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QUÉ ES EL ESTRÉS

No es fácil definir el estrés. El empleo de este término comienza a ser más frecuente a partir de los años cincuenta del siglo XX en los círculos científicos y se populariza vertiginosamente en los ochenta. Se sostiene que lo que se conoce actualmente como tal procede de las ciencias físicas y, concretamente, se cita a Roben Hooke, quien a finales del XVII formuló un análisis de ingeniería sobre el estrés. Lo aplicó al diseño de estructuras (por ejemplo, puentes) para verificar si aguantaban sin derrumbarse. El estrés era el área de la estructura sobre la que aplicaba la carga. No obstante, previamente, en el XIV, tenía un sentido no técnico, referido a dificultades, luchas, adversidades o aflicción. Estas dos vertientes clarifican lo que ha llegado a estimarse en el presente como estrés.

Casi de forma unánime, se habla de tres modelos diferentes de estrés, que comportan una definición del mismo: el de estímulo, el de respuesta y el transaccional, también denominado procesual.

En el modelo de estímulo, el estrés es algo que sucede en el ambiente y que ejerce una demanda sobre un organismo, con mayor o menor intensidad.

Desde este enfoque se han confeccionado escalas para su evaluación, en las que se pide a la persona que responde, fundamentalmente, que indique si en un tiempo determinado le ha ocurrido o no una serie de hechos, algunos estipulados normalmente como negativos (problemas con la ley, dificultades financieras, muerte del cónyuge, divorcio, cambios del lugar de residencia, etcétera) y, otros, en principio, catalogados como positivos (nacimiento de un hijo, vacaciones, ascenso laboral, etcétera). Las situaciones que se plantean entrañan cambios vitales en el individuo que le exigen una adaptación a las mismas, lo que implica causar estrés.

Inicialmente, sólo se tenía en cuenta el número de acontecimientos, pero, posteriormente, se utilizaron valores numéricos para ponderar cada respuesta (obviamente, no es lo mismo la muerte de un ser querido que una pequeña infracción de tráfico). Más adelante, se ha considerado la importancia que da a cada suceso la persona que completa ese tipo de cuestionario. Por otra parte, los psicólogos se han orientado hacia la creación de escalas de fastidios —todas esas contrariedades de la vida corriente (atascos, problemas en el hogar, etcétera), más frecuentes que los llamados acontecimientos vitales— que presentan la ventaja de que predicen mejor el estado de salud que los anteriores. Desde esta óptica lo que ha interesado ha sido identificar las fuentes de estrés del mundo externo.

El siguiente enfoque, el de respuesta, tiene que ver con lo que experimenta la persona. A partir de la observación de una serie de respuestas del organismo, del propio o del de otros, se llega a concluir que uno mismo o alguien padece o sufre estrés. Normalmente, las respuestas se refieren a dolores de cabeza, irritabilidad, nerviosismo, insomnio, etcétera. Por consiguiente, esta aproximación se interesa por las respuestas y consecuencias que determinados estímulos (conocidos como estresores), bien sean físicos (frío, calor, ruido, etcétera), psicológicos (conflictos con la pareja, con los compañeros del trabajo, etcétera) o sociales (normas, hacinamiento, etcétera) provocan en un organismo concreto. Dichas consecuencias pueden ser de distinta índole: comportamentales (aumento del consumo de tabaco o alcohol, gesticulaciones, etc.), emocionales (ansiedad, depresión, irritabilidad, etcétera), incluyendo en éstas todas las variables cognitivas (pensamientos, expectativas, etcétera) relacionadas con ellas, o físicas (falta de energía, palpitaciones, problemas intestinales, etcétera).

Dentro de este modelo de respuesta la propuesta más difundida y aceptada ha sido la de Selye, quien denominó a esta respuesta del organismo como síndrome general de adaptación, que implica tres etapas:

1) fase de alarma, en la que se producen una serie de cambios característicos ante la exposición inicial al estresor,

2) fase de resistencia, en la que se da un proceso de adaptación si se continua con la exposición al estresor, y

3) fase de agotamiento, en la que se pierde la adaptación adquirida, aparecen síntomas de enfermedad o disfunciones y, en casos extremos, se pone en peligro la vida.

 

También, podría incluirse la ofrecida con anterioridad por Cannon y que preparó el terreno a Selye. Formuló el síndrome de lucha o huida para describir la respuesta de estrés, un paradigma que explica claramente las situaciones de estrés agudo, con todos los cambios que se originan en el organismo.

 

En los últimos tiempos, el modelo que ha llegado a concitar un mayor acuerdo entre los profesionales ha sido el que se ha etiquetado como transaccional. En él se le da bastante importancia a la persona o, más concretamente, a su papel como agente activo en la ocurrencia y respuesta, en la relación entre la persona y su ambiente. Desde esta perspectiva, concretamente, Lazarus y Folkman definieron al estrés psicológico como «una relación particular entre el individuo y el entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar».


 

En cierta medida, puede aceptarse que este modelo incorpora a los anteriores, pero con añadidos que le otorgan un estatus más comprehensivo. En el estrés los estímulos juegan un papel, pero las consecuencias que se producen, especialmente en los psicológicos o sociales (pero, incluso, también, en los físicos, según sus peculiaridades) dependen del sujeto sobre el que incidan debido, primordialmente, a la evaluación que realice sobre lo que le está sucediendo y a las estrategias de afrontamiento que decida poner en marcha, mediatizadas por los recursos de que disponga (apoyo social, disponibilidades económicas, etcétera). Por ejemplo, no todo el mundo reacciona igual ante una separación o un divorcio, una pérdida de empleo, el tener que hablar en público o un fracaso, aunque se trate de personas con circunstancias iguales o muy similares. La consideración de si son o no amenazantes para la seguridad, autoestima, etc., asignando a los hechos las características de benignos, perjudiciales o neutrales, así como si se tiene o no la posibilidad de superarlos por estrategias, recursos, etc., condiciona la respuesta o respuestas que dé el organismo o, dicho de otro modo, las consecuencias que se deriven.

 

 

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