La
guerra
«Ya comenzó ella la danza
por los montes,
gritando: arriba y
adelante, guerreros.
Al moverse su cabeza
oscura
suena sonora la cadena de
mil cráneos colgados.
Como una torre aplasta
las postreras llamas,
donde huye el día, rojos
están los ríos de sangre.
Muertos innumerables
flotan ya entre los juncos...
Blanquecinas los cubren
las recias aves de la muerte.
Ahuyenta el fuego hacia
la noche, a través de los campos,
un perro rojo, con un
aullido de feroces fauces.
El mundo negro de las
noches surge de las nieblas
en tanto los volcanes sus
bordes iluminan.
Y los oscuros llanos
salpicados están
con millares de gorros de
dormir
y todo cuanto cruza
corriendo por las calles
a las brasas lo arroja
para atibar la llama.»
Georg
Heym (1887-1912)
La guerra
implica cambios sociales de gran relevancia que ejercen su influencia sobre la
psicología individual de forma más bien brusca, originando problemas graves,
tanto en los militares como en los civiles; generalmente, traumas psíquicos
graves o trastornos psícopatológicos consecuentes a la pérdida de seres
queridos, al padecimiento de situaciones cargadas de violencia, etc.
Entre los
soldados se acumulan los problemas consecuentes a la situación de desarraigo en
que viven, al continuo riesgo de muerte, la necesidad de desarrollar su
agresividad contra el enemigo, situaciones de intenso pánico, muerte de sus
compañeros, adaptación a situaciones carentes del mínimo confort, privación de
alimentación y de pautas higiénicas elementales, etc. Las consecuencias más
frecuentes se orientan hacia la producción de traumas psíquicos, a veces muy
graves, en relación con alguno de estos acontecimientos.
Estas
heridas psicológicas tardan en cicatrizar y pueden permanecer durante toda la
vida influyendo notablemente en el carácter de estas personas. Otras veces se
producen las llamadas «neurosis de guerra» que surgen como reacciones ante el
estrés; a corto plazo se producen tres tipos de comportamiento patológico:
depresión, ingesta de alcohol y el presentimiento continuo de que uno será
abatido durante el combate. En segundo lugar, se generan síntomas de
anticipación a la calamidad unidos a sentimientos de culpa por sentirse incapaz
de combatir; y por último, ansiedad unida al temor de ser excluido del servicio
cuando termine el combate.
Estas
serían formas de reacción que se presentan minutos antes de verse envueltos en
la batalla; pero a más largo plazo aparece un cuadro clínico de intensa
angustia, pesadillas, reacciones de sobresalto frente a pequeños estímulos
externos, depresión, sentimientos de culpa, comportamientos explosivos,
inseguridad, dificultades de reinserción social dentro de la vida civil, etc.
También se han descrito trastornos neuróticos de conversión entre los soldados,
que consisten fundamentalmente en parálisis o deficiencias sensoriales
(cegueras, sorderas, etc.) que sin causa orgánica que las justifique aparecen en
estas personas, especialmente entre las más primitivas o las que tienen rasgos
histéricos en su personalidad. Se han descrito trastornos psícopatológicos
peculiares entre los prisioneros de los campos de concentración durante las dos
guerras mundiales, configurando la llamada «neurosis de campo de concentración».
Entre la
población civil, la guerra también favorece la aparición de numerosos trastornos
psícopatológicos, ya que los civiles sufren la amenaza de bombardeos, desarraigo
y violencia si la ciudad en que viven se ve invadida por el enemigo, vivencias
de pérdida por fallecimiento de seres queridos, penalidades económicas,
higiénicas, etc. De este modo se favorece la aparición de síndromes depresivos,
trastornos por ansiedad, malnutrición o pánico, trastornos consecuentes a
vivencias de alto contenido traumático.