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Otras nueve
dinámicas del ego que mantienen a las personas desgraciadas, impotentes y
manipulables II.
3. CARENCIA DE ENERGÍA
Otra limitación que impone el ego cuando es él quien gobierna nuestra vida
consiste en cortarnos de nuestra verdadera fuente de energía, la del Ser.
Estamos medio muertos. La energía que sentimos en determinados momentos,
cuando se reactivan los mecanismos del ego, es con frecuencia destructiva,
para nosotros mismos y para los demás; sin contar con que sus reservas son
limitadas. Tarde o temprano se nos agota, y la felicidad se nos escapa de
las manos de todas formas.
La limitación de nuestras reservas de energía es evidente en todos los
aspectos. En el plano físico: cansancio, enfermedades, debilidad; en el
plano emocional: insensibilidad o hipersensibilidad, fragilidad, depresión,
tristeza; en el plano mental: ausencia de energía creativa, rutina,
costumbres. Para justificar la pérdida de energía encontramos todo tipo de
explicaciones: la temperatura externa, los demás —que nos agotan—, el
trabajo, etc. Siempre es culpa de alguien o de algo.
La explicación más frecuente es que «envejecemos», como si el tiempo fuera
un factor ineludible de degeneración física, emocional y mental. Lo es,
efectivamente, pero sólo cuando la consciencia está atrapada en el ego.
La
degeneración no está causada
por el tiempo, sino por la cristalización
de las estructuras del ego.
No es preciso ser
«viejo» para que a uno le falte energía. Muchos jóvenes, y adultos
relativamente jóvenes, perdidos en una sociedad que potencia al máximo los
comportamientos de la personalidad, se sienten pronto cansados e incapaces
de hacer esfuerzos continuos. No tienen entusiasmo para crear, para
construir, para superarse. Mientras la consciencia esté atrapada en el
mecanismo del ego, no puede haber vitalidad, ni en el individuo joven ni en
el viejo, y, en efecto, el ser humano degenerará con el tiempo de modo
inevitable.
La falta de energía hace a los seres humanos manipulables:
Es evidente que una persona débil —física, mental y emocionalmente— es una
presa fácil para cualquier manipulador.
4. NECESIDAD DE LLENARSE DE ALGO
o la ilusión de la satisfacción que eso produce
Cuando la consciencia está atrapada en el mecanismo del ego es imposible que
se viva la experiencia de plenitud; en su lugar, existe un vacío interior
que nunca se llega a colmar. Una sensación de vacío que el ser humano
experimenta dolorosamente porque, en el fondo, sabe lo que es la plenitud y
la hermosura de la vida, y las busca a través de lo que puede.
Si la consciencia está aprisionada por ego, no tiene otro camino que
buscarlas en el exterior, llenándose de lo que sea. Pero un mecanismo nunca
podrá dar al ser humano un sentido profundo y permanente de satisfacción.
Haga lo que haga, nunca tiene bastante; siempre ha que buscar más. Parece un
pozo sin fondo; realmente lo es.
¿Cómo se concreta esa búsqueda en la práctica? Cada uno lo hace a su manera,
aunque ninguna de ellas es muy original; cualquier cosa puede servir para
intentar llenarse.
En líneas generales, hay dos modos de llenarse. Uno de ellos es el pasivo,
quizá el más generalizado y el que más debilita: no se hace nada, o casi
nada, y se llena uno físicamente (de alimento, de sexo, de droga, de
alcohol, de tabaco, etc.) o psicológicamente (ve la televisión, va de
compras, escucha música, participa en fiestas, busca distracciones; en una
palabra, consumismo de todo tipo). Es por eso por lo que la gente mira la
televisión ad nauseam, compra de todo o se llena de cualquier cosa, y nunca
tiene suficiente para sentirse bien. Siempre hace falta más.
El otro modo de llenarse es activo: constantemente se hace algo. No sólo se
trabaja mucho, sino que se participa en todo tipo de actividades que, vistas
desde fuera, parecen muy loables, como el deporte o el voluntariado. Ese
modo de llenarse suele ser menos destructivo, porque puede estar mezclado
con una verdadera intención de actuar procedente del Ser. Pero, si no es la
energía del Ser la que impulsa la actividad en cuestión, no producirá
verdadera satisfacción. En ese caso, la persona se siente agotada por un
exceso de actividades compulsivas. Nunca es bastante. Nunca está satisfecha.
Piensa siempre en lo que podrá hacer después. Está atrapada en una carrera
inconsciente a la búsqueda de esa experiencia de satisfacción plena y
profunda que no llega nunca; en todo caso, sólo se siente satisfecha en
momentos efímeros.
Es importante señalar aquí que no son las actividades las que se ponen en
entredicho, sino la motivación que subyace en ellas. Está muy bien disfrutar
de una buena comida, escuchar música, ir de compras, trabajar, hacer
deporte... Nuestro Ser desea que hagamos todo eso para darle ocasión de
experimentar la materia y de manifestar su voluntad en este mundo. La trampa
no reside en la actividad, sino en lo que la motiva. Cuando uno está
aprisionado en la personalidad, y el ego, dirigido por la mente inferior y
sus memorias, gobierna la vida, es imposible vivir la experiencia de
plenitud, por más que uno intente llenar su vacío con múltiples actividades
(incluyendo la búsqueda espiritual...). Pero tratar de llenarse
constantemente es algo tan corriente que la mayor parte de las personas ni
siquiera se dan cuenta de lo que hacen. He aquí un ejemplo, muy simple,
entre otros miles que vemos cada día:
Nos encontramos en una playa magnífica. El mar está precioso, la arena es
fina y cálida, las gaviotas planean con gracia sobre el agua azul turquesa.
La naturaleza resplandece de hermosura. No hay casi nadie. Un joven llega
tranquilamente. Deja su toalla sobre la arena y se dirige hacia la orilla;
lleva unos auriculares y, en su mano derecha, una cajita negra, que debe de
ser un walkman. Entra en el agua y se pone a nadar manteniendo el aparatito
por encima de la cabeza para que no se le moje... La belleza del mar, la
tranquilidad del agua, el vuelo armonioso de las gaviotas, la caricia del
viento..., todo eso no es suficiente. Necesita más. En este caso, la música;
en otra situación, será otra cosa.
La música, una de las más hermosas creaciones del ser humano, es utilizada
por el ego no sólo para tratar de llenarse, como hace con cualquier otra
cosa, sino para evitar el silencio. Cualquier otro ruido también sirve. El
ego le tiene mucho miedo al silencio, porque el silencio lo sitúa ante su
propio vacío.
La ilusión de sentirse lleno hace a los seres humanos manipulables:
Como se observa fácilmente, las fuerzas materialistas saben aprovechar la
necesidad insaciable que todos tenemos de llenar con cualquier cosa el vacío
interior. No hay más que ver a las grandes empresas internacionales de
producción, cuyo objetivo es vender cualquier cosa a cualquier precio. Con
ayuda de un marketing manipulador bien hecho, activan el mecanismo inferior
que nos mantiene en la ilusión de que consumiendo más, es decir, llenándonos
más, seremos felices. Y consiguen que la gente compre de todo, y en grandes
cantidades. Son unas fuerzas manipuladoras que conocen muy bien el mecanismo
de la consciencia inferior y lo explotan al máximo.
¿Habrá que suprimir, pues, la publicidad para proteger a los «pobres seres
vulnerables» que somos todos? Subrayemos que somos vulnerables y
manipulables en la medida en que nos identificamos con los mecanismos del
ego. Y que, si no queremos ser manipulados, basta con que nos liberemos de
esos mecanismos y cambiemos nuestro nivel de consciencia. Es responsabilidad
nuestra; y nuestra la elección. Si hacemos el trabajo necesario para
deshacernos de las ataduras y liberarnos de la influencia del ego, entonces
seremos libres, estaremos en contacto con las necesidades reales de nuestro
ser, y nadie podrá manipularnos. Si estamos en contacto con la inteligencia
del Ser, sabremos hacer uso de la información que nos facilite una
publicidad honesta, mientras que otra, de dudosa honradez, no tendrá ningún
efecto sobre nosotros. La publicidad es necesaria, incluso deseable, cuando
se limita a informar sobre determinados productos. Vivimos en un mundo en el
que todo cambia rápidamente, y hemos de tener los medios de información
apropiados. Si la publicidad y el marketing se utilizaran en función de la
consciencia superior, estarían al servicio del público facilitándole
información. Pero, en la actualidad, no ocurre así ni mucho menos. Cada uno
de nosotros ha de desarrollar su capacidad de discernimiento.
Hagamos notar de paso que el miedo a dejarnos engañar no nos protege de las
técnicas de manipulación, al contrario. Como todo miedo, nos desconecta de
la inteligencia y de la sensibilidad de nuestro Ser, e impide que seamos
receptivos a la información; debilita nuestro discernimiento y nuestro
sentido común, y, en definitiva, las técnicas de influencia más sofisticadas
llevan las de ganar. La coraza del miedo en la que estamos envueltos no
puede ser perforada por una información sencilla y honesta, por lo que no
podemos acceder a ella libremente. Y así es como, mientras nuestra
consciencia esté atrapada en los mecanismos inferiores, vamos perdiendo
nuestro poder.
Las relaciones y la necesidad de llenarse de algo
La sensación de vacío
interior que uno tiene cuando la consciencia está aprisionada por el ego
influye en la calidad de sus relaciones. En un esfuerzo permanente para
intentar colmar ese vacío, el ego busca siempre tomar lo máximo y dar lo
mínimo. Es lo que solemos llamar egoísmo, que tiene múltiples facetas, desde
las más evidentes hasta las más sutiles. Puede expresarse en determinados
comportamientos de dependencia, en ciertas expectativas o, sencillamente, en
las características del intercambio de energía entre dos personas. A este
respecto, se puede consultar la obra de Barbara Ann Brennan, Manos que
curan, Ed. Martínez Roca. También se trata ese aspecto, en forma novelada
pero acertadamente, en La Prophétie des Andes, de James Redfield, Ed. Robert
Laffont.
En los intercambios emocionales, el ego quiere tomar la energía del otro y
darle lo menos posible. Calcula incesantemente para evaluar si ha recibido
más de lo que ha dado. Si es que sí, está de momento satisfecho; pero sólo
de momento, porque cualquier otra circunstancia reactivará de inmediato su
mecanismo de supervivencia y necesitará de nuevo tener la sensación de que
recibe más de lo que da.
Este mecanismo también alimenta el miedo a dejarse engañar. En efecto, el
ego percibe a los demás como él mismo es, por lo que siempre sospecha de su
entorno: los demás quieren abusar de él, apoderarse de su dinero, interferir
en sus relaciones, tomarle su energía, ocupar su puesto, etc. El ego no
puede ver en los demás otra cosa que no sea manipulación egoísta. Aunque
presencie actos de la mayor generosidad o del más hermoso desprendimiento,
los interpretará como una sutil manipulación.
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