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LA MORAL
La
moral es la conciencia que tiene una persona del bien y del mal por la
cual se siente responsable de sus actos. La moral pertenece a nuestro
mundo interior, mientras que la ética únicamente tiene que ver con la
relación que los individuos deben observar con sus semejantes y está
marcada por las costumbres y los usos sociales. No se puede, bajo ningún
pretexto, confundir la bella moral, que es fuente de toda virtud, con la
ética. La ética no es más que una caricatura de la moral, pues sólo tiene
como objetivo cuidar que los componentes de una determinada sociedad no
trasgredan las normas establecidas y puedan convivir según esas mismas
normas.
Se puede observar que existen personas más conscientes y evolucionadas que
otras y que, por lo tanto, existen diferentes tipos de moral. Unas son
perfectas y superiores y otras muchas brutales y bárbaras. Por ello es
necesario que comprendamos que, en realidad, existen tantas morales como
seres humanos, y que los deberes de unas personas no son los mismos que
los deberes de otras –así como sus privilegios.
No hay maldad en los hechos, sino en la bajeza con la que estos se
realizan. Si los hechos son realizados con bondad y son limpios no seremos
juzgados por ellos, o lo seremos ligeramente y sólo por nuestra
ignorancia. Pero esos mismos hechos, realizados por otra persona y con
otras intenciones, serán totalmente reprobables y sancionables. Por lo
tanto, no se juzgan tanto los hechos en sí sino la intencionalidad, la
bondad o la maldad con la que se realizan.
Existen unas leyes en este Universo que están más allá de las leyes
humanas y que rigen el funcionamiento de la Vida. Se pueden comprobar
viendo como al abuso de las facultades físicas sucede el dolor, y a los
extravíos del espíritu siguen el pesar y el arrepentimiento. El
conocimiento de estas leyes y su respeto genera en las personas la moral,
la virtud y el bien. De esta forma, una persona puede acceder a una moral
más elevada cuanto mayor sea su conocimiento sobre las leyes que gobiernan
la Vida, cuanto mayor sea su conocimiento espiritual.
No es fácil el oficio de vivir dignamente, no. Para ello debemos ser
conscientes y obrar adecuadamente, lo que significa estar enraizados en la
virtud. Esto implica renunciar constantemente a la ventaja y al interés
propio en favor de la moral y del sacrificio, lo que es algo así como un
saber hacer del espíritu. Desde luego, resulta mucho más tentador
revestirse de una moral aparente y jugar sucio tras el parapeto de la
imagen. Pero la moral es autenticidad, transparencia del espíritu y
verdad. Tenemos que ser los mismos en el pensamiento, la palabra y la
obra. No podemos vivir pensando de una manera y hablando y actuando de
otra.
A simple vista parece que la persona moral y virtuosa se halla muchas
veces en desventaja para competir con un adversario inmoral. En una
circunstancia concreta tiene más probabilidad de alcanzar un fin quien
puede emplear cualquier medio, por que no tiene consciencia, que la
persona virtuosa, pues ésta tiene que valerse con unos medios muy
limitados. Pero si bien esto es verdad cuando consideramos un asunto
aislado no es menos verdad que, con el tiempo, los inconvenientes de la
virtud se compensan con las ventajas, así como las ventajas del vicio se
compensan con los inconvenientes. En último término una persona espiritual
y virtuosa llegará a conseguir el fin que prudentemente se proponga, y el
inmoral expiará tarde o temprano sus iniquidades, encontrando la perdición
en sus malos y tortuosos caminos. Lo recto y lo útil a veces parecen andar
separados, pero no suelen estarlo sino por un corto recorrido. En
apariencia llevan caminos opuestos y, sin embargo, el punto al que se
dirigen es el mismo. Dios quiere por estos medios probar nuestra
fortaleza, y el premio a nuestra constancia no siempre se hace esperar
todo en la otra vida. Y aunque esto suceda alguna vez no es poca la
recompensa el morir con la consciencia tranquila y sin remordimiento. |
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