EL MIEDO A
LA
MUERTE Y EL SUFRIMIENTO
Al conocer en un momento concreto de la vida de que «voy a morir» es a lo
que se le llama muerte psicológica, que precede, cuando se produce, a la
muerte biológica. No es el saber que existe la muerte sino la certeza de que
soy yo quien va a morir a medio o corto plazo o bien de forma inminente.
Vulnerabilidad, amenaza, malestar, invalidez, soledad y anomalía son
elementos que pueden hacerse presentes en el mismo momento de la toma de
conciencia de la propia muerte, cuando existe esa certeza, aunque la
importancia de cada uno de ellos dependerá de la biografía y del marco
sociocultural de cada persona.
Mirando a nuestro alrededor, leyendo la prensa diaria y los textos
especializados, viendo la televisión, escuchando a los amigos y vecinos,
dándonos una vuelta por los hospitales, lo que encontramos es que morimos
solos y morimos mal. Aislados, silenciados, negados en la condición de
moribundos, con miedo y sufrimiento, a veces con mucho miedo y mucho
sufrimiento.
El panorama es desolador y no hace más que acentuar la dimensión trágica de
la muerte, de la que hablábamos, en nuestra cultura. Lejos de considerarlo
como un proceso natural ligado a nuestra condición de seres orgánicos, morir
es una tragedia para la existencia humana. No queremos morir y no entendemos
ni aceptamos que sin querer morir tengamos que hacerlo. Además, en una
sociedad desarrollada, bastante avanzada tecnológicamente, en la que hay
objetos y «soluciones» para casi todo lo imaginable, resulta increíble que
aún no se haya encontrado remedio a la muerte, a lo que nos hace morir.
Entonces, morimos mal, porque todo parece estar dispuesto para que no
ocurra, y cuando ocurre morimos contra todo, contra todos.
El miedo a morir, a sufrir, a envejecer, al deterioro físico, está cada vez
más presente en nuestra sociedad y así mandamos a nuestros enfermos a morir
al hospital, olvidamos a nuestros ancianos en residencias y hospitales o tal
vez en alguna habitación de casa, eliminamos arrugas y redondeces en
quirófanos rejuvenecedores, en un intento de crear una ilusión. No es más
que una denegación, un engaño para seguir como si nada hubiera de ocurrimos.
Con bastante dificultad y esfuerzo se está consiguiendo de forma real que
uno de los objetivos de la medicina y de las ciencias de la salud en general
sea, además de luchar contra las enfermedades, conseguir que las personas
podamos morir dignamente, independientemente de cuáles sean las
circunstancias en que se produzca nuestra muerte y la enfermedad o no que
nos lleve a ella.
Lo novedoso, lo importante, radica en la amplitud de miras, en la
consideración del morir como parte del interés médico, como aceptación de lo
inevitable, algo que nos va a afectar en algún momento a todos. Luchar
contra la enfermedad, especialmente contra aquellas que causan la muerte,
descifrar claves de la vida... tal vez consiga retrasarlo, pero no
indefinidamente. Así que plantear el morir en paz como interés prioritario
significa reconocer la necesidad de investigar y de tratar de paliar el
sufrimiento que acompaña al proceso de morir y a la pérdida de un ser
querido.
El desarrollo de los cuidados paliativos es un indicativo de cómo empieza a
tomar forma este interés en nuestro país. Tratar, no la muerte, alargando o
acortando la vida, sino el proceso de morir alguien, ayudándole a mejorar su
calidad de vida, controlando el dolor, paliando el sufrimiento del enfermo y
familia, constituye la vertiente asistencial, clínica, de respuesta a este
proceso, sin duda imprescindible, pero no la única posible.
La
muerte no es un fracaso del conocimiento. Considerar
que seguimos muriendo porque aún no se conoce lo suficiente es una versión
más de la negación y de la no aceptación. Sin embargo, el desconocimiento de
la muerte, del morir, genera un enorme sufrimiento que no atendemos, en el
que no nos interesamos, y es en esto en lo que fracasamos.
Dimensión
psicosocial
Tomando las circunstancias descritas arriba se puede entender que generen
ante la proximidad de la muerte un aumento del sufrimiento de las personas y
de sus seres queridos, y junto con el dolor físico y otros síntomas aumenten
también los problemas emocionales, sociales y existenciales que se
presentan.
El proceso terminal tiene repercusiones psicosociales que no se pueden
obviar, y a las respuestas psicológicas características que se pueden
presentar en la persona que va a morir, como tristeza, depresión
indefensión, cambios comportamentales, rigidez, dependencia, desesperanza
que pueden alternarse con esperanza y euforia, y que también pueden estar
presentes en la familia y en el equipo de cuidados, hay que añadir toda una
serie de problemas sociales relacionados con la hospitalización y la ruptura
con el entorno habitual, que dificultan y hacen que la relación con la
persona que está en una situación terminal sea muy compleja.
En nuestras sociedades occidentales es muy frecuente que se produzca la
muerte social del individuo antes de que la muerte biológica, siendo el
aislamiento, la soledad y el miedo causas que producen gran sufrimiento en
las personas que padecen una enfermedad terminal.
Comprender para ayudar
Las principales características que presentan los pacientes con miedo a
morir son:
• El paciente pregunta con frecuencia sobre la gravedad de su estado.
• Expone abiertamente su temor.
• Muestra necesidad de continuo apoyo.
• Muestra dependencia del profesional de la salud.
• O bien no pregunta ni se interesa por su situación.
• Evita encontrarse a solas con el profesional.
• Bromea exageradamente sobre su situación.
• No habla ni facilita comunicación alguna con sus respuestas.
Cuando aparece una enfermedad grave son, también, múltiples y variados los
temores que pueden presentarse en las personas y pueden afectar a todas las
áreas vitales. Entre otros:
• Temor a la pérdida de la autonomía.
• Miedo al dolor físico y a la desfiguración.
• Temor a afrontar lo desconocido.
• Temor a ser una carga o a cómo quedará la familia.
• Miedo a la soledad, al rechazo, al abandono y aislamiento.
• Miedo a perder el control de la situación, etcétera. En definitiva, miedo
a morir.
Junto a esta serie de temores señalados también se describe una serie de
patrones de respuesta habituales que se presentan cuando la persona es
conocedora de su enfermedad terminal y de la inminencia de su muerte y que
constituyen los pasos o etapas para superar favorablemente el duelo o
aceptar que una persona va a morir. Negación, Ira, Negociación, Depresión y
Aceptación...; o bien Ignorancia, Inseguridad, Negación implícita,
Comunicación de la verdad, y a partir de este momento de conocer la verdad,
Negación, Ira, Negociación...; cualquiera de estos u otros modelos buscan
explicar y definir lo que ocurre cuando alguien se enfrenta a una enfermedad
grave y a la posibilidad real de morir.
Hay que incidir en el hecho de que el miedo a morir es algo bastante común y
generalizado, una realidad muy frecuente en la práctica clínica, ante la que
los profesionales se encuentran en una situación de indefensión derivada,
por una parte, de la falta de formación específica para escuchar y trabajar
la temática de la muerte y el morir y, de otra, por el miedo que a ellos
mismos les produce plantearse esta temática o pensarla en relación a sí
mismos. El miedo a la muerte está poco tratado en la formación y la
literatura científica, reiterando de este modo el carácter de tabú social
que la caracteriza.
Algunas formas posibles de mejorar la capacidad para detectar y tratar este
problema es conocer su realidad para no temerla, fomentar habilidades que
incidan en el apoyo y la ayuda o mejorar las competencias en técnicas de
entrevista.
Comprensión del proceso de afrontamiento emocional
Enfrentarse emocionalmente a la muerte propia es ante todo un proceso de
preparación subjetiva y personal de despedida. Se trata de un modo especial
de duelo: aquel que atraviesa la persona que está en proceso de morir. El
comienzo es siempre el impacto de una realidad no deseada, no esperada, en
muchos casos ni siquiera previsible, que se presenta bajo el modo de un
diagnóstico, de unos resultados, de unos síntomas sospechosos que te hacen
temer lo que esconden. Nunca estamos preparados para este momento. Aunque
siempre hayamos sabido que alguna vez llegaría, cuando ocurre, nunca nos
coge preparados. De ahí la incredulidad, el quedar descolocados: no puede
estar pasándome esto a mí... ¿es real o lo estoy soñando?... da igual ¿no?,
en cualquier caso se trata de una pesadilla.
Cuando el impacto se va deshaciendo y las brumas dejan pasar la luz,
entonces queremos hacer algo que impida que esto ocurra, que lo pare, que lo
retrase. Tiene que haber algo que yo pueda hacer, tiene que haber algo que
alguien pueda hacer... ¿No hay nada que hacer? Esto es demasiado amargo,
insoportablemente amargo. Nadie debería pasar por esto...
Duele profundamente y pensamos que es inhumano tanto sufrimiento, sin
embargo nada hay más humano que la conciencia de la propia existencia, sobre
todo cuando se trata del final de la misma. La posibilidad de convertir el
dolor en algo significativo, de reubicarlo, dándole otro lugar que el de
efecto devastador, como motor de lo que quiero o puedo hacer en este final
de la vida en vez de soportarlo sin más, es una elección.
Si podemos aceptar que ésta es la realidad que nos ha tocado vivir en este
momento, aunque duela, habremos elegido vivir.
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