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LA VIRTUD
De una vida consagrada a ser consciente y a obrar adecuadamente resulta la
virtud. Las virtudes son valores que se deben comprender. Pero la palabra
“virtud” se ha deteriorado tanto a lo largo de la historia que ha llegado
a representar en muchas ocasiones lo absurdo y lo brutal, y su profundo
contenido de elementos morales ha sido sustituido por sucedáneos que
tienen que ver más con dogmas religiosos o, incluso, con usos y costumbres
sociales, que con un auténtico compromiso personal e íntimo de conducta
espiritual.
La virtud nace por la consciencia y las obras adecuadas. Únicamente una
persona que es consciente y obra apropiadamente es virtuosa. La virtud
surge por la firme voluntad de vivir conforme a la Luz y el bien, pero a
la vez es infundida en el alma por Dios. La virtud es, por una parte, el
fruto de la presencia y de la acción de Dios en el ser humano y, por otra,
el resultado del propio trabajo espiritual.
La virtud no consiste sólo en un obrar adecuado pero aislado. La virtud es
una cualidad permanente, una disposición y una inclinación inquebrantable.
La virtud es ser consciente y obrar adecuadamente en todas las
circunstancias de nuestra vida. Sólo así se puede decir con acierto que
nuestra voluntad es firme en la realización del bien y que ejercemos un
carácter entero y constante.
Todo lo que ocurre en la Vida tiene un objetivo y un significado; también
lo tiene la falta de virtud, de amor, de sensibilidad, de paz, etc. Desear
y lograr una virtud artificial mediante el esfuerzo, lograr esa paz que
tantos desean mediante un fármaco, desear de forma ignorante alcanzar el
objeto del deseo sólo contribuye a aumentar el desorden y el sufrimiento
en uno mismo y en todos los demás.
La vida de todo ser humano debe estar dirigida a vivir espiritualmente.
Sólo así disminuirá el odio y avidez, lo que es otro modo de decir que se
reducirá el ego que atenaza a la humanidad y la aboca hacia un desastre
global. Porque el odio y la avidez sólo brotan de la ilusión que produce
el ego. Todo el camino espiritual apunta en esta dirección, ser
conscientes y obrar adecuadamente. Con ello se reduce el ego a un tamaño
controlable para, al final, disolverlo totalmente.
Observar una conducta moral y virtuosa únicamente es fruto de una vida
espiritual. Si no herimos a seres vivos el odio se elimina de nuestro
corazón; sólo podemos herir o matar lo que nos desagrada. Si no cogemos lo
que no se nos da reducimos nuestra avidez; sólo cuando hay avidez cogemos
lo que no es nuestro. Lo mismo puede aplicarse al extravío sexual. La
conversación errónea puede estar motivada por la avidez o el odio. Las
drogas e intoxicantes se consumen muy a menudo por avidez de sensaciones
agradables que parecen obtenerse por este camino.
Todos los frutos que maduran de una vida espiritual suponen un desarrollo
de la capacidad para ser conscientes, amar y obrar adecuadamente. Sólo en
la mente se divide este desarrollo integral en diferentes “virtudes”. Por
eso, cuando se desarrolla una virtud todas las demás quedan afectadas en
positivo, y cuando se carece de alguna otra todas las demás virtudes, toda
la persona y toda la Creación sufre por ello. Espiritualidad significa
camino, camino en el que la meta y el camino hacia ella son una sola cosa,
y todas las virtudes son fruto de la vida espiritual, y una vida
verdaderamente espiritual supone el progreso de todas las virtudes. Toda
virtud se debe corresponder con las demás virtudes, el ejercicio de una
virtud tiene que ir acompañada con el ejercicio de las demás virtudes. Si
no sucede así, esa virtud que se desarrolla en solitario deja de ser
virtud para convertirse en vicio.
Para ayudarnos a obrar adecuadamente, de manera noble y virtuosa, junto a
la reflexión, la intuición y el discernimiento vienen los sentimientos.
Éstos pueden ser poderosos y bellísimos porque Dios, igual que permite a
las impurezas que nos perturben, también nos proporciona consuelo y ayuda.
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