NO SE NECESITAN MAESTROS
PARA HALLAR LA VERDAD
Muchos
tienen la opinión de que necesitan un "gurú" o maestro para encontrar
la verdad, que necesitan
la sabia guía y ayuda que un "gurú" o maestro puede brindar. Pero, en
realidad,
no necesitamos "instructores
espirituales", guías, "gurús" o maestros para hallar la verdad.
No puede hallarse la verdad por
intermedio de otra persona. Algunos dicen que sí se puede, y otros dicen
que no. Queremos conocer la verdad acerca de esto, no mi opinión o tu
opinión como contraria a la opinión de otro. En este asunto yo no tengo
opinión. O es así, o no lo es. Que sea esencial el que tengamos o no un
"gurú", no es cuestión de opinión. La verdad en este asunto no depende de
opiniones, por profundas, eruditas o universales que sean. La verdad sobre
la materia ha de ser descubierta, en realidad.
Queremos un "gurú" porque estamos confusos, y él resulta provechoso: él
señalará qué es la verdad, nos ayudará a comprender, sabe mucho más acerca
de la vida que nosotros, actuará como un padre, como un maestro para
enseñarnos a vivir; posee vasta experiencia, y nosotros muy poca; nos
ayudará gracias a su mayor experiencia, y así sucesivamente. Es decir,
fundamentalmente, recurrimos a un instructor porque estamos confusos. Si
en nosotros hubiese claridad, no nos aproximaríamos a un "gurú". Es
evidente que si fuéramos profundamente felices, si no hubiera problemas,
si comprendiésemos la vida completamente, no recurriríamos a ningún
"gurú". Es importante que veamos el significado de esto. Es porque estamos
confusos que buscamos un instructor. Acudimos a él para que nos muestre un
camino en la vida, para que disipe nuestra confusión, para hallar la
verdad.
Escogemos nuestro "gurú" porque estamos confusos, y esperamos que él
nos dé lo que pedimos. Es decir, elegimos un "gurú" que satisfaga nuestro
deseo; escogemos de acuerdo con la satisfacción que él nos brindará, y
nuestra elección depende de nuestra satisfacción. No escogemos un "gurú"
que diga “depended de vosotros mismos”; lo escogemos según nuestros
prejuicios. Y puesto que escogemos nuestro "gurú" según la satisfacción
que nos brinda, no buscamos la verdad sino una salida de la confusión; y a
la salida de la confusión se le llama equivocadamente “verdad”.
Pero un "gurú" no puede de ninguna manera disipar nuestra confusión.
Nadie puede disipar nuestra confusión. La confusión es el producto de
nuestras reacciones. Nosotros la hemos creado. Puede que creamos que
alguna otra persona haya causado estas miserias, esta batalla en todos los
niveles de la existencia, interna y externamente. Esta miseria es el
resultado de nuestra propia falta de conocimiento de nosotros mismos. Es
porque no nos comprendemos a nosotros mismos, porque no comprendemos
nuestros conflictos, nuestras reacciones, nuestras miserias, que
recurrimos a un "gurú", el cual, según creemos, nos ayudará a librarnos de
esa confusión. Sólo podemos comprendernos a nosotros mismos en relación
con el presente; y esa relación misma es el "gurú", no alguien de afuera.
Si no comprendo esa relación, cualquier cosa que el "gurú" diga resulta
inútil; porque si no comprendo la vida de relación ‑mi relación con la
propiedad, la gente, las ideas-, ¿quién puede resolver el conflicto dentro
mí? Para resolver ese conflicto, debo comprenderlo yo mismo, lo cual
significa que debo darme cuenta de mí mismo en las relaciones. Para
comprender, no es necesario ningún "gurú". Si no me reconozco a mí mismo,
¿para qué sirve un "gurú"? Tal como un dirigente político es elegido por
los que están en confusión ‑y cuya elección es también confusa- así yo
elijo un "gurú". Sólo puedo elegirlo conforme a mi confusión; de ahí que,
como el dirigente político, él está confuso.
Lo importante, pues, no es quién está en lo cierto, si uno o los que
dicen que un "gurú" es necesario, sino el descubrir por qué necesitamos un
"gurú". Los "gurús" existen para diversas clases de explotación, pero eso
no viene al caso. Nos brinda satisfacción que alguien nos diga que estamos
progresando. Pero el descubrir por qué necesitamos un "gurú": ahí está la
clave.
Otra persona puede señalar el camino; pero nosotros tenemos que hacer
todo el trabajo, aun cuando tengamos un "gurú". Como no queremos
enfrentaros con eso, descargamos en el "gurú" la responsabilidad. El
"gurú" se vuelve inútil cuando existe una partícula de conocimiento
propio. Ningún "gurú", ningún libro ni escritura puede darnos conocimiento
propio; éste llega cuando nos damos cuenta de nosotros mismos en nuestras
relaciones.
Ser, es estar relacionado; no comprender nuestras relaciones es
desgracia, lucha. No darnos cuenta de nuestra relación con la propiedad,
es una de las causas de confusión. Si no conocemos nuestra verdadera
relación con los bienes, por fuerza tiene que haber conflicto, lo cual
acrecienta el conflicto en la sociedad. Si no comprendemos la relación
entre nosotros y nuestra esposa, entre nosotros y nuestro hijo, ¿cómo
puede otra persona resolver el conflicto que surge de esa relación? Algo
análogo ocurre tratándose de nuestra relación con las ideas, las
creencias, y los demás. Estando confusos en nuestra relación con las
personas, con los bienes, con las ideas, buscamos un "gurú". Si él es un
verdadero "gurú", os dirá que nos comprendamos a nosotros mismos. Nosotros
somos la fuente de todo malentendido, desavenencia y confusión; y sólo
podemos resolver ese conflicto cuando nos comprendamos a nosotros mismos
en la vida de relación.
No podemos hallar la verdad por intermedio de nadie. ¿Cómo podríamos
hacerlo? La verdad, por cierto, no es una cosa estática; no tiene morada
fija; no es un fin, una meta. Por el contrario, ella es viviente,
dinámica, alerta, animada. ¿Cómo podría ser un fin encontrar la verdad? Si
la verdad es un punto fijo, ya no es la verdad; es entonces una mera
opinión. La verdad es lo desconocido, y una mente que busca la verdad
jamás la encontrará. Porque la mente está formada de lo conocido; es el
resultado del pasado, del tiempo, cosa que podemos observar por nosotros
mismos. La mente es el instrumento de lo conocido, y de ahí que no puede
hallar lo desconocido; sólo puede moverse de lo conocido a lo conocido.
Cuando la mente busca la verdad, la verdad sobre la que ha leído en
libros, esa “verdad” es autoproyectada; pues entonces la mente sólo anda
en busca de lo conocido, de algo “conocido” más satisfactorio que lo
anterior. Cuando la mente busca la verdad, lo que busca es una proyección
de sí misma, no la verdad. Un ideal, después de todo, es autoproyectado;
es ficticio, irreal. Lo real es aquello que es, no lo opuesto. Pero una
mente que busca la realidad, Dios, busca lo ya concebido, lo conocido.
Cuando pensamos en Dios, nuestro Dios es la proyección de nuestra propia
concepción, el resultado de influencias sociales. Sólo podemos pensar en
lo conocido; no podemos pensar en lo desconocido, no podemos concentraros
en la verdad. En el momento en que pensamos en lo desconocido, ello es
simplemente lo conocido, una proyección de “mí mismo”. En Dios o en la
verdad no se puede pensar. Si pensamos al respecto, no es la verdad. La
verdad no puede buscarse: ella viene a nosotros. Sólo podemos ir en pos de
lo que es conocido. Cuando la mente no está torturada por lo conocido, por
los efectos de lo conocido, sólo entonces la verdad puede revelarse. La
verdad está en toda hoja, en toda lágrima; ha de ser captada de instante
en instante. Nadie puede conducirnos a la verdad; y si alguien os conduce,
sólo puede ser a lo conocido.
La verdad sólo puede venir a la mente que está vacía de lo conocido.
Adviene en un estado en el cual lo conocido está ausente, no actúa. La
mente es el almacén de lo conocido, el residuo de lo conocido; y para que
la mente se halle en ese estado en que lo desconocido se manifiesta ella
debe darse cuenta de sí misma, de sus experiencias anteriores, conscientes
así como inconscientes, de sus respuestas, reacciones y estructura. Cuando
hay completo conocimiento de uno mismo, entonces lo conocido tiene fin y
la mente está del todo vacía de lo conocido. Sólo entonces la verdad puede
venir a vosotros, sin que la invitemos. La verdad no pertenece a ni a ti
ni a mí. No podemos rendirle culto. No bien es conocida, ella es irreal.
El símbolo no es la realidad, la imagen no es lo real; mas cuando hay
comprensión de uno mismo, cese del “yo”, entonces adviene lo eterno.