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La base moral del
vegetarianismo.
Por
Mohandas Karamchand (Mahatma) Gandhi
Discurso de Gandhi en
una reunión social organizada por la Sociedad Vegetariana de Londres el 20
de noviembre de 1931
Señor
presidente, compañeros vegetarianos y amigos:
No
tengo que decirles que tan complacido estuve cuando recibí la invitación
para estar presente en esta reunión, pues reviví viejos recuerdos y
agradables reminiscencias de amistades que establecí con vegetarianos. Me
siento especialmente distinguido al encontrar a mi derecha al señor Henry
Salt. Fue el libro del señor Salt Una petición por el vegetarianismo,
el que me mostró porqué aparte de un hábito heredado, y de la adhesión a un
voto que me fue impartido por mi madre, tenía razones para ser vegetariano.
Me enseñó porqué era un deber moral concerniente a los vegetarianos el no
vivir por la muerte de nuestros amigos los animales. Por tal motivo, para mí
es de mucho agrado tener al señor Salt entre nosotros.
No
pretendo ocupar su tiempo expresándoles mis experiencias con el
vegetarianismo, ni tampoco quiero hablarles de la gran dificultad que
enfrenté en el propio Londres para permanecer firme en él, pero sí me
gustaría compartir con ustedes algunos de los pensamientos que he
desarrollado con respecto a este. Hace cuarenta años solía mezclarme
libremente con vegetarianos. En ese momento había apenas un restaurante
vegetariano en Londres que no había visitado. Y me propuse por curiosidad, y
para estudiar las posibilidades del vegetarianismo y de los restaurantes
vegetarianos en Londres, visitar cada uno de ellos. Naturalmente, entré en
estrecho contacto con muchos vegetarianos. Al estar en las mesas, me di
cuenta que la conversación trataba en su mayor parte sobre la alimentación y
las enfermedades. También pude ver que los vegetarianos que se esforzaban
para mantenerse en su vegetarianismo, encontraban muy difícil hacerlo desde
el punto de vista de la salud.
No sé
si hoy en día ustedes tengan ese tipo de debates, pero yo acostumbraba a
asistir en esa época a discusiones sostenidas entre los propios
vegetarianos, y entre vegetarianos y no-vegetarianos. Recuerdo un debate
similar entre el Dr. Densmore y el fallecido Dr. T. R. Allinson. En ese
entonces, los vegetarianos tenían el hábito de hablar nada más que sobre la
alimentación y las enfermedades. Yo condisero que esa es la peor manera de
ocuparse de este asunto. También veo que aquellas personas que se vuelven
vegetarianas porque están padeciendo alguna enfermedad o algo parecido —es
decir, solamente desde el punto de vista de la salud—, son las que se
retiran en mayor medida. Descubrí que para permanecer firme en el
vegetarianismo, un hombre requiere una base moral.
Para
mí, ese fue un gran descubrimiento en mi búsqueda de la verdad. A temprana
edad, en el curso de mis experimentos, me di cuenta que una base egoísta no
serviría para conducir a un hombre hacia lo más alto en los caminos de la
evolución. Lo que se requería era un propósito altruista. También me di
cuenta que la salud no era un monopolio exclusivo de los vegetarianos.
Encontré que muchas personas no se inclinaban hacia una u otra dirección, y
que los no-vegetarianos mostraban, generalmente hablando, una buena salud.
Igualmente pude observar que para algunos vegetarianos era imposible seguir
siéndolo porque habían hecho de la comida un fetiche y porque pensaban que
volviéndose vegetarianos podrían comer tantas lentejas, judías, fríjoles y
queso como quisieran. Pero desde luego, aquellas personas quizá no podrían
mantenerse saludables.
Al
observar a lo largo de estas líneas, me percaté que un hombre debe comer con
moderación y de vez en cuando ayunar. Ningún hombre o mujer comió realmente
con moderación o consumió simplemente aquella cantidad que el cuerpo
requiere y nada más. Fácilmente caemos víctimas de las tentaciones del
paladar y, por consiguiente, cuando algo sabe delicioso, no nos importa
tomar uno o dos bocados más. Pero ustedes no pueden mantenerse saludables
bajo esas circunstancias. Por lo tanto, descubrí que para mantener la salud,
sin importar lo que comieran, era necesario reducir la cantidad de alimento
y el número de comidas. Vuélvasen moderados: fallen en el lado de lo menos,
en vez de hacerlo en el lado de lo más. Cuando invito amigos a participar de
mis comidas nunca los presiono para que tomen algo, excepto lo que ellos
exijan. Al contrario, les digo que no tomen algo si no lo desean.
Lo
que quiero que comprendan es que los vegetarianos necesitan ser tolerantes
si quieren convertir a otros al vegetarianismo. Tengan un poco de humildad.
Debemos apelar al sentido moral de las personas que no están de acuerdo con
nosotros. Si un vegetariano enfermara y un doctor le prescribiera caldo de
carne, entonces no lo llamaría un vegetariano. Un vegetariano se hace de un
material más fuerte. ¿Por qué? Porque es para la edificación del espíritu y
no del cuerpo. El hombre es más que carne. El espíritu del hombre es lo que
nos interesa. Por lo tanto, los vegetarianos deberían tener esa base moral,
porque un hombre no nació como un animal carnívoro, sino que nació para
vivir de las frutas y las hierbas que la tierra produce. Sé que todos
debemos cometer errores. Yo dejaría la leche si pudiera, pero no puedo. Lo
he intentando cientos de veces. Después de una seria enfermedad no pude
recobrar mis fuerzas a menos que volviera a tomar leche. Ésa ha sido la
tragedia de mi vida. Pero la base de mi vegetarianismo no es física, sino
moral. Si alguien dijera que voy a morir si no como caldo de carne o carne
de cordero, incluso por consejo médico, preferiría morir. Ésa es la base de
mi vegetarianismo.
Me
gustaría opinar que todos aquellos que nos autonombramos vegetarianos
deberíamos tener esa base. Había miles de carnívoros que no continuaron
comiendo carne. Debe haber una razón clara para que hagamos ese cambio en
nuestras vidas, para que adoptemos hábitos y costumbres diferentes a los de
la sociedad, aunque a veces ese cambio pueda molestar a nuestros más
allegados y queridos. Por nada del mundo deberían sacrificar un principio
moral. Por consiguiente, la única base para tener una sociedad vegetariana y
para proclamar un principio vegetariano es, y debe ser, una base moral. No
voy a decirles, según lo que he visto y he recorrido por el mundo, que los
vegetarianos, en general, disfruten de una mejor salud que los carnívoros.
Pertenezco a un país que en su mayoría es vegetariano por hábito o por
necesidad. Por lo tanto, no puedo declarar que eso demuestre una mayor
resistencia, un mayor ánimo, o una mayor inmunidad contra las enfermedades,
ya que eso es algo particular y personal. Requiere obediencia, y una
escrupulosa obediencia, a todas las leyes de higiene.
De
hecho, pienso que lo que los vegetarianos deben hacer es no destacar las
implicaciones físicas del vegetarianismo, sino observar las implicaciones
morales. Aunque todavía no hemos olvidado que tenemos muchas cosas en común
con los animales, no tenemos completamente en cuenta que hay ciertas cosas
que nos diferencian de ellos. Claro está que tenemos animales vegetarianos
como la vaca y el toro —los cuales son mejores vegetarianos que nosotros—,
pero hay algo mucho más noble que nos llama al vegetarianismo. Por
consiguiente, pensé darle énfasis únicamente a la base moral del
vegetarianismo durante los pocos minutos en que tendría el privilegio de
hablarles. Y diría que he comprobado por mi propia experiencia y por la
experiencia de miles de amigos y compañeros, que ellos encuentran
satisfacción, hasta donde concierne al vegetarianismo, de la base moral que
han escogido para mantenerlo. Para terminar, les agradezco a todos por venir
aquí y permitirme ver personas vegetarianas cara a cara. No puedo decir que
solía reunirme con ustedes hace 40 o 42 años. Supongo que los rostros de la
Sociedad Vegetariana de Londres han cambiado. Hay muy pocos miembros que
como el Señor Salt pueden afirmar que su relación con la Sociedad se
extiende por más de 40 años.
El Señor Henry S. Salt fue Maestro Auxiliar en Eaton entre 1875 y 1884,
Secretario Honorario de la Liga Humanitaria entre 1891 y 1919. Ha sido
vegetariano por más de 50 años y nunca ha tenido razón para dudar de la
superioridad de esta dieta. Tenía ochenta años en el momento del discurso de
Gandhi y era una escritor cuya opinión de la actual «civilización» puede
apreciarse en el título de su libro Setenta años entre salvajes.
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