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Otras nueve
dinámicas del ego que mantienen a las personas desgraciadas, impotentes y
manipulables III
5. BÚSQUEDA DE COMODIDADES
(pereza, resistencia a las dificultades)
Buscar la facilidad y el confort es algo tan frecuente en la cultura
occidental que a todos nos parece una actitud normal. Soñamos con una vida
sin problemas, en la que todo ocurriera como por encanto, en la que bastara
levantar el dedo meñique para que todos nuestros deseos fueran satisfechos.
Entonces sí que seríamos verdaderamente felices... Pero es sólo una ilusión
más de la personalidad; una vida fácil y cómoda no bastaría en modo alguno
para hacer que nos sintiéramos bien. Siempre haría falta algo más.
La pasividad del ego, la resistencia al esfuerzo, ha sido descrita con
frecuencia en las disciplinas espirituales como una actitud que responde a
la ley de la inercia. Llamada «tamas» en la tradición oriental, se considera
una de las principales barreras que obstaculizan la evolución del ser humano
y le impiden encontrar su verdadera naturaleza, libre y poderosa.
El fruto maduro cae por sí mismo, pero no cae en la boca.
Proverbio chino.
He aquí un breve
relato que ilustra muy bien ese aspecto:
El señor Leblanc no siempre había sido honrado. Su ideal consistía en llevar
una vida fácil, en la que pudiera obtener todo lo que deseara con el menor
esfuerzo posible. En realidad no era malo; era inteligente, pero perezoso; y
había sabido explotar muy bien al prójimo para, conseguir sus fines. En el
momento de su muerte, temía presentarse ante San Pedro, porque suponía que
le daría una buena regañina. Cuál no fue su sorpresa al ver que un ángel lo
invitaba simplemente a ir a sus nuevos aposentos. Su sorpresa fue mayor
todavía cuando se dio cuenta de que lo conducía a un hermoso castillo,
diciéndole que podía quedarse allí todo el tiempo que quisiera, y que,
además, tenía un criado que le facilitaría todo cuanto necesitara, estaba a
su entera disposición. El señor Leblanc empezó por recorrer su espléndida
morada y después se instaló en la habitación más lujosa. Por la noche, le
sirvieron una suculenta cena; después de dar un paseo por los jardines, fue
a acostarse, encantado, seguro de que Dios le había perdonado todos sus
errores y de que estaba en el paraíso. Al día siguiente por la mañana se
quedó mucho tiempo en la cama, y su criado no apareció hasta que él hizo
sonar el timbre para que le llevara el desayuno. Era muy agradable. El señor
Leblanc pasó así todo el día, y los días siguientes, deambulando de un lado
a otro, muy contento de la situación. Después, un buen día, le entraron
ganas de hacer algo. Como le gustaba trabajar en el jardín, fue al encuentro
del jardinero y se ofreció a ayudarle a colocar un macizo de flores. El
jardinero se negó de plano: le dijo que no tenía derecho alguno a ayudarlo.
Se sorprendió de que existiera esa prohibición, pero, como también le
gustaba cocinar, fue a la cocina y ofreció su ayuda al cocinero, que le
respondió igual que el jardinero. Intentó así diversas ocupaciones, pero,
cada vez, le prohibían hacerlo que fuese, incluso hacerse la cama u ordenar
su habitación. Al final, cuando ya no podía más, llamó a su criado para
comunicarle su frustración. Le dijo que esas prohibiciones eran ridículas, y
que se le estaba haciendo insoportable tener que estar así, sin hacer nada.
Empezó a enfadarse, y le dijo que vivir allí se le había convertido en un
infierno. Entonces el criado le respondió: «Pero, señor Leblanc, ¿dónde cree
usted que está?»
Esperar la felicidad gracias a la facilidad es otra ilusión del ego. Lo
mismo ocurre con un aspecto concreto de la facilidad que es la comodidad.
La ilusión de la facilidad y de la comodidad hace a los seres humanos
manipulables:
La facilidad
Ésa es una ilusión que también se explota mucho. Queremos sentirnos bien,
pero, al mismo tiempo, el ego no quiere hacer ningún esfuerzo (porque no
quiere dar nada, en particular su energía). La sociedad de consumo nos
ofrece soluciones fáciles, recetas milagro, diversos medios que darán
resultados rápidos y sin esfuerzo. Nos presenta toda una panoplia de
fórmulas, de técnicas y de instrumentos que harán el trabajo en nuestro
lugar y que se supone nos proporcionarán mucho placer con poco coste...
Un ejemplo clásico, entre otros, es la cantidad innumerable de regímenes
milagro que se proponen para perder peso rápidamente y sin esfuerzo... Eso
es lo importante para el ego: rápidamente (para desembarazarnos del problema
como si no nos perteneciera y no tener que enfrentarnos a él) y sin
esfuerzo. De la misma forma, soñamos con una profesión en la que no
tuviéramos que hacer nada y con la que el dinero entraría en casa
milagrosamente; soñamos con relaciones muy satisfactorias, en las que no
tuviéramos que dar nada; querríamos estar siempre en plena forma, aunque sin
poner los medios para ello; desearíamos ser felices, pero sin hacer nada
para crear nuestra felicidad. La juventud actual ha bebido en las fuentes de
esos modelos de facilidad, y no es sorprendente ver a muchos jóvenes que no
aspiran a realizarse superándose a sí mismos, sino que utilizan todo tipo de
argucias más o menos honestas para conseguir el máximo placer con el mínimo
coste.
El confort
Las grandes empresas de marketing aprovechan ese mecanismo inconsciente y
saturan al público con mensajes que alimentan la ilusión de que confort
significa felicidad...
No se trata de evitar las comodidades, de hacernos la vida absurdamente
difícil. No es eso. Una vez más, todo depende del motivo que nos lleve a
facilitar la vida. No es el confort en sí lo que se pone en tela de juicio,
sino para qué lo utilizamos, la motivación que subyace en esa búsqueda. Es
muy razonable buscar cierta comodidad, pero no como objetivo final esperando
que nos proporcione la felicidad, sino como medio para realizar con más
eficacia la tarea que tengamos que llevar a cabo, para poder crear. En ese
caso, el confort nos ayuda a manifestar en el mundo nuestro talento,
nuestras cualidades y nuestra capacidad de servicio. Por otro lado, vivir en
la incomodidad bajo pretexto de espiritualidad puede ser utilizado por el
ego para hacer que uno se sienta superior a los demás, vilmente interesados
en los asuntos de este mundo...
Si uno es médico, por ejemplo, y tiene que viajar con frecuencia por
carretera para visitar a los enfermos, un coche cómodo le será de gran
utilidad y le permitirá acudir con mayor rapidez a donde lo necesiten.
Desplazarse en bicicleta o en un viejo coche poco seguro no es lo más
deseable, por cierto. Buscar cierta comodidad y los medios que faciliten la
vida es razonable en principio, es decir, si lo que se pretende es dominar
el mundo físico para poder crear y expresar plenamente la voluntad del Ser.
Lo que ocurre es que, con frecuencia, olvidamos en el camino nuestro
objetivo; el medio se ha convertido en fin. Y eso mantiene al ser humano en
una ilusión que le quita su poder y su libertad.
Subrayemos que uno de los aspectos de la manifestación del Ser en la Tierra
será la realización de una vida agradable y cómoda para todos. Pero esa
comodidad, que será sencilla y, como debe ser, procederá de las cualidades
del alma, no será consecuencia de la búsqueda de satisfacción del ego; el
ego, de todas formas, nunca estará satisfecho. Y tendrá lugar,
fundamentalmente, cuando los seres más favorecidos en el aspecto material
dejen de vivir a partir de los mecanismos de la consciencia inferior,
monopolizando las riquezas materiales para satisfacer un ego insaciable,
privando así al resto de la humanidad de lo justo y necesario.
Rechazo del
esfuerzo, resistencia a las dificultades
No es más que una consecuencia de la búsqueda del confort y de la facilidad.
La ilusión en la que nos mantiene el ego en este caso es ésta: si consigo
tener una vida sin problemas, seré feliz... Intentamos entonces evitar a
toda costa los problemas, y cuando éstos se presentan, pues la vida se
encarga de ello, nos limitamos a presentarles resistencia. Hay diversas
maneras de resistir a la vida, como veremos más adelante; depende de las
estructuras en las que nos hayamos esclerotizado en el pasado: puede ser a
través de la huida, o bien considerándonos víctimas, o intentando mantener
el control a cualquier precio, etc. De una manera u otra, el ego detesta el
esfuerzo, se resiste a cualquier dificultad y a todo lo que no le
proporcione una satisfacción inmediata.
Pues bien, recordemos que, según una ley energética-psicológica muy
conocida: «Todo aquello a lo que se resiste, persiste». El ego hace que nos
mantengamos en actitud de resistencia, con lo que nuestros problemas duran
indefinidamente. Cuantas más dificultades tenemos, más resistimos, y cuanto
más resistimos, más persisten las dificultades. Estamos en un círculo
vicioso. Pensamos que la vida es difícil, cuando es nuestro estado de
consciencia el que no nos permite resolver rápidamente las dificultades.
Veremos que existe otra dinámica muy distinta, mucho más satisfactoria, que
expondremos al hablar de la consciencia superior.
La sociedad en la que vivimos se apoya mucho en esa ilusión de la facilidad
y del rechazo del esfuerzo. Pero no hay que olvidar que lo que mantiene vivo
al ser humano es precisamente el esfuerzo que hace para superarse en
cualquier campo. Sólo así se da a sí mismo la posibilidad de descubrir y de
desarrollar un potencial que tal vez nunca ha utilizado. Sólo a través del
esfuerzo consciente y voluntario consigue el ser humano sobrepasar los
límites del ego. La ilusión de la facilidad, mantenida en la consciencia
colectiva por intereses materialistas, produce un cortocircuito en la fuerza
de vida y en la capacidad creadora procedentes del Ser. Y así es como el ser
humano pierde su poder y su libertad.
6. BÚSQUEDA DE APROBACIÓN, DE AMOR
(proezas, sumisión,
seducción)
El mecanismo vacío
del ego no puede en ningún caso dar sentido a nuestra existencia, ni puede
hacer que sintamos nuestro valor intrínseco. Cuando la vida está dirigida
por el ego, buscamos en el exterior cualquier cosa que nos dé la sensación
de existir y que nos haga sentir nuestro propio valor, ya que no podemos
experimentarlo interiormente. De modo que nos encontramos atrapados en la
búsqueda de aprobación, en la búsqueda del «amor»; atrapados en la ilusión
de que, si recibimos suficiente aprobación y suficiente amor, nos sentiremos
bien.
Según las estructuras procedentes del pasado que examinaremos más adelante,
esa búsqueda puede tomar aspectos espectaculares, como la realización de
hazañas (querer ser el mejor a cualquier precio) o aspectos más tranquilos
(manipulación, sumisión, seducción). En el caso de las hazañas, el ego puede
salir de su comodidad e intentar hacer determinadas proezas, no para
transformarse y flexibilizarse (esto es siempre lo opuesto a sus
intenciones), sino para demostrarse a sí mismo y a los demás lo mucho que
vale, incluso que es el mejor.
Ese mecanismo puede ser fuente de mucha violencia, porque el ego es capaz de
llegar a extremos increíbles con tal de satisfacer su necesidad de ser
reconocido. Nuestra sociedad ensalza la competición. Si impulsara que cada
uno se superara a sí mismo siguiendo el ejemplo de otros que, a su vez, se
hubieran superado, la competición sería beneficiosa; pero, en general, el
objetivo es superar al otro. De modo que el ego utiliza la competición para
realizar cosas fuera de lo corriente, para dominar, esperando encontrar en
ello satisfacción. Satisfacción que, por desgracia, será sólo temporal. Así
que tendrá que hacer más cosas fuera de lo corriente, o tratar de seducir
más..., hasta el agotamiento. Así, nuestra energía se consume deprisa y, a
medida que pasa el tiempo, se van acumulando las decepciones.
La búsqueda de aprobación puede tomar formas más tranquilas, más pasivas,
manifestándose a través de la sumisión o de una amable seducción. En
esencia, el ego dice esto: «Haré cualquier cosa con tal de que me améis,
para poder sentir así que existo y que tengo algún valor». Pero esa actitud
aparentemente sumisa suele encerrar frustraciones que, tarde o temprano,
acaban por estallar.
Ésta dinámica origina mucho sufrimiento. Por una parte, vive uno con el
estrés que produce el miedo a no triunfar, a no ser perfecto, a no ser amado
o aprobado; por otra, si se triunfa, las felicitaciones no son nunca
suficientes, ni el éxito, ni el amor, ni el reconocimiento son suficientes
para hacer que se sienta uno bien. Si ha recibido treinta y cinco
felicitaciones a lo largo del día, basta con que una sola persona haga una
pequeña crítica para echarle a perder la jornada. Tanto si se trata de
acciones espectaculares como de sumisiones seductoras, se agota uno
corriendo de aprobación en aprobación, y pierde por completo el sentido de
lo que verdaderamente es. Siempre necesitará más. Y seguimos inquietos e
insatisfechos. No nos sentimos realizados, porque ése es un sentimiento que
proviene del interior, independiente de las circunstancias y del juicio de
los demás.
Lo mismo ocurre con la búsqueda del amor. Como un mecanismo no puede sentir
amor, la personalidad nunca recibe bastante como para sentirse amada.
Acciones fuera de lo común, seducción, sumisión..., haremos cualquier cosa
para que los demás nos amen. Pero, hagan lo que hagan los demás por
manifestar su amor, mientras nuestra consciencia esté aprisionada por el
ego, la experiencia de ser amado se nos escapará siempre. Sin embargo, en
cuanto nuestra consciencia se identifique con el Ser, estará presente en
nosotros la experiencia del amor, completamente independiente de los demás y
de las circunstancias.
La ilusión de la
propia imagen
O buscar la apariencia para colmar el vacío de no sentir el Ser.
Desde esa óptica, el ego lleva a darle una importancia exagerada a la propia
imagen, tanto a la psicológica (desempeñamos diversos papeles para parecer y
para gustar), como a la física. La moda, por ejemplo, que podría ser una
expresión auténtica del arte, en nuestra sociedad se apoya casi por completo
en la búsqueda de una identidad a través de la imagen, y el sistema de
consumo a ultranza en el que vivimos aprovecha esa necesidad para hacer que
la gente consuma más aún. Uno compra un automóvil, por ejemplo, no porque
sea útil y adecuado a sus verdaderas necesidades, sino por la imagen de sí
mismo que proyecta ante los demás. Así tiene uno la sensación de ser
alguien. Pero eso alimenta una falsa identidad. No nos damos cuenta de hasta
qué punto eso les importa poco a los demás, ocupados como están todos, en
general, en sacar brillo a su propia imagen...
La búsqueda de aprobación y la importancia dada a la propia imagen hacen al
ser humano manipulable:
Puesto que creemos que nuestro bienestar depende de la opinión que los demás
tengan de nosotros y del amor que quieran darnos, haremos cualquier cosa
para mostrar buena imagen y hacernos amar. Nuestro entorno no dejará de
manipular ese mecanismo. Somos prisioneros de su voluntad, prisioneros de
cualquier empresa de manipulación.
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