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Problemas de
liderazgo
Las encuestas muestran
que hay personas que no quieren trabajar a las órdenes de una mujer. Hay
estudios de psicología social que han documentado la dificultad a la que se
enfrenta una mujer a la hora de asumir un papel de líder y de que se la
reconozca como tal. Cuando las mujeres ocupan puestos directivos (por
ejemplo, como supervisora), no suele reconocerse que reúnan las
características adecuadas para ser líderes satisfactorias, pesando más el
estereotipo.
En las situaciones laborales del mundo real, hay dos posibles razones de que
puedan considerarse de este modo a las mujeres líderes. Una es que, en
efecto, pueden carecer de rasgos de personalidad, destrezas interpersonales,
etcétera, que son necesarias para desempeñar el papel de supervisora. La
segunda razón consiste en que las supervisoras, dentro de la compleja red de
una empresa, tienen menos poder que sus colegas masculinos. El poder
conlleva acciones como la capacidad de garantizar a los subordinados subidas
de sueldos o ascensos o la de influir en las decisiones de quienes ocupan
puestos superiores en la escala jerárquica de la empresa. Si los
trabajadores creen que las supervisoras tienen menos poder, no sorprende que
no estén entusiasmados de trabajar a sus órdenes.
Las mujeres suelen manifestar una confianza sorprendentemente menor en su
capacidad para supervisar a sus trabajadores que los varones. Los hombres
que ocupan posiciones de liderazgo y tienen poca confianza en sí mismos
suelen ejercer menos influencia y utilizar más técnicas coercitivas que
quienes tienen mayor autoconfianza. Por tanto, es más fácil que las
conductas de liderazgo de las mujeres sean más consecuencia de su falta de
confianza en sí mismas que una especie de carencia innata de capacidad de
liderazgo.
Cuanto mayor sea la experiencia en tareas de supervisión que se brinde a las
mujeres, más se incrementará su autoconfianza, lo que, a su vez,
perfeccionará sus conductas de supervisión, con lo cual tratarán de influir
más y utilizarán más estrategias positivas en el trato con sus trabajadores.
La segunda hipótesis (que, como líderes, las mujeres tienen menos poder en
la organizaciones) supone que ellas tienen que encontrar también modos de
incrementar su poder. En parte, esto significa que hay que proporcionar
instrucción específica a las mujeres; por ejemplo, entrenamiento de
asertividad o instrucción sobre cómo planear las carreras. Pero ellas tienen
que aprender también a utilizar los fundamentos estructurales del poder
presentes en las organizaciones. El poder legítimo puede provenir de una de
estas tres fuentes:
1) Participar en actividades críticas para la supervivencia de la
organización o en sus problemas actuales más perentorios.
2) Participar en actividades de control de la incertidumbre (si el ordenador
se estropea con frecuencia en el momento menos oportuno, la persona
encargada de la reparación de los ordenadores tendrá poder), y
3) Participar en actividades de control de los recursos, como el dinero, las
personas o la información. Las mujeres pueden aprenderá utilizar una o todas
estas estrategias para adquirir poder. (Por supuesto, hay muchas fuentes
ilegítimas de poder, como el acoso y las amenazas sexuales; no obstante, no
podemos recomendar que las mujeres aprendan a utilizarlas). |
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