Competitividad y
colaboración
La
sociedad actual se va haciendo cada vez más competitiva. La competitividad se
puede observar desde la infancia en el colegio hasta las edades más maduras. De
este modo, muchas personas terminan adoptando la idea de que lo importante no es
hacer las cosas bien, sino hacerlas mejor que las personas que tienen a su lado.
Aunque es
cierto que la competencia puede ser un estímulo importante a la hora de lograr
un nivel de progreso individual o social más elevado, si se exagera la dosis, se
pueden incrementar los niveles de frustración, envidia y agresividad. La
frustración surgiría cuando una persona comprueba que es superada por otras a
pesar de haberse esforzado al máximo, lo que se puede traducir en reacciones
depresivas o agresivas dirigidas hacia personas en particular o hacia la
sociedad en general, favoreciéndose de este modo la violencia y la desadaptación
social.
La
envidia mantiene un vínculo directo con los niveles de competitividad en que se
desarrolla una persona, ya que el éxito de los demás, dentro de un clima
altamente competitivo, puede ocasionar sufrimiento; o bien, el fracaso de los
demás puede constituir una fuente de satisfacción, ya que en ambos casos queda
el competidor relegado a un segundo puesto. La alegría ante el mal ajeno y el
sufrimiento por el bien de los demás constituyen los radicales básicos de la
envidia.
La
competitividad atenúa, en muchos casos, la tendencia a colaborar con los demás.
En la sociedad actual cada vez es más frecuente el trabajo en equipo dentro de
algunas profesiones, en estos casos, los miembros de esos equipos colaboran
entre sí, compitiendo con la labor que realizan otros grupos de trabajo dentro
del mismo ámbito. Parece como si se hubiese incrementado este modo de trabajar
en un intento de lograr una mayor eficacia, una mayor competitividad. No
obstante, el espíritu de colaboración queda totalmente limitado dentro del
grupo, que mantiene altos niveles de hostilidad con el resto de los equipos.
A nivel
individual, el espíritu competitivo actual ha disminuido notablemente la
tendencia a colaborar con los demás, lo que se puede observar especialmente
dentro del mundo laboral, donde cada vez se ayuda menos al «otro» por temor a
que pueda destacar más que nosotros. Este tipo de situaciones promovidas por la
competitividad se acentúan en las personas inseguras de sí mismas, y se han ido
extendiendo durante los últimos años hacia terrenos que tradicionalmente se
habían caracterizado por los altos niveles de colaboración que se mantenían
entre compañeros, como, por ejemplo, en el caso de los estudiantes.
La
competitividad puede originar una mayor eficacia en la labor de algunas
personas, pero si toma una importancia desmesurada, puede deteriorar las
relaciones interpersonales, dificultar el progreso individual, dar lugar a
frecuentes frustraciones y fomentar las conductas agresivas y violentas dentro
del marco social en el que vivimos caracterizado por el egoísmo.