Clínicamente la angustia es el miedo sin saber a qué. El miedo normal es una
reacción temerosa ante un peligro concreto que la justifica, reacción con sus
componentes en los dos planos: el psíquico y el corporal. El miedo y la angustia
forman parte de la respuesta total del individuo a una crisis con reacciones
normales necesarias para la supervivencia. En la infancia, la angustia ante
determinadas situaciones (la oscuridad, soledad, lo desconocido), permite el
apartamiento de fuentes de peligro.
Como en
todas las neurosis, una reacción que originalmente es normal y útil (aquí la
angustia) se desvirtúa al aumentar tanto en intensidad y frecuencia que, en
lugar de ser un mecanismo defensivo provechoso, se convierte en una fuente de
sufrimiento y de incapacidad. Si esta respuesta desproporcionada se hace crónica
estamos ante una neurosis de ansiedad o neurosis de angustia.
Un
ejemplo lo aclarará: un individuo en la oscuridad de su habitación se despierta
porque oye un ruido; intenta encender la luz y no funciona, vuelve a escuchar, o
así lo cree, un roce en la pared. Nota que se le eriza el pelo, siente los
latidos acelerados del corazón, sudor frío, sequedad de boca, etc., toda la
reacción psíquica y la reacción vegetativa del miedo normal, y se prepara para
ocultarse o defenderse. Si se tranquiliza y no vuelve a tener otro episodio
similar nada ha ocurrido, pero si, por el contrario, a cada estímulo
insignificante, como un portazo, un frenazo, tener que saludar a una persona, o
ya sin estímulo externo alguno siente de nuevo aquella reacción de pánico, lo
que era normal se ha convertido en anormal por su presentación e intensidad
injustificada y estamos ante una neurosis de angustia.
En otras
neurosis existe también angustia, pero se expresa transformada, a veces en un
síntoma corporal (parálisis, ceguera, etc., como en la histeria o neurosis de
conversión), en otras ocasiones en un síntoma psíquico (como en las fobias y en
las obsesiones); en la neurosis de angustia este síntoma primordial (la
angustia) aparece como tal, como experiencia angustiosa intensa y repetida, sin
revestimiento o disfraz.
CUADRO
CLÍNICO. La angustia puede aparecer de dos formas: o en un estado permanente de
ansiedad, «angustia libre flotante» que se actualiza al menor estímulo, o por el
contrario «en ráfagas de angustia» accesionales, separadas por largos intervalos
de aparente normalidad.
La crisis
de angustia consiste en la aparición repentina de la angustia en su máxima
intensidad, crisis que en el lenguaje coloquial se suelen llamar «acceso de
angustia» o «ataque de angustia». La típica crisis se presenta generalmente de
modo repentino, sin pródromos o síntomas de aviso que prevengan al enfermo. No
es raro que se desencadene durante el sueño, despertándose el paciente con los
síntomas en toda su intensidad.
La crisis
de angustia se vive por el paciente como una señal de muerte inminente, «noto
que me voy a morir, no creo que la sensación de muerte pueda ser más intensa ni
más clara», nos dicen, y la intensidad de sufrimiento es equivalente a la de
alguien que nota que lo van a matar, y por tanto se acompaña de los síntomas
corporales, vegetativos, del pánico: taquicardia (latidos cardíacos acelerados e
intensos), palpitaciones, hiperpnea (respiración acelerada), fenómenos
vasomotores (de la circulación periférica) con palidez, manos y pies fríos,
sensación de opresión precordial que en ocasiones llega a ser dolor precordial
(que atribuye a un infarto o ángor), hiperhidrosis (sudoración) y otros cambios
vegetativos.
Lo más
impresionante para el paciente es el dolor precordial, con palpitaciones y sudor
frío, pues queda convencido de que sufre un «ataque de corazón» o algo similar
que es el preludio de una muerte inminente. La crisis suele durar unos minutos,
pero puede persistir durante horas. Es tan viva la sensación de peligro para la
vida durante la crisis (riesgo que no existe), que el paciente acude a varios
médicos, no queda tranquilo al afirmarle el primero «que no tiene nada del
corazón», y lo atribuye a incompetencia del médico, pues no le parece posible
que síntomas tan alarmantes como los suyos no tengan causa orgánica grave, por
lo que busca otro servicio de urgencia.
A pesar
de la repetición de las crisis, y de la experiencia previa de que «no tenía nada
grave», en cada nuevo episodio reaparece el pánico incontrolado, la convicción
de riesgo para su vida, la búsqueda afanosa de un médico de urgencia, etc.
En
algunos enfermos, especialmente cuando las crisis no son nocturnas
interrumpiendo el sueño, sino diurnas y ya se repitieron muchas veces, se
desplaza el temor de muerte al «temor de volverse loco»; el paciente razona su
situación y se dice: «no es posible que yo tenga una pérdida tan absoluta de mí
mismo, eso tiene que ser que estoy perdiendo la razón».
En
ciertos pacientes no aparecen las crisis de angustia, sino manifestaciones
permanentes, pero más leves, de ansiedad. Lo frecuente es que se combinen las
dos formas y que el paciente entre sus crisis no esté normal, sino cargado con
la «angustia libre flotante», que se manifiesta con mayor o menor intensidad
ante cualquier estímulo (ir en metro, entrar en un almacén con mucha gente,
alejarse de su casa, acudir a una entrevista, saludar a una persona del sexo
opuesto, etc.). La angustia aparece en forma de una tensión displacentera y todo
su desagradable cortejo vegetativo (latidos en las sienes, palpitaciones,
dificultad para hablar e incluso para respirar, palidez, ganas de orinar,
diarrea, sudor de manos, temblor, dificultad para concentrarse, etc.), todo ello
con una sensación de malestar muy penosa, pero sin la alarma de muerte ni crisis
de pánico incontenible de la gran crisis de angustia.
La psicodinamia de la
neurosis de angustia es menos compleja que la de otras neurosis. La angustia que
experimenta el enfermo es un reflejo de la que sintió en la primera infancia
ante el impacto de algún trauma afectivo.
El tratamiento ha de ser
psicoterápico, como en todas las neurosis. Es frecuente (y por supuesto
inoperante) que el método llamado en la «urgencia» de la crisis, se conforme con
manifestar al enfermo que «no se preocupe». El paciente continuará sufriendo sus
síntomas y no podrá «dejar de preocuparse» hasta que no se le cure con una
psicoterapia adecuada. Provisionalmente, los medicamentos ansiolíticos
(tranquilizantes) pueden proporcionarle un gran alivio.