que producen
en el ser humano el Sistema, a través dela implantación de sus sociedad
capitalista y su régimen de trabajo. Se nos hace creer que no es necesario
cambiar nada para librarnos de las enfermedades, que todo se va a solucionar
gracias al descubrimiento de milagrosos medicamentos que acabaran con
nuestros males.
El sistema sanitario pone casi todos sus esfuerzos y
recursos materiales y humanos en curar o tratar enfermedades, pero no en
acabar con las causas de la enfermedad y proporcionar a las personas salud y
bienestar. Reprime los síntomas sin atender los motivos. Sin embargo, las
mimas causas acaban produciendo los mismos u otros efectos, las
consiguientes recaídas y la cronificación de la enfermedad.
Detrás de todo ello existe un formidable negocio. Muchas
veces, los síntomas son las protestas del organismo –de la unidad
cuerpo/mente- ante un ritmo de vida insoportable. Suprimiendo los síntomas,
la medicina nos ayuda a soportar lo que más nos daña, colaborando en nuestro
deterioro. El síntoma, aunque molesto, es siempre una respuesta inteligente
del organismo que indica su autocuración. Cortándolo se obstaculiza el
retorno a la salud.
El médico sigue jugando el papel de brujo de la tribu,
que asusta o impresiona a las personas para así manipularlas mejor. Se nos
pretende curar como se cura al ganado, sin contar para nada con nosotros. Se
promueve la confianza ciega en los profesionales de la medicina y la
desconfianza en los propios recursos. Se nos intenta impresionar con
conocimientos complejos y lenguaje incomprensible, y así mantenernos al
margen. Cada vez somos menos dueños de nosotros mismos y no nos atrevemos a
pensar ni a decidir nada por nuestra cuenta. Desde el nacimiento hasta la
muerte, el Poder pretende que toda nuestra vida esté bajo el control médico.
Para todo hay que consultar a los especialistas. Es así como creamos
personas dependientes, inseguras y acomplejadas desde pequeñas.
Ante este panorama es lógico y necesario que se hayan
desarrollado diversos movimientos, sistemas y terapias alternativas, pero el
hecho de que sean métodos “nuevos o naturales” no quiere decir que no sean
dañinos, pues se les pueden achacar las mismas o más falacias que a los
métodos oficiales. En muchas ocasiones no cuestionan lo que de verdad nos
daña, crean nuevas dependencias a nuevos profesionales, no siempre son
inofensivas. Queda patente como hoy en día el “negocio verde” está en alza.
Cada vez se consumen más medicamentos y, por eso, hay
cada vez más personas que enferman y mueren a causa de sus efectos
secundarios. La mayoría de los tratamientos están basados en introducir en
el cuerpo sustancias extrañas, y esto no está libre de peligros. Por otro
lado, la industria químico farmacéutica es una fuente importante de
contaminación del medio ambiente, experimenta sin escrúpulos con animales de
laboratorio y favorece la drogodependencia haciendo creer que todo se
soluciona consumiendo algún producto milagroso. Como si librarse de los
propios males se redujera a apretar algún botón, y no tuviera uno que ver ni
cuestionarse en absoluto las propias creencias, actitudes, hábitos y formas
de vida. El ser humano está acostumbrado a ingerir píldoras mágicas sin
antes pararse un segundo a reflexionar y contemplar la posibilidad de
utilizar de utilizar sus propios recursos. Nunca tanta gente había consumido
tanta droga, drogas legales y promocionadas. No son el alcohol o el tabaco
la droga utilizada por primera vez por el niño, sino los medicamentos. Si se
programa en la mente de una persona la idea de que para cada malestar hay
una píldora, se crea una mentalidad de sumiso drogodependiente.
Gran parte del dinero que nos gastamos en sanidad va a
parar a las arcas de la industria del fármaco, y luego, una buena parte, la
emplean los laboratorios en publicidad. En una sociedad en la que impera el
afán de lucro, la medicina tampoco se libra de ello. La industria médico
farmacéutica es una de las más poderosas económicamente, domina el mundo de
las investigaciones e influye en las universidades y en la información que
llega a los profesionales de la medicina. La enfermedad es una importante
fuente de ganancia económica.
Todo esto ocurre dentro del marco de la sociedad
técnico-industrial, donde el término “salud” se toma como sinónimo de
bienestar, principalmente físico y exclusivamente individual. Cuando la
salud es en realidad algo mucho más complejo. La salud es un estado mucho
más amplio que el simple bienestar físico o mental de un individuo aislado.
Para hablar correctamente de salud no se puede disociar lo individual, lo
social y lo ecológico. No es posible estar completamente sano en un entorno
enfermo –con desequilibrios sociales, ecológicos…
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