COMPLEJO DE INFERIORIDAD
Muchas
personas se pueden sentir inferiores en un momento dado, pero eso no quiere
decir que tengan un complejo de inferioridad. Cuando decimos que alguien tiene
sentimientos de inferioridad nos referimos a una persona que se siente inferior
ante los demás de un modo más o menos permanente, no sólo en determinadas
situaciones en las que su sensación de inferioridad puede deberse a algún motivo
circunstancial y pasajero. Un complejo de inferioridad es algo más complicado:
las personas que lo padecen son sujetos que, aun sintiéndose profundamente
inferiores a los demás en uno o varios terrenos, no son capaces de admitirlo, y
rechazan la idea de su inferioridad, relegándola, desde la esfera de lo
consciente, a la del inconsciente, donde permanece la mayor parte del tiempo
para volver al mundo consciente de forma más o menos esporádica.
Para que
se establezca un sentimiento o un complejo de inferioridad no es necesario que
esa persona tenga un defecto real, sino tan sólo que crea tenerlo. Con
frecuencia, la causa es que en alguna ocasión se sintió rechazado por los demás,
pensó —acertadamente o no— que se estaban burlando de él y la experiencia marcó
decisivamente su personalidad. Los defectos se suelen adscribir a uno de estos
tres ámbitos fundamentales: el terreno físico (defecto corporal, fealdad,
obesidad, talla demasiado baja o alta, impotencia sexual, características
propias del sexo contrario, etc.); el intelectual (inteligencia mediocre, poca
cultura, etc.); y el social (falta de simpatía, desconocimiento de normas de
cortesía, procedencia de un nivel social más modesto, nacimiento ilegítimo, poca
facilidad de palabra, familia que provoca vergüenza, etcétera).
Los
sentimientos de inferioridad pueden provocar inhibición y retraimiento, dando
lugar a que se vaya constituyendo una personalidad tímida e insegura, dentro de
un marco de escasa actividad social. Sin embargo, si el sentimiento de
inferioridad no es demasiado intenso puede llegar a estimular el afán de
superación desde la misma infancia. Adler estudió a fondo este problema,
proponiendo un enfoque del mismo basado en el sistema de compensaciones
psicológicas. Cuando alguien se siente inferior, puede optar por la
«resignación», lo que da lugar a una actitud de modestia y timidez exageradas,
inseguridad e inhibición, con lo que esta persona parece actuar como si se
disculpase constantemente por el mero hecho de su propia presencia. Pero si no
se resigna, intenta compensar su defecto de tres modos que no se excluyen
totalmente entre sí, y que serían las compensaciones psicológicas.
Las
compensaciones denominadas de primer grado consistirían en intentar disminuir o
suprimir el defecto o sus consecuencias. Por ejemplo, una persona que se sienta
inferior por considerarse demasiado obesa, intentaría adelgazar y cuidar su
aspecto externo para resultar más atractiva. Las compensaciones de segundo grado
consisten en intentar compensar el presunto defecto destacando en un plano
diferente, como es el caso del niño que saca malas notas en el colegio y lo
intenta compensar siendo un gran deportista. Por último, estarían las
compensaciones de tercer grado, con las que se intenta adoptar un falso
sentimiento de superioridad que sirva para ocultar el problema de fondo ante uno
mismo y ante los demás. Cuando el individuo adopta esta última vía de
compensación, se muestra altanero, presuntuoso, arrogante, inflexible y
vanidoso, aparentando, a simple vista, un cierto complejo de superioridad. Se
muestra indiferente ante las actitudes y opiniones de los demás, pero en
realidad es muy susceptible ante las mismas, ya que hieren fácilmente su
sensibilidad, influyendo notablemente sobre su exagerada necesidad de
autoestima. Se ha forjado una imagen idealizada de sí mismo, mediante la cual
pretende demostrar su supremacía sobre los demás y ocultar el profundo desprecio
que siente hacia sí mismo. Este seria el genuino complejo de inferioridad. El
problema principal surge como consecuencia de su falta de adaptación al medio
social que los rodea, ya que ante fracasos o críticas severas de los demás, se
rompe este esquema compensatorio y surge de nuevo la inferioridad de fondo, lo
que constituye una intensa fuente de angustia y sufrimiento, que imposibilita el
amor y las relaciones interpersonales francas y sinceras.
Uno mismo
debería poder ser conscientes de los sentimientos y complejos de inferioridad y
disolverlos mediante la misma consciencia. Sólo cuando estos sentimientos y
complejos sean incontrolables o empiecen a tener repercusiones psicológicas hay
que acudir al especialista y posiblemente seguir un tratamiento específico. El
tratamiento de se realiza mediante una psicoterapia individual que ayude al
sujeto a comprender mejor el origen del problema y a desmontar los mecanismos
psicológicos que refuerzan, ayudándole a conocerse mejor a sí mismo, a la vez
que se van ofreciendo nuevas pautas de autovaloración y de comportamiento.