El humor y las bromas
Uno de
los instintos que motivan la conducta humana es el de la búsqueda del placer.
Este placer puede ser físico, mediante la satisfacción de los apetitos puramente
sensuales, o psíquico a través de sus gozos mentales. Algunas de estas, digamos,
satisfacciones mentales pueden ser de tipo intelectual o artístico, para las que
se requiere un cierto nivel cultural, o simplemente lúdicas, a través del juego;
estas últimas son asequibles para cualquier persona.
El ser
humano, sometido a múltiples frustraciones a lo largo de su vida, trata de ver
compensados sus anhelos reprimidos mediante la necesaria gratificación física y
mental. Es normal, entonces, que se sienta atraído por las situaciones
calificadas como graciosas, porque a través de la hilaridad siente fuertemente
estimulados sus centros biológicos del placer. Las risas y las bromas crean un
clima de distensión que anula las pulsiones agresivas y reprimidas del ser
humano. La violencia, la cólera y la ira son opuestas e incompatibles con la
risa. No es raro observar cómo, cuando en una tertulia se establece una polémica
que «carga» el ambiente de tensiones enfrentadas, si alguien dice una gracia
ocurrente o chistosa, el grupo explota dicha tensión en forma de risa, descarga
la agresividad y retorna a los cauces de cordialidad.
El mundo
del espectáculo, la literatura y otras formas de arte están llenos de contenidos
cuya pretensión es la simple hilaridad del consumidor. Porque, cuando la
consigue, el éxito está asegurado. Raro es el acontecimiento gracioso que no
atrae la expectación de quien lo advierte. Cuando en las reuniones y fiestas
sociales más dispersas en grupos de conversación alguno «amenaza con relatar un
chiste, generalmente todos callan y vuelcan su atención en el narrador. Es
porque se remueve el principio del placer, en este caso relacionado con la
gracia y la hilaridad que siempre actúa como cebo apetecible.
A través
del humor y las bromas, indirectamente se pretende reafirmar un ego atormentado
por las frustraciones diarias. Si observamos el contenido de muchas bromas y
situaciones graciosas veremos que en gran número de ellas nos causa risa la
contemplación, un tanto sádica, de algún sujeto que por su torpeza o ignorancia
cae en el ridículo más espantoso, cuanto más ridículo más gracioso.
Inconscientemente integramos en la mente nuestra valía personal en comparación
con un ser tan torpe, simple o estúpido. Este seria el humor sencillo, asequible
a todos y apreciado especialmente por los niños y adultos de bajo nivel
cultural. Pero también existe otro humor más selecto que recurre a lo contrario:
la admiración simpática, cuando se utiliza el dominio del lenguaje, el juego de
palabras y la lógica de lo absurdo. O bien, la ironía, que sabe transformar lo
más serio e incluso trágico en algo cómico y gracioso.
El placer
de la broma, frecuentemente desarrollado en el niño, es con mucha frecuencia
relegado a los más oscuros rincones del subconsciente cuando el ser humano llega
a adulto y se ve obligado a desempeñar su vida dentro de un marco de seriedad.
El dicho de que todo hombre lleva un niño en su interior es una realidad, y tal
vez el dejar salir y explayarse de vez en cuando a este niño sea uno de los
recursos más recomendables para lograr el equilibrio emocional.