Control y descenso de la
natalidad
En los
países del área occidental se viene experimentando durante los últimos años un
brusco descenso de la natalidad. Las parejas tienen cada vez un menor número de
hijos, siendo cada vez más frecuentes los hijos únicos y más raras las familias
que tienen más de dos hijos. Este descenso de la natalidad resulta preocupante y
los gobiernos de algunos países han decidido tomar medidas para estimular la
natalidad en forma de ayudas a las familias numerosas, etc., ya que se teme una
drástica disminución de la población de los países más industrializados.
Son muchos los factores
que parecen influir en el descenso de la natalidad en los países occidentales.
Uno de los más importantes sería la difusión de los métodos anticonceptivos, que
permiten mantener relaciones sexuales habituales con un escaso margen de riesgo.
También la práctica del aborto
voluntario influye en la
disminución de la natalidad; pero tal vez haya que buscar la explicación de este
fenómeno en problemas más profundos que facilitan que las parejas recurran a
estos métodos. En una sociedad tan influida por el confort, el culto al cuerpo y
al materialismo, los padres parecen tener menos deseos de sacrificar algunas
cosas por el mero hecho de tener más hijos. Los hijos suponen más
responsabilidad en general, pero especialmente en lo que se refiere al terreno
económico y al tiempo de que disponemos para dedicarles. Tiempo y dinero que no
se pueden dedicar a otras actividades que se consideran hipotéticamente, y que
no siempre son realmente, como más satisfactorias. Tener un hijo supone, al fin
y al cabo, apostar por algo, creer en algo desconocido, y esto no encuadra
dentro de la mentalidad tecnificada, eminentemente práctica y materialista que
impregna la sociedad actual.
Para la
mujer, los hijos suponen una sobrecarga en el día a día, ya que suele ser ella
la que se encarga especialmente de cuidarlos a pesar de que tenga también su
actividad laboral fuera de casa; además, cada hijo implica para ella un cierto
desgaste psicofísico; se piensa que adelantan el proceso de envejecimiento, lo
que casi nunca es cierto, y que favorecen el deterioro de su corporalidad desde
un punto de vista estético.
Esta
curiosa mentalidad favorece situaciones paradójicas: cada vez se tienen menos
hijos, pero éstos se cuidan con un exagerado afán de sobreprotección. El exceso
de sobreprotección, propio de padres inseguros (la inseguridad se demuestra en
muchos casos en forma de temor a no poder mantener a más hijos de los que
tienen) no favorece, sino todo lo contrario, un adecuado desarrollo de la
personalidad de los niños. Lo mismo puede decirse de los hijos únicos, los
cuales suelen tener problemas en las relaciones sociales y dificultades en la
adaptación socioambiental.
Por
último, los matrimonios que no tienen hijos por simple decisión de uno o ambos
miembros de la pareja, ya que podrían haberlos tenido, se exponen a crisis de
cierta intensidad como pareja y como individuos, generalmente al sobrevenir la
madurez, alrededor de los cuarenta o cincuenta años, en que se comprende que los
hijos constituyen algo absolutamente natural y que llena de sentido la vida del
ser humano.