LA APATÍA
La
apatía es la más absoluta indiferencia ante todo. Psíquicamente se define como
un trastorno del tono emocional que se mantiene embotado, acompañándose de
despego e indiferencia. Puede ser primario en sí y surgir de pronto o enlazarse
con el aburrimiento y la rutina, entrando a formar parte de un círculo vicioso,
que se autoalimenta y del que cada vez es más difícil salir. Cuanto más aburrido
se está, menos ganas de hacer cosas se tiene, y cuanto más inactivo y apático se
siente uno, más se aburre.
El que
cae en la apatía se sume en una profunda inactividad, su ritmo vital desciende a
mínimos y queda como abotagado, deja de actuar y, en los casos más serios, se
limita a ver cómo van y vienen los acontecimientos, incluso los que le atañen
directamente.
La
apatía, la falta de impulso a la actividad es un claro síntoma depresivo. El
deprimido no tiene ganas de hacer nada, nada lo entretiene ni lo divierte, le
falta el impulso y en consecuencia no hace prácticamente nada, Hay además un
embotamiento afectivo, la tristeza es tan grande que las alegrías o las
desdichas del entorno no llegan a afectarlo. Dentro de los trastornos
psiquiátricos, la apatía aparece también en algunos procesos esquizofrénicos en
los que queda un estado residual o defectual con afectividad embotada, menor
capacidad para lograr metas concretas y despreocupación y retraimiento del mundo
exterior.
Pero sin
entrar dentro de los trastornos psiquiátricos, la apatía puede afectar a
cualquier persona en un momento dado y por muy diversas motivaciones:
— Una
vida rutinaria y monótona, sin novedades ni incentivos, puede generar la pérdida
de toda atracción e interés. Esto ocurre en cualquier ámbito: en el trabajo, en
la vida de pareja, la amistad, las diversiones, la familia, etc.
— La
muerte de un ser querido, la pérdida del puesto de trabajo, el abandono de la
pareja, o cualquier otro contratiempo serio, pueden acarrear un bloqueo afectivo
dentro de una reacción de tristeza que no llega a ser una depresión. La apatía
es la respuesta a un acontecimiento vital y exige un cierto tiempo para salir de
ella.
— El
exceso de trabajo y actividad: un período de estrés, un esfuerzo excesivo puede
generar un agotamiento físico y psicológico que impide responder a las
exigencias habituales. La apatía deriva de una falta real de fuerzas para
actuar.
— El polo
opuesto a la situación anterior es la vuelta de un período de reposo y
vacaciones. Algunos vuelven cargados de fuerza y energía, pero para otros la
vuelta a la vida cotidiana supone una pesada carga que el sujeto se siente
incapaz de afrontar.
— Hay
personas apáticas o asténicas. De por sí no tienen ganas de hacer nada, en ellas
hay una tendencia natural a la inactividad física y al distanciamiento afectivo.
Es una forma de ser, un tipo de personalidad.
La apatía
en sí y por sus consecuencias es una situación negativa que hay que evitar y
combatir. Es improductiva y frustrante. Cuando se combina con aburrimiento es
como la pescadilla que se muerde la cola. Cuando aparece, hay que reconocerla
como tal, evitando falsas justificaciones, como enfermedades imaginarias o todo
tipo de estados de debilidad física. Descubrir el origen, abordarlo directamente
y planear actividad gratificante, son las claves del éxito para vencerla. Los
estados depresivos y las apatías residuales deben ser tratadas por el
especialista. En las apatías «vitales» hay que reestructurar un nuevo plan de
vida para vencer la situación de inactividad.
Y para
finalizar hay que decir que, en no pocos casos, dejarnos un poco de mirar el
ombligo y conocer el dolor en otras personas, acompañado de otro poco de
consciencia y de generosidad, produce el impulso necesario para salir, por
nuestros propios de los estados de apatía.