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Manicomio y control mental
Los seres humanos damos valor a una serie de cosas que,
en realidad, carecen de valor. Olvidamos el verdadero valor de la vida, que
es vivir espiritualmente, que es ser consciente y obrar adecuadamente.
Creamos entonces, desde nuestro error, una forma de relacionarnos entre las
personas, una sociedad insana y perturbada que provoca dolor y sufrimiento.
En la sociedad que creamos, la salud mental es simplemente la adaptación de
las personas a sus formas determinadas, sin importar para nada si la
sociedad está cuerda o loca.
Es cierto que existen enfermedades del cerebro, como
envejecimiento cerebral patológico, epilepsia, etc. Pero son una minoría en
el campo de las enfermedades mentales. Existe una amplia gama de
manifestaciones “patológicas” de la vida psíquica cuyo origen no es
biológico, sino ambiental, social, económico y libidinal, a pesar de que la
ciencia y la psiquiatría se esfuercen por demostrar el origen físico o
químico de las enfermedades mentales.
El Poder se esfuerza por criminalizar la mente humana. Se
basa en la culpabilidad para dejar fuera de discusión el Sistema, con sus
determinadas relaciones sociales y económicas. El Sistema, en todas sus
manifestaciones, nos presiona, nos moldea o nos rompe en mil pedazos. Todo
depende de la capacidad de adaptación o flexibilidad que una persona posea.
Presos en una arquitectura deshumanizada, el ser humano malvive. Desde hace
milenios, la religión ha separado el cuerpo del alma, humillando al primero
para “elevar” la segunda. Se ha pisoteado la naturaleza humana hasta
desfigurarla. El parto violento transforma nuestra llegada a esta vida en la
primera experiencia de muerte. Desde la tierna infancia la frustración
organiza el miedo a la carencia, la cual crea la necesidad de tener, de
poseer esposo, esposa, hijos y otros juguetes con los que sobrellevar la
soledad. No en vano la familia es la base de la sociedad. Todo esto hace
que, alienados, vaguemos errantes fuera de nosotros mismos, buscando sentido
a la vida, sin comprender que vivimos única y exclusivamente para vivir
espiritualmente. El que no pierde la razón por ciertas cosas es que no tiene
razón alguna que perder. Es, pues, la cordura del adaptado, del que no tiene
voluntad propia ni una saludable vida espiritual, cuyo ser se sostiene por
el tener, el “homo normalis”, la que está sometida a serias dudas por
cualquier persona que posea un mínimo de inteligencia. Debemos reflexionar
sobre si ser un obrero, un policía o ser feliz pilotando un bombardero no
son manifestaciones patológicas.
“Loco” es una persona que se encuentra en una triste
situación, bloqueado en un viaje interior que le sitúa frente a sí misma y
al margen y contra una sociedad enferma, conflictiva y mal estructurada. Con
determinadas condiciones existenciales y una terapia y cuidados apropiados,
podría iniciarse un proceso en el que él mismo disuelva los bloqueos
emocionales y los mecanismos de autorrepresión desarrollados dentro del
Sistema. Así se inicia la formación de un carácter autorregulado, capaz de
amar, de emplear la razón y de estar en contacto con una realidad exterior e
interior sin desfigurarla.
Aquí es donde entra en juego la tecnocracia psiquiátrica,
y su cruel papel carcelario. Vivimos en una época en que la ciencia
proporciona la sensación de seguridad que en otra época la proporcionaba la
religión. Así se identifica la consulta médica con el confesionario, donde
por nuestros “malos” pensamientos nos recetan penitencias químicas cuyo
efecto psicológico es más devastador que rezar cincuenta “padres nuestros”.
Muchas de las drogas que tan alegremente se recetan son auténticas camisas
de fuerza psicológicas, adictivas y con graves efectos secundarios. No en
vano la poderosa industria farmacéutica financia sus estudios clínicos y
subvenciona “el manual de diagnóstico de enfermedades mentales”, para que
cada ”enfermedad” se corresponda con su debido fármaco y se suprima así un
examen clínico en profundidad.
El control social dice: el delincuente a la cárcel y el
loco al manicomio. Por ejemplo, en el Estado español el secuestro legal está
repartido en unos 50.000 presos en cárceles y unos 50.000 internados
forzosamente en manicomios. En el manicomio se prohíbe desplazarse
libremente, utilizar el propio dinero, comunicarse libremente con el
exterior, mantener relaciones sexuales, se niega el derecho de organizar el
propio tiempo, se hacen registros, se medica a la fuerza, y se lobotomiza y
se tortura con el electroshock, y a todo esto se le llama curación o
reinserción social. La humanidad debe saber que la erradicación del
sufrimiento psicológico viene únicamente con la vida espiritual, que siempre
significa transformación del ser humano y de la sociedad.
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