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Atribuciones: cuando
una mujer tiene éxito, ¿se debe sólo a la suerte?
Imaginemos que una universitaria obtiene un sobresaliente en un examen de
cálculo. Cuando reflexiona sobre el éxito logrado o cuando otros piensan en
ello, ¿cuál creen que es la causa? ¿A qué atribuyen el éxito, ella misma o
los demás? Este mecanismo, que han estudiado con detalle los psicólogos
sociales, suele denominarse proceso de atribución. Se han analizado cuatro
clases de causas: capacidad, esfuerzo, suerte y dificultad de la tarea.
Aplicándolas a nuestro ejemplo, la gente podría pensar que la protagonista
consigue el sobresaliente gracias a su elevada capacidad matemática, a haber
estudiado mucho (esfuerzo), a haber tenido buena suerte o a que el examen
era fácil. Estas cuatro clases 'de causas pueden categorizarse en dos
grupos: los que atribuyen el suceso a factores internos (factores situados
dentro de la persona, es decir, capacidad y esfuerzo) y los que lo atribuyen
a factores externos (fuerzas exteriores a la persona, es decir, la suerte y
la dificultad de la tarea).
Las primeras investigaciones realizadas en este campo solían presentar
diferencias de género en cuanto a las pautas de atribución. Resultaba más
probable que las mujeres achacaran sus éxitos a factores externos, sobre
todo a la suerte, y que los varones, en cambio, los atribuyeran a sus
propias capacidades. También se hallaron estos resultados cuando las
personas explicaban el éxito de un tercero; pensaban que el obtenido por una
mujer era producto de la suerte, mientras que el de un hombre se debía a su
destreza o capacidad. Las primeras investigaciones mostraban también que,
cuando las personas explican sus fracasos, es más probable que las mujeres
los atribuyan a factores internos, es decir, a su falta de capacidad.
Pero en estucios más cercanos en el tiempo se comprueba que la magnitud de
las diferencias de género antes descritas es prácticamente nula. Una vez
más, las semejanzas conductuales entre los géneros constituyen la regla.
Todavía pueden descubrirse diferencias importantes entre los géneros, en
cuanto a las atribuciones causales, si los diseños de los estudios se hacen
más complejos, sobre todo si se presta atención a factores de situación,
como el tipo de tarea utilizada (McHuGH y cois., 1982). Por ejemplo, si la
tarea incluye problemas de capacidad espacial o algún tipo de actuación
atlética, las mujeres podrían atribuir sus éxitos a la suerte, mientras que
si lleva consigo hacer amistad con otra persona o establecer una relación de
protección con alguien desvalido, es más probable que las mujeres atribuyan
sus éxitos a su capacidad. Pero, por ahora, tenemos que decir que no sabemos
si existen diferencias de género con respecto a las atribuciones causales.
Se ha descubierto que, con diversas tareas y en distintos grupos de edad,
las mujeres tienen menores expectativas de éxito que los hombres. De hecho,
esta diferencia de género aparece ya en los años preescolares. Más aún, los
individuos que tienen elevadas expectativas de éxito suelen desenvolverse
mejor. Por ejemplo, cuando determinadas personas se asignan al azar a grupos
de expectativas elevadas y de expectativas limitadas, los grupos de las
primeras suelen realizar mejor su tarea. En consecuencia, quizá las mujeres
tengan menos éxito porque esperen conseguir menos. Quizá sean más
importantes las expectativas que las atribuciones.
Conviene reconocer que los factores de situación y sociales influyen en
estos fenómenos. En situaciones competitivas, las mujeres tienen menores
expectativas de éxito que los hombres; sin embargo, en situaciones no
competitivas, ambos tienen expectativas similares. Estos resultados son
parecidos a los obtenidos en la motivación para el éxito. La motivación para
el éxito de las mujeres es tan elevada o superior a la de los hombres en
situaciones neutras, pero la de ellos aumenta cuando existe la competición.
Parece que las preocupaciones de las mujeres en relación con los papeles
asignados al género pueden hacer que se inhiban en situaciones de
competición. |
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