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PACIENCIA
Es la virtud de valorar y
comprender el factor correcto del tiempo y su capacidad de actuar de un modo
preciso sobre las personas y las situaciones. Surge a trav és
de una observación desapasionada de los acontecimientos y está íntimamente
relacionadas con el respeto. Permite conocer el momento exacto para cada
acción y lograr que ésta
sea eficaz.
La persona paciente es la que
puede ver todo lo que sucede en su totalidad, puede ver que las cosas
cambian, se mueven y fluyen. Lo que hoy parece terrible puede parecer bueno
ma ñana, o
el mes que viene, o el año próximo; aquello que exigíamos tan urgentemente y
necesitábamos hace un año hoy carece de importancia. Con esta actitud no
prestamos una atención crítica a lo que está ocurriendo, pues si las cosas
no ocurren exactamente como esperábamos
que ocurriera, lo consideramos todo como parte de la Vida, del flujo y del
reflujo que manifiesta la existencia.
La impaciencia nos muestra al
ego porque queremos que ocurran las cosas tal y como las hemos planeado y
cuando hemos decidido que lo hagan; son nuestras propias ideas las
únicas que
tomamos en consideración y olvidamos que hay otros factores y otras personas
implicadas. Olvidamos que en la Vida existen multitud de elementos que
intervienen en nuestras obras pero que nos resultan imponderables, somos uno
entre varios miles de millones de personas en este planeta, que este globo
es sólo una pequeña mota en esta galaxia y que hay infinitas galaxias;
desdichadamente nos olvidamos de estos “pequeños” detalles. Queremos que las
cosas salgan como se desean y ahora, si no ocurren según las ideas
preconcebidas, la persona impaciente normalmente se pone furiosa; es un
círculo vicioso de impaciencia y cólera.
Se pueden hacer planes, pero cualquier cosa puede influir en ellos. Debemos
estar dispuestos a aceptar los contratiempos, pues si no podemos aceptar lo
que ocurre significa que caemos en el sufrimiento.
Todo tiene su momento. La
paciencia no es s ólo
saber esperar, que lo es. También es saber esperar conscientemente y con
conocimiento, con madurez, entendimiento, calma y ánimo sereno. Como que la
persona espiritual vive de manera tranquila y paciente, goza de una visión
de la vida más lúcida y no se precipita, puede contemplar con mayor
ecuanimidad los acontecimientos de la existencia y así comprobar que muchas
veces los que, en principio, parecían perjudicarle, le ayudan; y viceversa.
Incluso si llegan las inevitables vicisitudes de la vida que a todos nos
alcanzan, el paciente sabe encajarlas, sin dejar que su ánimo se desespere
inútilmente y, sin añadir
sufrimiento al dolor, vive conscientemente y obra apropiadamente.
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