La
inadaptación
A lo
largo de la vida, en el ser humano se producen una serie de cambios internos,
externos y en su entorno, que tienen como objetivo lograr el equilibrio consigo
mismo y con el ambiente que le rodea. Es lo que llamamos adaptación.
Aquí
trataremos exclusivamente de la adaptación en el aspecto psíquico del ser
humano, delegando la adaptación física al campo de la medicina somática
(ambiental, climática, deportiva, etc.).
En las
primeras etapas de la vida (infancia y adolescencia) el proceso de adaptación
funciona a pleno rendimiento. La escolaridad, educación y demás aprendizajes, no
son más que útiles que el sujeto adquiere para adaptarse a la vida futura.
Posteriormente, en la edad adulta, en teoría disminuye el ritmo de adaptación.
Se supone que el individuo ha llegado a la «madurez», alcanzando un determinado
status social y mantienen un equilibrio con su medio ambiente.
Por
último, en la tercera edad tiene que poner nuevamente en marcha sus mecanismos
de adaptación para amoldarse a una situación indudablemente más penosa: el
declive físico, la vejez y la muerte próxima.
Naturalmente, esta evolución no es tan sencilla como se ha expuesto. En cada
etapa, de hecho, surgen infinidad de conflictos que pueden conducir a un terreno
equivocado, provocando incluso situaciones patológicas, que son objeto de la
psicopatología infantil, del adulto y geriátrica.
En
términos muy generales, la adaptación psíquica es el acoplamiento psicológico a
un cambio más o menos sustancial. Este cambio puede tener lugar en la persona
misma (por factores endógenos) o en el medio en que ésta se desarrolla (por
factores exógenos).
Entre los
cambios endógenos más comunes están las enfermedades. El individuo, cuando está
enfermo, ha de adaptar su psiquismo a una serie de circunstancias, como el
dolor, el sufrimiento, el miedo a la muerte, la incapacidad física, etc. Un
importante elemento a tener en cuenta en este terreno es el cronológico, lo que
dure la nueva situación: No es igual adaptarse a una situación transitoria
(enfermedad curable) que a una irreparable (enfermedad maligna y mortal) o bien,
definitiva (enfermedades crónicas, parálisis, amputaciones, etcétera).
Y entre
los cambios exógenos o ambientales más comunes se encuentran todos aquellos que
tienen que ver con el ser humano como individuo social. Como tal, se ve en el
deber, y muchas veces en la obligación, de adaptarse a una innumerable serie de
ambientes y situaciones nuevas: la familia, la escuela, los estudios, el
matrimonio, el embarazo, el trabajo, la ley, la economía, la nacionalidad, etc.
Y cuando ha conseguido adaptarse, tal vez tenga la desgracia de perder el objeto
que le impulsaba a hacerlo, teniendo que adaptarse de nuevo a otra situación: la
pérdida de un ser querido, el fracaso en los estudios, el divorcio, el
desempleo, el encarcelamiento, la ruina económica, la emigración, la guerra, los
terremotos, etc.
Cuando el
ser humano no es capaz de adaptarse a cualquiera de estos cambios (exógenos o
endógenos), sintiéndose inadaptado, puede caer, de no vencer esta situación, en
estados de estrés, neurosis e incluso en reacciones psicóticas.
Lo
realmente importante para la persona inadaptada es la integración que consciente
o subconscientemente hace, en su psiquismo, del problema. La inadaptación puede
acarrearle desde una simple preocupación a la más grave depresión, pasando por
todos los posibles grados de angustia y ansiedad. Y no digamos cuando llega al
extremo de reacción psicótica: en tal estado puede producirse una desintegración
de la capacidad de pensar con lógica.
Aunque en
otros casos, tal vez no menos patológicos, la inadaptación no ocasiona la más
mínima alteración emocional, como ocurre con los sujetos irresponsables y
psicópatas. Sin embargo, en este caso, es más probable que la inadaptación sea
una consecuencia inevitable de su carácter trastornado.