La
actitud ante la vida
Todo ser
vivo adopta un comportamiento en su existencia como reacción a unos determinados
estímulos. Es el llamado instinto.
Uno de
estos instintos es el de reacción ante un peligro. Cuando un animal se ve en
peligro, le caben dos posibilidades de defensa: luchar contra el agente causante
o huir de él. Pero ¿qué ocurre cuando el peligro es demasiado grande como para
vencerlo luchando y además no hay posibilidades de huida? En la Naturaleza se
observan dos tipos de reacción en estos casos, muy comunes entre los animales
más inferiores:
a) «La
tempestad de movimientos»: es una especie de agitación intempestiva, sin
aparente coherencia, que tal vez persiga desconcertar y asustar al enemigo, y
b) La
paralización absoluta, «hacerse el muerto», para que el atacante abandone la
lucha.
Estos
instintos, tan primitivos, también han sido heredados por el ser humano, aunque
sólo en determinadas ocasiones se presentan con tanta claridad. Así, por
ejemplo, son observados en ciertos estados patológicos, como la crisis histérica
(tempestad de movimientos) o el shock catatónico (paralización).
En la
vida, que para la persona no deja de ser una continua adaptación a las
circunstancias, generalmente nos vemos enfrentados a un sinfín de
contrariedades. Y muchas veces seguimos, en cierto modo, ese patrón instintivo
antes referido.
Usualmente nuestra actitud ante la vida va en función del tiempo: pasado,
presente y futuro. El pasado es como un archivo de experiencias que condicionan
el presente, el futuro es la consecuencia de éste.
Pocas
veces vivimos un presente absoluto y sin la influencia de ambos extremos
temporales. Por ello, según la postura a tomar en la vida, podemos describir
cuatro tipos de individuos:
1. El
«inseguro». Aquel que vive atrapado en un «bocadillo» entre pasado y futuro.
Reniega y se lamenta del pasado, arrastrándolo sobre sí como un lastre. No cesa
de añorar el tiempo perdido y piensa constantemente en lo que debió hacer bien y
no hizo. Cuando consigue ocasionalmente desprenderse de su preocupación por el
pasado, se aferra a otra carga, a veces mayor: su angustia por el futuro: ¿será
capaz de enfrentarse a él? ¿Qué le deparará? ¿Fracasará de nuevo? Al individuo
inseguro, como es lógico, dado su carácter, le da pavor lo que ha de venir, no
se siente preparado para afrontar el mañana y vive pendiente de un fracaso
supuestamente inevitable.
Entre
ambas angustias no deja un hueco para el presente. No se da una mínima
oportunidad de acción en el único momento de su vida que realmente puede
cambiar: su presente. Si fuera capaz de analizar el problema con objetividad,
vería que el pasado no puede cambiarse, puesto que ya ocurrió; y el futuro está
aún fuera de su alcance.
Generalmente este tipo de personas son inseguras, indecisas, llenas de dudas y
miedos. Y no es raro que vayan, de forma fatalista, de «víctimas» por la vida.
Son demasiado dependientes y tienden a refugiarse al amparo de alguien más
fuerte que decida su modo de vivir. Lógicamente, como no son libres de elegir,
viven angustiados e infelices. En cierto modo paralizan su vida, «se hacen los
muertos».
2. El
«seguro». Es aquel que pisa fuerte en su presente y resalta sólo lo positivo de
su pasado como experiencia favorable. Respecto al futuro no siente preocupación,
porque confía en sí mismo y en su capacidad de respuesta. Cuando sobrepasa sus
límites puede caer en la tiranía, el despotismo, la sobrevaloración del yo y la
«tempestad de movimientos».
3. El
«indiferente». Es aquel que ciñe su presente prácticamente a un instante. Se
mueve por impulsos estímulo-respuesta. No tiene ideales ni metas en su vida.
Sólo piensa en el aquí y ahora. Para él, el pasado apenas existe, por lo que
aprende poco de sus experiencias. Y el futuro no le importa, le da igual la
dirección que tome, pudiendo llegar a creer que no depende de él. Piensa que la
vida está ahí para vivirla y no merece la pena quebrarse la cabeza en
complicaciones. En términos coloquiales, este tipo de individuo es conocido como
«pasota».
En su
grado extremo está el psicópata (sociópata): carente de moral, egoísta y sin
respeto al prójimo.
De algún
modo, como el primero, paraliza su vida porque no hay progreso en él, carece de
objetivos. Pero otras veces puede ser tempestuoso e impulsivo, dañando a los
demás al perseguir los intereses propios sin censura que le frene.
4. El
«equilibrado». Es aquel que acepta y asume su pasado como propio. Recoge sus
experiencias positivas y aprende de las negativas, haciendo de su pasado una
escuela. Vive su presente en plenitud y va poniendo en él los cimientos que
aseguran su futuro. Es prudente y piensa siempre antes de actuar para evitar
errores.
El
equilibrio exagerado puede hacer a la persona excesivamente metódica,
escrupulosa, fría y calculadora. Llegando incluso a un tipo de paralización en
el presente obsesionado con el control y el orden.
Realmente
no es habitual encontrar el individuo ajustado con exactitud a alguno de estos
cuatro arquetipos. Normalmente nos movemos en grados intermedios, mezclando unos
y otros, de manera variable y según la etapa de nuestra vida.