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Sencillez,
espontaneidad, humildad
Esas cualidades derivan de modo natural del sentido de la propia existencia
procedente del alma. Cuando uno comienza a trabajar sobre sí mismo, al
principio puede confundir la verdadera espontaneidad que proviene del alma
con una reacción automática procedente del ego. Ya hemos señalado la
diferencia al hablar de la verdadera intuición (creadora de una
espontaneidad auténtica que da lugar a reacciones justas, sencillas, libres
y apropiadas a la realidad del momento), comparándola con los mecanismos
emocionales del ego (creadores de una impulsividad cargada emocionalmente).
Algunas enseñanzas inducen sin querer a esa confusión al recomendar que cada
uno siga “lo que sienta”. Eso está bien en principio, pero uno ha de saber
cuál es el origen de lo que siente. Tal vez es la voz del Ser; pero también
podría ser una reacción emocional automática procedente del inconsciente...
Aprender a distinguir el origen de lo que uno siente es una parte importante
del trabajo que hay que realizar en el camino.
Hacen bien los instructores de la raza en enseñar al neófito la práctica de
la discriminación y entrenarlos en la ardua tarea de distinguir entre:
a) El instinto y la intuición.
b) La mente superior y la inferior.
c) El deseo y el impulso espiritual.
d) La aspiración egoísta y el incentivo divino...
Con la sencillez viene la humildad, que es una de las más grandes cualidades
del Ser; pero no en el sentido de negarnos a nosotros mismos, como las
tradicionales enseñanzas morales pueden habernos llevado a interpretar. La
humildad procedente del Ser, lo mismo que la espontaneidad, es sencilla,
ligera, alegre, libre. Es una manera de ser natural, sin artificio,
impregnada al mismo tiempo de gran belleza y dignidad, del mismo modo que
una flor es feliz tal como es, sin arrogancia, sin tener que probar nada
para definirse a sí misma.
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