La
atención es la capacidad que tiene el ser humano para ser consciente de los
sucesos que ocurren tanto fuera con dentro de sí mismo. Esta es la atención
total, aunque en psicología atención es sinónimo de concentración.
La
atención, comúnmente, es la capacidad para concentrar la actividad psíquica, es
decir, el pensamiento, sobre un determinado objeto. Es un aspecto de la
percepción mediante el cual el sujeto se coloca en la situación más adecuada
para percibir mejor un determinado estímulo. Se distinguen tres tipos de
atención:
A)
Atención involuntaria. Aquí la atención depende de los estímulos del medio, a
los que se les presta atención sin estar predispuesto a ello: el ruido de una
bomba, un dolor de muelas o el frío intenso, por ejemplo, acaparan nuestra
atención sin quererlo, simplemente por su propia intensidad.
B)
Atención voluntaria. Las causas por las que se presta atención a algo no
provienen del medio sino del propio sujeto, Es la motivación, y no un estímulo,
lo que hace que nuestra
atención
se centre en algo determinado: una señora que quiera comprarse una nevera se
fijará, por ejemplo, en todas las tiendas de electrodomésticos; y alguien que
esté pensando en cambiar de coche mirará atentamente todos los que vea por la
calle. Con frecuencia, cuando surge algún determinado tipo de conflicto, hay que
realizar un esfuerzo para mantener la atención.
Pongamos
un ejemplo muy representativo: un estudiante se encuentra fatigado y desea
descansar, pero se acerca la fecha del examen y tiene que recurrir a su «fuerza
de voluntad» para mantener la atención sobre los libros. Es decir, la atención
depende muchas veces del esfuerzo voluntario que se hace para fijarla,
obligándose a estar atento, a pesar de las interferencias que puedan surgir del
exterior o del propio sujeto.
C)
Atención habitual. El origen de esta atención deriva de los hábitos del sujeto,
que lo inducen a fijarla según ciertos estímulos: un arquitecto reparará siempre
en la urbanización de las ciudades y en la estructura de los edificios, mientras
que un médico se fijará en las condiciones sanitarias de un lugar o en el
aspecto físico de las personas.
Es una
atención prácticamente automática e inconsciente. La persona con una amplia gama
de intereses presta, habitualmente, atención a muchas más cosas que alguien que
tiene pocos, enriqueciendo sin grandes esfuerzos su experiencia y su grado de
conocimientos.
Los
determinantes de la atención proceden del individuo y del exterior. La
motivación es el determinante personal básico; los intereses, preocupaciones,
ocupaciones, deseos, aspiraciones y hábitos hacen que cada persona se fije en
ciertas cosas y situaciones. Lógicamente, la madre de un niño paralítico
prestará una gran atención a los problemas sanitarios y educativos y a las
asociaciones de ayuda a minusválidos, mientras que el dueño de una empresa
estará siempre atento a las cuestiones laborales y económicas. Los determinantes
externos son los que derivan de los estímulos ambientales y de sus tres
cualidades básicas: novedad, intensidad y repetición del estímulo.
Lo que es
nuevo, muy intenso o se repite con cierta frecuencia, atrae de forma inmediata
la atención de las personas. Los determinantes externos atraen lo que antes
hemos llamado atención involuntaria. En esto se basan muchas campañas
publicitarias que lanzan mensajes novedosos, intensos o llamativos,
repitiéndolos en los medios de comunicación, para atraer la atención del sujeto.
En el fondo, esto es más complicado de lo que parece a simple vista, ya que lo
novedoso, si se hace repetitivo, deja de serlo y pierde en parte su capacidad de
atraer la atención.
La
atención es selectiva, el individuo se fija en aquello que le interesa. Por
ejemplo, al leer un periódico se miran antes los titulares, decidiendo por éstos
si leer o no el artículo completo; al médico le atraerán más los temas
sanitarios, al ejecutivo los relacionados con su empresa y al escritor las
páginas de cultura. Es tan selectiva que si el sujeto, entre un grupo de cosas,
encuentra una que realmente le interesa, las otras prácticamente dejan de tener
importancia en ese momento. De la misma forma, la atención puede fijarse en un
objeto o situación, pero no en varias al mismo tiempo, ya que entonces se
dispersa y distrae. Lo que sí puede es cambiar de una cuestión a otra, según se
van alternando los estímulos, variando según la intensidad con que el objeto
atrae y el esfuerzo de voluntad que se realiza en cada momento.
Las
alteraciones de la atención son: la distracción, que consiste en la
concentración del sujeto en su vida interior, con lo que no atiende a estímulos
externos; la distraibilidad o labilidad de la atención, que consiste en la
fluctuación constante de la atención, que pasa de un objeto a otro sin quedar
fija en ninguno; y la fatigabilidad, que se manifiesta por un rápido cansancio
de la atención: aunque el sujeto esté muy atento al principio, al poco rato no
puede seguir concentrándose.
Estas
alteraciones están motivadas tanto por trastornos orgánicos como psicológicos.
Cualquier enfermedad, desde una gripe a un cólico nefrítico o un cáncer, merman
la capacidad de atención, al igual que ocurre con los trastornos psicológicos.
Es típico del enfermo depresivo decir «no tengo memoria», cuando lo que
realmente ocurre es que no fija la atención, por estar ésta acaparada por su
malestar y su sufrimiento interior.