EL PESIMISMO
El
pesimismo consiste en creer que en el futuro nos espera lo peor (la palabra
latina pessimum significa lo pésimo, lo peor). Como el ser humano no puede
predecir en líneas generales su futuro, y lo que le ocurrirá en el porvenir, el
pesimismo no es más que un juicio de presunción, pero que se vive con una cierta
dosis de certeza en las connotaciones peyorativas que lo caracterizan y está
cargado de desesperanza. Hay que distinguir entre el «estar pesimista» y el «ser
pesimista».
Cuando
decimos de alguna persona que es pesimista nos referimos a alguien en quien el
pesimismo forma parte de su forma de ser; es decir, que tiene una «personalidad
pesimista». Su falta de esperanza en el futuro y la larga cadena de pensamientos
negativos que surgen a cada poco en su cabeza hacen que mantenga un cierto
descenso de su estado de ánimo de forma más o menos permanente. Tiene una
concepción de la vida, cuando menos, escéptica y una dificultad para alegrarse
ingenuamente. En todo ve lo malo, nada es atractivo totalmente, todo tiene una
desventaja añadida.
Las
experiencias placenteras, los acontecimientos alegres duran poco para este tipo
de personas, las raras veces en que los experimentan, mientras que las
experiencias penosas son vividas con gran intensidad y persistencia, pudiendo
caer incluso en crisis psicológicas. Cuando no ocurre ninguna de estas
desgracias, sienten como si en el ambiente pesase una carga grave que estropea
todo, impidiéndoles disfrutar de las cosas cotidianas de la vida, si bien
siempre tienen algún problema o preocupación, que si se resuelve, es rápidamente
sustituido por otro nuevo. Este perfil de personalidad parece favorecer la
aparición de depresiones, por lo que algunos han hablado de personalidades
predepresivas, si bien muchas de estas personas terminan su vida sin haber
padecido ninguna depresión.
Otra
cuestión son aquellos momentos en que nos sentimos pesimistas de forma
esporádica, es decir, durante unas horas o días. La sensación de que las cosas
van a ir mal en el futuro puede estar provocada por un fracaso anterior. Cuando
algo sale mal podernos tender a pensar que ya siempre sucederá así y entonces
nos volvemos pesimistas. En general, este tipo de pesimismo está muy relacionado
con los descensos del estado de ánimo. Nuestra situación afectiva influye mucho
en nuestras opiniones respecto del pasado, presente y futuro.
Cuando
estamos decaídos tendemos a recordar los peores acontecimientos del pasado
dentro de una visión parcializada en que lo bueno ya no cuenta, a la vez que
enjuiciamos el momento presente y el futuro con desesperanza. Es como si nuestra
afectividad impregnase los juicios de valor que realizamos llenándoles de
pesimismo y desesperanza. Cuando mejora el estado de ánimo, generalmente con el
transcurso de un pequeño lapso de tiempo, recuperamos la dosis de optimismo
habitual de nuestra forma de ser.
Si esto
no sucede así, se puede sospechar que se está padeciendo una depresión. Personas
que no son habitualmente pesimistas y que entran en una fase de pensamientos
pesimistas durante meses, especialmente si esto no está justificado por algún
acontecimiento externo de gravedad, pueden estar padeciendo una depresión.
También se pueden producir depresiones cuando un fuerte pesimismo se apodera de
una persona a pesar de que esté más o menos justificado por alguna situación
fuertemente conflictiva, si con el tiempo no mejora el estado de ánimo.