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¿Por qué es aconsejable que mediten los adolescentes?

Una buena parte de lo que hemos dicho en el espacio anterior respecto a los niños más pequeños se aplica igualmente a los adolescentes, aunque éstos tienen problemas personales adicionales y, por consiguiente, introducirles en la meditación puede ser una tarea mucho más desafiante. Quienes pretendan empezar a trabajar con ellos deberán tomar en consideración unos cuantos detalles complementarios sobre este grupo de edad, fundamentales para el éxito del programa.

A partir de los siete u ocho años se inicia el principal período formativo de la vida del adolescente. Para entonces, los niños han aprendido lo que significa ser niño y a relacionarse con el entorno tal y como lo hacen los niños. Ahora, sin embargo, tienen que aprender a ser adultos y a relacionarse con el mundo como adultos. Es un paso brusco y rápido. En muy pocos años, los niños pasan de la infancia física a la madurez física, experimentan los cambios de la pubertad, con el consiguiente manantial de energía y de deseos sexuales que ello comporta (los chicos, sobre todo, suelen alcanzar el apogeo sexual entre los dieciséis y dieciocho años). Y con la pubertad, un torrente de nuevas y poderosas emociones. Las esperanzas y las frustraciones se viven con una intensidad comparable a la de la primera infancia, con la diferencia de que, en este caso, se espera que el adolescente sea capaz de autocontrolarse igual que un adulto. Las alteraciones hormonales, que ayudan a transformar el cuerpo del adolescente (de niño a adulto) contribuyen a generar un flujo arrollador de sentimientos, y el estado de humor experimenta unos vaivenes tan extremos que, a menudo, sorprende y preocupa tanto al chico como a su familia y amigos.

Durante la adolescencia, la naturaleza prepara a los niños, física y mentalmente, para la independencia y la libertad de elección. En los mitos, leyendas y cuentos de hadas, la pubertad es el momento en que el niño se marcha de casa en busca de fortuna. Se trata de un período agotador, en el que el término "descanso" parece haber desaparecido de su vocabulario, una época en el que sienten un vehemente deseo por algo que no se puede expresar con palabras, un deseo de abandonar el confort de la familia y salir en busca de nuevos mundos y nuevas experiencias. También experimentan una irrefrenable necesidad de rechazar las ideas y las creencias entre las que se han criado, para catar esa libertar de pensamiento que sólo se consigue con la libertad física. Los adolescentes, que ahora se sienten capaces de pensar en abstracto, así como de autoafirmarse física y sexualmente, cuestionan, argumentan, discuten, reaccionan con violencia, dan unos portazos que se pueden oír en las antípodas, disfrutan de la música a todo volumen y gritando por cualquier cosa que no les parece bien, se rebelan contra las reglas y, muchas veces, demuestran un manifiesto descontento por las opiniones y formas de hacer las cosas (a sus ojos, pintorescas) de los mayores.

En lugar de estas opiniones y procedimientos, el adolescente confía cada vez más en su grupo. Ahora, el grupo es el que dicta el gusto y la moda, y ser aceptado y querido por el grupo asume una importancia monumental. Sólo a través de esa aceptación el niño será capaz de aceptarse a sí mismo. La aceptación por parte de sus iguales corrobora al adolescente que está haciendo las cosas como es debido en la vida, que está realizando una transición correcta desde la infancia y que, si sigue por esta senda, triunfará y será admirado en la vida adulta.

En algunas culturas supuestamente menos civilizadas que la nuestra, esta aceptación procede no sólo del grupo de iguales, sino del conjunto de la sociedad. Tanto para los niños como para las niñas, la pubertad está marcada por ritos y ceremonias de iniciación, mediante las cuales toda la comunidad les da la bienvenida a la vida adulta, celebra y reconoce su desarrollo. Desde este momento, el adolescente se convierte en adulto, con todos los derechos, obligaciones y responsabilidades que el mundo adulto implica.

En Occidente no tenemos ceremonias de iniciación. Pese a ser maduros físicamente, a los adolescentes se les continúa denegando la mayor parte de privilegios y libertades de la vida adulta, lo que provoca que, aquellos que tienen un temperamento más fuerte, luchen a brazo partido por conseguirlos. Es el período en el que son más frecuentes las fricciones entre padres e hijos. Los adolescentes luchan por su libertad, y sus mayores para mantenerlos dentro de los límites de la infancia. En estos años, los padres más sensatos optan por aflojar las riendas, conscientes de que la mejor manera de tener cerca a sus hijos es dejándoles ir, y que con las bases que les han inculcado desde pequeños, están capacitados para tomar decisiones correctas por sí mismos.

No obstante, debido a la falta absoluta de educación espiritual, al llegar a estas edades, la mayoría de los adolescentes han desarrollado, de un modo totalmente involuntario, malos hábitos mentales. A menudo, su mente es un cóctel de entusiasmos, excitaciones, anhelos, expectativas, ansiedades y fantasías. Entre los chicos de estas edades, los índices de depresión son muy elevados, y la extraordinaria variabilidad de su estado de ánimo les conduce a períodos en los que dudan de su propia personalidad y cuestionan su propia existencia. En ocasiones, incluso les resulta difícil reconocerse a sí mismos en este nuevo ser que parece haber tomado posesión de su cuerpo. Podemos asegurar que éste es precisamente el período de la vida en el que más necesitados están de un buen adiestramiento espiritual que, sin tener que negar, cuestionar o reprimir ni uno solo de sus sentimientos o emociones, les permita ser conscientes, conocer, comprender y alcanzar un estado sereno y relajado. Marcos es un magnífico ejemplo de hasta qué punto puede ser beneficiosa la meditación.


Marcos.

Recién estrenada su adolescencia, y después de la separación de sus padres, Marcos entró en una fase emocional muy crítica. "Mi principal problema era que no sabía por qué me sentía tan abatido. Había perdido la vida familiar, pero, por otro lado, mis padres no se llevaban nada bien, y era estupendo dejar de oírles discutir todo el santo día. Pero cada mañana me despertaba debajo de una nube negra, cuya fatídica influencia se prolongaba durante la mayor parte del día, y ya empezaba a interferir en los resultados escolares." La meditación no curó inmediatamente la depresión de Marcos, pero practicándola durante unos pocos minutos, al levantarse, le ayudó a contemplar su estado depresivo de una forma más objetiva, en lugar de identificarse ciegamente con él. "Me di cuenta de que la depresión sólo era algo que estaba allí, pero que no era yo; sólo era algo que estaba experimentando, y fui capaz de decirme a mí mismo que, al igual que casi todas las cosas, no podía durar demasiado." Una parte del problema de Marcos consistía en sentirse deprimido a causa de estar deprimido, en lugar de contemplar la depresión como una reacción psicológica al cambio repentino operado en su situación familiar. La meditación le ayudó a poner cada cosa en su sitio y a visualizarlas en perspectiva. Fue así como sus excelentes cualidades humanas y su buen humor natural pronto empezaron a reafirmase.

Los adolescentes que ya han tenido alguna experiencia de meditación suelen reconocer abiertamente sus beneficios, y aunque no la hayan practicado durante algunos años, ahora tienen la ocasión de volver a hacerlo y, lo que es más importante, cómo y cuándo quieran, es decir, a su entera voluntad. La primera tarea que hay que realizar en la adolescencia consiste en descubrir en el joven un sentimiento de identidad, para poder responder, por menos en parte, a la pregunta: "¿quién soy?". Pues bien, en la meditación, el joven empieza a darse cuenta de que en su "yo" existe algo más que un individuo transitorio, de humor cambiante, ansioso, eufórico, propenso a la fantasía y excitado sexualmente, que afronta el mundo cada día. Le supone una inmensa sensación de seguridad descubrir un ser interior relajado, tranquilo, dotado de autoconfianza y autoaceptación, al que ni sus amigos ni su familia ni sus profesores pueden manipular como si se tratara de un títere de guiñol y que es capaz de discernir y tomar decisiones correctas ante la confusión de las emociones personales.

Los adolescentes que no hayan tenido ningún contacto con la meditación pueden mostrar una fuerte resistencia inicial. Quieren ser activos e interactuar con el entorno, en lugar de sentarse relajadamente y ejercerla consciencia. Es muy corriente que se pierdan en un estado de sueño interior. Esto es así porque en estas edades lo más probable es que prefieran entregarse a las intrincadas divagaciones de sus propios pensamientos que someterse a una disciplina practicada .e impartida por un mundo adulto al que, posiblemente, ya hayan tildado de fútil, banal o irrelevante.

Aun así, cabe la posibilidad de maniobrar alrededor de este mecanismo de bloqueo. Desde luego, no es nada recomendable atacar de frente a un brioso adolescente, ya que cuanto más insistamos en algo, mayor será su resistencia, no necesariamente porque le disguste lo que estamos diciendo, sino simplemente porque somos nosotros quienes lo decimos. Por lo tanto, al enseñar a meditar a un grupo de estas edades, es más importante que nunca empezar con algo que les interese y con lo que se sientan cómodos. Como veremos en su momento, se puede recurrir a ejercicios de atención que utilizan la imagen de un atleta, de una estrella del rock o de cualquiera que sea capaz de llamar su atención. Una vez lograda la concentración, podremos seguir avanzando.

Si los chicos con los que trabajamos no saben absolutamente nada de meditación, es fundamental empezar hablándoles un poco del valor que tiene para ellos el desarrollo de su facultad de la atención. Se puede discutir el tema con el grupo, y las dificultades que supone el mantenimiento de la atención se pueden demostrar con un ejercicio práctico: intentar detener el pensamiento. Esta prueba consiste en pedirles que cierren los ojos y que dejen de pensar durante treinta segundos (¡no vale repetirse a sí mismo: "No estoy pensando, no estoy pensando", puesto que al hacerlo, ya se está pensando!). Al finalizar el ejercicio, se discutirá con los chicos por qué les resulta tan difícil, o imposible, destacando la falta de control que parecen tener sobre lo que sucede en el interior de su mente.

El paso siguiente consiste en explicarles que la mente no está obligada a tener estos límites, sino que, en realidad, es la herramienta, la capacidad más poderosa que poseen, y que cuanto más transparente y atenta esté, más cosas podrán conseguir en la vida, tanto personalmente como en su trabajo y en sus relaciones con los demás, puntualizando que, para rebasar dichos límites, deben ser capaces de ejercer la atención y de ser conscientes de lo que ocurre en su interior. Sólo así la mente deja de funcionar sin un sentido inteligente y de precipitarse en su propia corriente de ideas.

 

 

 

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