Mujer y trabajo. Mujeres
en el trabajo de hombres
Según las
teorías freudianas referentes al «conflicto edípico» y el «sentimiento de
castración», las diferencias anatómicas entre ambos sexos determinan los papeles
psicosociales masculinos y femeninos. Así, Freud postuló que «la naturaleza
masculina se define como objetiva, analítica, intelectual, racional, agresiva,
independiente y activa. Mientras que la naturaleza femenina, como subjetiva,
emocional, irracional, ilógica, intuitiva, pasiva y dependiente». Asimismo,
afirmó que «el hombre, una vez superado su miedo a la castración, obtiene su
grado de ser humano completo, estado que la mujer nunca puede alcanzar y ha de
acabar aceptando». Pero no queda ahí todo; de acuerdo con esas directrices,
psicoanalistas de gran prestigio reafirman esta delimitación de papeles. Así,
Bettelheim (1965) establece que «las mujeres quieren ser, ante todo, compañeras
del varón y madres, en lugar de ingenieros o científicos». Erikson (1964)
mantiene que «las mujeres están destinadas a cuidar a los niños». Deusch (1944)
señaló que «cualquier forma de aspiración cultural humana que requiera una
aproximación objetiva es del dominio del intelecto masculino, contra el que la
mujer rara vez puede competir». Y así un sinfín de teorías más. Afortunadamente
varios grupos más actuales de estudiosos del tema (psicoanalistas neofreud¡anos,
psicólogos, antropólogos, etc.) han concluido en que estos rasgos definidos por
Freud y sus seguidores reflejaban más una actitud cultural de la sociedad que un
principio científico.
Cualesquiera que sean los instintos de los seres humanos, su influencia es
mínima si se compara con el tremendo poder de la cultura social. Desde el
momento del nacimiento, niños y niñas reciben un trato físico y verbal
diferente, El reparto de papeles sociosexuales se imprime desde la infancia
reforzándose en cuentos, juegos, películas y vida cotidiana. Los niños son
orientados hacía profesiones llamadas «masculinas» (médicos, policías,
pilotos...), mientras que las niñas son educadas en la docilidad y dependencia,
dirigiéndolas hacia las profesiones «femeninas» (enfermera, secretarias,
maestras...).
La
tradición aún causa mella sobre la distribución del trabajo a un sexo o a otro.
En los restaurantes existen cocineros y el hombre puede manejar la aguja en
cirugía y sastrería, pero cocinar y coser en casa sigue confinado a la
responsabilidad de la mujer. Porque la diferencia no radica en la cualidad
intrínseca de lo que se hace, sino en el hecho de que el trabajo sea importante,
de prestigio o bien remunerado.
El
valioso movimiento de liberación de la mujer pugna por romper de forma justa
estas barreras entre sexos, encauzando su lucha hacia la consecución de una
igualdad de derechos, y oportunidades, sobre todo en el campo laboral. Se
fundamenta en una equiparación de talento, capacidad mental y fuerza de carácter
entre ambos sexos, declarando que las vidas, emociones y aspiraciones de las
mujeres son tan importantes y significativas como las de los hombres. Igualdad
que, por otro lado, no implican identidad; una mujer puede desarrollar un
trabajo hasta ahora considerado como masculino sin que por ello pierda su
identidad femenina.
La
incorporación total de la mujer al trabajo traerá consigo una ruptura con los
clásicos moldes de la familia y el matrimonio con sus roles internos de «ama de
casa» y «esposa». Afortunadamente, con el progreso del ser humano están
cambiando las circunstancias y los tiempos, y también están cambiando las
instituciones abriendo paso a la paridad.