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LA MUJER MALTRATADA O
AGREDIDA
Igual
que sus maridos, las mujeres agredidas constituyen un grupo diverso, de
distinta clase social, educación y ocupación. En un estudio, frente al 81%
de los agresores que provenían de familias violentas, sólo el 33% de las
mujeres agredidas había recibido malos tratos en la infancia o había visto a
su padre pegar a su madre. Esto sugiere que las características del esposo
son más relevantes que las de la esposa en cuanto a la proclividad a los
malos tratos.
Una de las cuestiones más interesantes que surgen sobre las mujeres
maltratadas es: ¿por qué se quedan? Muchas de estas mujeres aguantan palizas
reiteradas durante años. A menudo, para frustración de los profesionales, la
mujer agredida que ha abandonado a su esposo vuelve con él. Según los
resultados de un proyecto de investigación, las cinco causas más comunes
aducidas por las mujeres maltratadas como motivos para aguantar, citadas en
orden de mayor a menor frecuencia, son:
1) Esperanza de que el marido cambie.
2) No tener a donde ir.
3) Temor a represalias del marido.
4) preocupación por los hijos (necesitan un padre, imposibilidad de
sostenerlos, etc.).
5) Dependencia económica (imposibilidad de sostenerse a sí misma)
Aunque un psicoanalista pudiera pensar que estas mujeres son masoquistas,
las razones mencionadas reflejan más a menudo factores prácticos y
económicos absolutos, como el hecho de no poder mantenerse a sí misma o no
tener a donde ir.
Presentamos la carta de una mujer maltratada como ejemplo de la experiencia
vivida por estas mujeres.
Carta de una mujer maltratada.
Todavía no tengo cuarenta años, igual que mi marido. Poseo el título de
bachiller y, actualmente, asisto a un centro universitario local, intentando
conseguir la enseñanza adicional que necesito. Mi marido es licenciado
universitario y trabaja como profesional en su campo. Ambos somos atractivos
y, en la mayoría de los casos, respetados y queridos. Tenemos cuatro hijos y
vivimos en una casa de clase media, con todas las comodidades deseables. Lo
tengo todo, salvo el vivir sin miedo.
Durante la mayor parte de mi vida de casada, mi marido me pega
periódicamente. ¿Qué quiero decir con "me pega"? Quiero decir que golpea
diversas partes de mi cuerpo de forma violenta y repetida, causándome
magulladuras dolorosas, hinchazones y heridas sangrantes, dejándome
inconsciente y combinaciones de
todas estas cosas...
Me dio patadas en el abdomen cuando estaba visiblemente embarazada. Me ha
sacado a puntapiés de la cama y pegado cuando yacía en el suelo, de nuevo,
estando embarazada. Me ha azotado, dado patadas y tirado al suelo,
levantándome y volviendo a tirarme. Me ha pegado puñetazos y patadas en la
cabeza, el pecho, la cara y el abdomen más veces de las que puedo contar.
Me ha abofeteado por decir algo sobre política, por tener un punto de vista
diferente sobre religión, por blasfemar, por llorar, por querer hacer el
amor.
Me ha amenazado cuando no he hecho algo que me había encargado. Me ha
amenazado tanto cuando ha tenido un mal día como cuando lo ha tenido
bueno... Pocas personas han visto mi rostro de color negro y azul o mis
labios hinchados porque siempre me he quedado en casa, asustada. Nunca he
sido capaz de conducir después de alguna paliza de éstas, por lo que no he
podido acudir a un hospital para que me curasen. Y tampoco podría haber
dejado solos a mis hijos, aunque hubiese podido conducir.
Inevitablemente, después de una paliza, estoy histérica. Nadie acepta esa
histeria (el temblor, el llanto y el hablar entre dientes), por lo que no
podido llamar a
nadie.
En algunas ocasiones, mi marido telefoneó al día siguiente, de manera que,
con alguna excusa, yo pudiera volver al trabajo, a la tienda, al dentista y
cosas por el estilo. Después utilizaba las excusas: un accidente de coche,
cirugía oral, cosas como ésas.
Ahora bien, la primera respuesta a esta historia, en la que yo misma pienso,
sería: "¿Por qué no pides ayuda?"
Lo he hecho. Poco después de casarnos, acudí a un sacerdote, quien, después
de algunas visitas, me dijo que mi marido no quería hacerme ningún daño
real, que estaba confuso y se sentía inseguro. Me animó a ser más tolerante
y comprensiva. Más importante aún: me dijo que le perdonase los golpes, como
Cristo me había perdonado desde la cruz. También hice eso.
La siguiente vez, acudí a un médico. Me dio unas píldoras para relajarme y
me dijo que tomase las cosas con más calma. Estaba demasiado nerviosa.
Fui a ver a una amiga y, cuando su marido lo descubrió, me acusó de inventar
o de exagerar la situación. A ella le dijo que se apartase de mí. No lo
hizo, pero, en realidad, ya no podía ayudarme.
Acudí a una organización profesional de orientación familiar. Me dijeron que
mi marido necesitaba ayuda y que ya encontraría algún modo de controlar los
incidentes. Yo no podía controlar las palizas, que era la única razón por la
que solicitaba apoyo. En esa organización descubrí que tenía que defenderme
contra la sospecha de que yo quisiera que me pegasen, que yo incitara las
palizas. ¡Dios mío! ¿Los judíos incitaban en Alemania a que los matasen?...
Una vez, acudí a la policía. No sólo no respondieron a la llamada, sino que
varias horas después preguntaron si "las aguas habían vuelto a su cauce".
Para entonces, ¡ya podía estar muerta!
Si ocurriera otra vez, no tengo a donde ir. Nadie quiere acoger a una mujer
con cuatro niños. Aunque hubiera alguien tan bondadoso como para hacerse
cargo, no quiere verse envuelto en lo que suele denominarse una "situación
doméstica"...
Nadie quiere "provocar" a un individuo que pega a su esposa. Cuando esté
dispuesto y tenga oportunidad, irá adonde sea.
Yo puedo ser su excusa, pero nunca he sido la razón...
He sufrido palizas físicas y emocionales y la violación espiritual porque la
estructura social de mi mundo dice que no puedo hacer nada contra un hombre
que quiere golpearme... Pero, permanecer con mi marido significa que mis
hijos tienen que estar sometidos a la sacudida emocional que provoca el ver
el rostro de su madre u oír sus gritos en medio de la noche.
Sé que tengo que marcharme. Pero, cuando no tienes a donde ir, sabes que
debes seguir adelante por tu cuenta, sin esperar ayuda. Tengo que estar
preparada para eso. Tengo que estar preparada para salir adelante yo y sacar
adelante a mis hijos e, incluso, proporcionarles un ambiente decente. Rezo
para poder hacerlo antes de que me asesinen en mi propia casa...
Debo decir que, aunque el marido apalee, abofetee o amenace a su esposa, hay
"días buenos". Esos días contribuyen a atenuar los efectos de las palizas.
Ayudan a hacer que la esposa deje de lado los traumas y mire el lado bueno;
primero, porque no hay otra cosa que hacer; segundo, porque no hay a donde
ir y nadie a quien acudir, y tercero, porque el fracaso es la paliza y la
esperanza de que no vuelva a ocurrir. Una mujer amante, como yo, siempre
espera que no ocurra otra vez. Cuando vuelve a pasar, no hace sino esperar
de nuevo, hasta que, tras la tercera paliza, se hace evidente que no hay
esperanza. Entonces es cuando sale para que le ayuden a hallar una
respuesta. Cuando le niegan esa ayuda, o bien se resigna a la situación en
la que está o ella misma saca fuerzas de flaqueza y empieza a hacer planes
para una vida futura en la que sólo quepan ella y sus hijos.
Para muchas, la tercera paliza puede ser demasiado tarde...
¿Qué es lo que determina que una tenga suerte o que no la tenga? Hace mucho
tiempo que podía estar muerta si me hubiese dado en mal sitio. Mi bebé
podría haber resultado muerto o deformado si le hubiese dado una patada en
mal sitio. ¿Qué me ha salvado?
No lo sé. Sólo sé lo que ha ocurrido cada noche y temo el golpe final que me
mate y deje huérfanos a mis hijos. Espero poder aguantar hasta completar mi
educación, conseguir un buen trabajo y ser lo bastante autosuficiente para
cuidar de mis hijos por mí misma.
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