Cuando en
términos psicológicos hablamos de responsabilidad hacemos referencia a la
capacidad que tiene una persona de responder (coloquialmente: dar cuentas)
acerca de sus actos y obligaciones. Dejamos a la terminología jurídica la
acepción de culpabilidad por aportar, en este momento, una carga peyorativa al
concepto.
Una
persona responsable es aquella que es consecuente con sus acciones, que cumple
con sus deberes y es capaz de asumir sus errores. Pero no es necesario ser un
modelo de civismo y moralidad para ser catalogado de responsable. Como humanos,
todos tenemos defectos, debilidades y moderadas conductas irresponsables. Existe
un margen un tanto difuso y subjetivo que separa al responsable del
irresponsable y en el que habitualmente se mueve gran parte del género humano.
La
responsabilidad es un atributo más de los que se obtienen con la madurez y tal
vez sea el mayor indicativo de la misma.
El niño
carece de responsabilidad porque aún no sabe de deberes y obligaciones. Se mueve
por impulsos, generalmente apetitivos y dirigidos a conseguir su propia
satisfacción. Es egoísta por excelencia, pues no es todavía consciente de que
existen otras personas a su alrededor que puedan tener, a su vez, necesidades
similares. A través de la orientación de sus padres y educadores va aprendiendo
normas de convivencia y de moral. Comienza, así, a hacerse responsable.
Pero esto
no es tan sencillo y, desgraciadamente, no siempre se cumple. Para que un niño
se haga responsable, primeramente ha de «respirar» un clima de responsabilidad
en su ambiente. Ha de observar que sus padres o educadores lo sean, ya que
indefectiblemente actuarán sobre él como modelos a imitar. Y en segundo lugar,
ha de sentirse reforzado en su propia responsabilidad, para que pueda
desarrollarse dentro de ésta, modulando su carácter en tal sentido.
A través
de la protección que recibe de los adultos, el niño advierte que éstos son
responsables de su cuidado y atención. Cuando observa orden en las tareas y
objetos de sus padres, recibe lecciones de responsabilidad, ya no sólo para con
él, sino también para con lo que les rodea y forma parte de sus vidas. Si es
debidamente encauzado, aprenderá a ser responsable de sus cosas: juguetes,
ropas, etc. Comprenderá que tener orden y cuidado en sus acciones puede ser
beneficioso.
Una vez
sembrados los primeros inicios de responsabilidad ante pequeñas cosas (que para
los niños no son tan pequeñas cosas, ya que tal vez sean las únicas a su
alcance), hay que reforzarlos y fomentarlos. Para ello, es esencial el respeto y
la consideración de sus primeros logros personales. Es aconsejable encomendarle
tareas adecuadas a su edad y que impliquen su responsabilidad en las mismas; con
una pequeña dosis de libertad se conseguirá un gran avance en su aprendizaje.
La
persona que llega a adulta de forma inadecuada carece de madurez, pudiendo ser
distinguida por su irresponsabilidad.
El
individuo irresponsable es reconocido por el desorden en el que se mueve. Tiene
poco apego a sus enseres, por lo que se hallarán deteriorados por un uso poco
cuidadoso. Suele ser incapaz de mantener un puesto de trabajo fijo, pues con
frecuencia dejará de cumplir las tareas encomendadas, no porque sea lo que se
suele llamar un «vago», sino porque, sencillamente le «aburren», y no ve «por
qué» tiene que seguir haciendo algo que le disgusta. Difícilmente mantiene una
relación afectiva estable con una pareja, ya que tampoco se hace responsable de
sus afectos y tenderá a la falta de fidelidad, siendo su compromiso sentimental
impulsivo y pasajero. Tampoco acostumbra a fomentar grandes amistades, aunque
tenga una gran facilidad para hacer amigos en cualquier ambiente y país, pues
seguramente sólo le atraiga de las mismas el aspecto lúdico y poco
comprometedor. En definitiva, todas las facetas de su personalidad pueden verse
afectadas por la irresponsabilidad.
Un
pequeño grado de irresponsabilidad es aceptable; puede incluso dar un poco de
«gracia» a la vida, por el componente de aventura y riesgo estimulante, pero
siempre dentro de unos límites y con el total respeto hacia el prójimo.