Consumo. Comprar y vender
El ser
humano, dentro de la economía, ejerce un doble papel: por un lado crea,
administra y reparte bienes y por otro, los consume y se sirve de ellos.
Mediante
la economía satisface sus necesidades, necesidades que según la naturaleza de
las mismas clasificamos en primarias y secundarias. Primarias serían aquellas
necesidades básicas encaminadas a cubrir las apetencias instintivas, como por
ejemplo: comida, ropa, vivienda, etc. Secundarias serían las dirigidas a saciar
los deseos complementarios de las anteriores; algunas son necesarias pero no
imprescindibles, como, por ejemplo, un aparato electrodoméstico; otras más
superfluas o de lujo, que generalmente giran alrededor de una sofisticación de
la anteriores o de la ornamentación, como por ejemplo: coches de lujo, vestidos
de gala, joyas, obras de arte, etc.
Cuando el
individuo compra se deja llevar por dos tipos de influjos.
Influjos
racionales: Aquellos que determinan la adquisición de sus necesidades primarias.
Cuando compra racionalmente, lo hace estableciendo una escala de prioridades.
Evita lo superfluo mientras no ha cubierto previamente lo básico. Compra aquello
que realmente precisa y de acuerdo con su economía, calculando presupuestos y
relación calidad-precio.
Influjos
emocionales: Inducen al individuo a comprar no ya lo que le resulte
imprescindible sino lo que considere importante para su satisfacción personal.
Cuando compra emocionalmente por lo regular busca alguno de los objetivos
siguientes: calor y bienestar social a través de una mejora de sus condiciones
de vida. Otras veces persigue la satisfacción de caprichos personales por simple
placer, saciando sus gustos y deseos autogratificantes o compartiéndolos con sus
seres queridos mediante el regalo. Y en otras ocasiones busca autoafirmación,
seguridad y refuerzo de su personalidad, generalmente rodeándose de lujo y
ostentación que le dan espíritu de poder dentro de la sociedad. Esta última
intención puede llegar a ser muy negativa para la persona cuando rebasa ciertos
límites para caer en la codicia y ambición desmedida.
Salvo este último punto,
el consumo emocional no es censurable, aunque sí sería aconsejable introducir
una cierta recapacitación en el mismo para no caer en la trampa bastante
frecuente de vivir para él. Porque muchas personas agotan su vida en un
desaforado empeño por lograr, mediante el trabajo exagerado, cubrir
económicamente un exceso de consumo que en definitiva no le reporta la
compensación necesaria del esfuerzo empleado.
Complementariamente con
el hombre consumidor existe el hombre productor y vendedor, ambos en estrecha
simbiosis. El primero consume para vivir, el segundo vive de lo que consume el
otro.